Nacho Labarga | 06 de mayo de 2018
Federico Martín Bahamontes toledano de 89 años, natural de Santo Domingo-Caudillo, recibe el merecido homenaje de su ciudad y sus paisanos en una jornada especial. El día ideal del exciclista profesional terminará en el momento en el que levante la lona que cubre su propia estatua a tamaño real (1,90 metros), enclavada en el Miradero, lugar desde donde se puede apreciar una vista privilegiada de la ciudad imperial «para los restos».
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— classicretro (@classicretro) January 16, 2018
En los actos estarán presentes otros ganadores del Tour de Francia nacionales como Carlos Sastre, Óscar Pereiro, Miguel Indurain o Perico Delgado (Alberto Contador, el último en discordia, no podrá acudir finalmente por motivos profesionales). Todas estas estrellas del ciclismo patrio darán su reconocimiento a un deportista que es considerado por la Grande Boucle como el mejor escalador de su gran vuelta, además de ser el primer español en conquistar esta prestigiosa prueba. El «Águila de Toledo», como así es apodado Bahamontes, aprendió a escalar precisamente en su tierra, en Toledo.
El ciclismo no se entendería en España sin el nombrado Hijo Adoptivo de Toledo. Él fue el primero en lograr que muchos fans se pusieran al lado de un transistor o de las primeras televisiones para seguir sus aventuras. Bahamontes, que llegaba del estraperlo, empezó a pedalear a los 20 años casi de rebote (usaba la bici para repartir botellas de leche). Un periodista francés le puso el mote de «águila» cuando le fueron a entrevistar a su tierra y le preguntaron por la imagen de la Puerta de Bisagra. Aunque Goddet se encargaría después de recalcar que volaba en las cuestas «como un águila».
En 19 años de actividad, el toledano consiguió más de 200 victorias en pruebas nacionales y extranjeras. Fue figura indiscutible ante rivales de época. Los mayores éxitos los consiguió en el Tour, donde logró seis maillots de la montaña y una victoria general en 1959.
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A aquella edición no llegaría como principal favorito. Pero una larga escapada en los Pirineos y su triunfo en la cronoescalada de Puy-de-Dôme le acabarían coronando en lo más alto. En los Alpes tuvo la capacidad de asociarse de forma satisfactoria con el potente escalador Charly Gaul. Henri Anglade y Jacques Anquetil, dos de sus grandes contrincantes aquel verano, le recortarían tiempo en la zona alpina, pero no lo suficiente como para poder birlarle el triunfo final.
Además de abrocharse la victoria general (en aquellos años el Tour se corría por países y no por casas comerciales como en la actualidad), Federico Martín Bahamontes también cazaría el maillot de la montaña. Ese año sería el de su consagración. Llegó al equipo Tricofilina gracias a Fausto Coppi, quien le convenció de que se olvidase de la montaña para centrarse en la general. Ganó las dos, aunque las cuestas eran su especialidad. Se defendía en todos los terrenos, pero era esa capacidad de sufrir cuando la carretera se empinaba la que le hacía marcar diferencias.
Consiguió el gran objetivo de su carrera deportiva un 18 de julio, fecha coincidente con el gran día del franquismo. Él se alzó con el maillot amarillo gracias en parte, según cuentan periódicos franceses de la época, a las disputas internas que tuvieron varios de los «gallos» franceses. Fue el primer gran hito español en el deporte de los pedales. El toledano descubrió hace unos años uno de sus secretos para aguantar en la ruta: en vez de agua, en carrera bebía bidones de los cuales cada uno contenía dos cafés bien cargados, una copa de coñac y agua del carmen.
Federico, que en realidad se llama Alejandro aunque en su vida deportiva todos le conocían como Federico (el nombre de su tío) y tenía papeles oficiales con los dos nombres, vivió un recibimiento único tras volver a su casa después de haber ganado aquel Tour. Incluso tuvo un encuentro posterior con Franco en el que este le dijo: «Ojalá hubiera muchos españoles que, como tú, dejen la bandera española tan alto».
Gracias al ciclismo, el manchego no pasaría mucha hambre. “La pasábamos porque no había nada que echarse a la boca y por eso nos dedicábamos al estraperlo. Yo vendía la caja de naranjas picadas a 6 reales, quitaban lo malo y allí mismo, en la puerta del mercado, se las comían a bocados. Yo me coloqué en el mercado para matar el hambre que pasaba: al menos allí había naranjas, manzanas…”, dijo en una entrevista a Marca. Poco a poco, sus éxitos sobre el asfalto le facilitaron mejores platos que simples piezas de fruta.
Su rivalidad con Jesús Loroño, el otro ídolo local, fue épica. Aunque sus batallas, pese a lo que pudiera parecer en los medios, se quedó únicamente en la carretera. Acabarían siendo grandes amigos. Aunque a Bahamontes aún le duelen algunas anécdotas con Loroño como protagonista. Como aquella Volta a Catalunya o Vuelta a España de 1957 en la que el manchego, según sus propias palabras, acabaría perdiendo en favor de su contrincante porque su propio director las «vendió».
La Vuelta no terminó figurando en su palmarés y eso sigue enfurruñando a un hombre que se tiene a sí mismo en una gran estima y que, en la edición de la discordia, acabaría siendo segundo. En Francia, además de su éxito en el 59, también acabaría subiéndose al cajón en 1963 (2º) y 1964 (3º). España festejó todos sus éxitos y lo puso como ejemplo de fortaleza patria. “Yo era y soy amigo de mi país. Es como con las banderas: no entiendo que, si somos españoles, haya tantas”. Fue el pionero de un deporte que aún hoy sigue siendo foco de alegrías para los aficionados del país.