Gema Pérez Rojo | 20 de marzo de 2018
Generalmente, estamos acostumbrados a escuchar hablar de los éxitos y las fortalezas de profesionales como los deportistas de élite. Suelen ser percibidos como seres distintos al resto de la población, capaces de superar y sobreponerse a todo, impasibles ante las críticas y, por supuesto, sin lugar para la inseguridad, el miedo o la incertidumbre a las que nos enfrentamos “el resto de los mortales”. Muchos son encumbrados, incluso sin pedirlo, como modelos a seguir, iconos, alguien con el que identificarse, lo que conlleva que se les exija que mantengan todas aquellas características que los demás esperan y exigen de ellos. En caso contrario, si muestra alguna debilidad, dificultad o falta de manejo de las situaciones a las que se enfrenta, puede perder todo el prestigio adquirido. A nadie le gusta identificarse con una persona cuyas características considera negativas.
A lo largo de la historia, ha habido diferentes casos que permiten ejemplificar esta situación y, recientemente, estamos siendo testigos de una más, con el caso de André Gomes, actual jugador del FC Barcelona, que ha reconocido haber pasado de vivir un sueño a vivir un “verdadero calvario”. El jugador se define a sí mismo como «una persona perfeccionista, muy exigente consigo mismo y con baja tolerancia a la frustración». El problema tiene su origen en los errores que ha cometido en diferentes partidos, por los que ha recibido reprobación por parte de los aficionados. La presión experimentada y el manejo inadecuado de las críticas han provocado que lo que en principio fue una dificultad puntual se haya generalizado y que esté presente en sus diferentes apariciones. Parece que la afición no entiende que un jugador catalogado como “el centrocampista más deseado”, y por el que se ha pagado una gran suma de dinero, no cumpla con las expectativas inherentes a un jugador de un equipo a ese nivel.
Nadie parece cuestionar que para jugar en un gran equipo es necesario tener una gran preparación física y, además, se espera que el futbolista entrene de forma rigurosa, con el objetivo de mantener un excelente rendimiento en el campo. Pero, ¿una buena preparación física es suficiente para que un jugador rinda al 100% en el campo? El caso de André Gomes es un claro ejemplo de que la preparación física es necesaria pero no suficiente. Entonces, ¿qué más es necesario? Los resultados de múltiples investigaciones señalan que la mente es el motor que guía a nuestro cuerpo; por tanto, es imprescindible que se encuentre en un estado óptimo y en equilibro, al igual que el propio cuerpo. Esta debe ser entrenada con el objetivo de alcanzar una adecuada fortaleza mental, para evitar que tanto problemas personales como situaciones propias del partido (la presión de los hinchas, las críticas, pitidos, provocaciones) impacten de forma significativa en el jugador menoscabando su autoconfianza y autoeficacia y que, como resultado, afecte negativamente a su juego. A pesar de que una parte de la población los considera como héroes, los jugadores son seres humanos iguales que nosotros y tienen que enfrentarse a determinados eventos negativos en sus vidas en diferentes ámbitos. Sin embargo, puede que no estén preparados para ello porque no hayan adquirido las habilidades y estrategias necesarias para superar las adversidades que pueden surgir a lo largo de la vida.
La terapia de André Gomes https://t.co/VuUqmETDQD @xavi__hdez pic.twitter.com/iL6Isj56Ix
— MARCA (@marca) March 16, 2018
¿Qué se puede hacer ante esta situación? Lo más importante es dar el paso, reconocer que hay algo que no está funcionando correctamente y buscar ayuda. Paso que André Gomes parece que ha dado. Posteriormente, es fundamental encontrarle sentido a las situaciones negativas que nos ocurren y que nos generan sufrimiento. No siempre podemos evitar sufrir, pero lo que sí podemos hacer es elegir cómo afrontarlo y aprender de ello. Existe una parte del aprendizaje, sabiduría o madurez que se alcanzan a través de los fracasos que experimentamos, el sufrimiento o las frustraciones. Esto implica dejar de interpretar las dificultades como problemas, viéndolas como retos o desafíos. Percibir algo como un problema hace que surja el desánimo, el pesimismo, disminuye la motivación y la fuerza para luchar, ya que se considera que uno no puede hacer nada para cambiar la situación. Un reto, un desafío es percibido de una forma totalmente distinta, como algo que nos pone a prueba, cuya consecución hará que demostremos ser mejores.
Además, debemos ser conscientes de que “no siempre se gana”; a veces fallamos, perdemos, nos caemos y tenemos que saber manejarlo, analizando las causas y buscando posibles alternativas de solución. Esto hace que las personas presenten mayor autoestima y motivación para luchar, se perciban más eficaces, se quejen menos y saquen beneficios de la situación negativa. Además, también es necesario hacer mención a otras variables psicológicas, como la resiliencia, cuya presencia tiene como consecuencia que la persona se sobreponga a las situaciones complicadas e incluso salga fortalecida de la adversidad, de manera que la convierta en una oportunidad de crecimiento y desarrollo.
En definitiva, de lo que se trata es de conseguir que la persona sea “fuerte” no solo a nivel físico sino también a nivel psicológico, con el objetivo de alcanzar una vida plena, satisfactoria y con pleno sentido.