Javier Urra | 28 de septiembre de 2018
Los celos patológicos se basan en la inseguridad, en la falta de autoestima y en algo muy grave: el sentimiento de posesión, de pertenencia, de propiedad. La vida, si no hay un accidente o una grave enfermedad, es larga, cada vez más, y convivir con alguien es un acto de entrega y de confianza, es un querer mirar al horizonte yendo al lado, no encima de.
La vida de un celoso no es vida pero, lo que es peor, quien convive con un celoso no puede vivir, se siente vigilado o vigilada, apresado, prejuzgado.
Y, detrás de los celos, lo que hay es gran desconfianza. Cuando alguien busca confirmar constantemente la lealtad del otro, la fidelidad del otro, es porque desconfía.
De nuevo a vueltas con la violencia de género . La expresión de amor nunca provoca llantos
Hay mucho de narcisismo en la persona que siente la sombra de la duda, que se carcome, que se corroe. Que ve miradas y gestos en todo momento y lugar.
No, no se puede vivir con un celoso, tiene que ser tratado de esa patología que arruina su vida y la de la persona a la que dice querer.
Claro que en los manuales de psicología, de psiquiatría, se abordan los celos como lo que son, un grave problema, una enfermedad mental, un riesgo inequívoco de trastorno conductual y quién sabe si de hechos lamentables cuando no irreversibles.
Celos patológicos. Muchos detectives podrían hablarnos de las demandas de los celosos. Muchos clínicos podrían compartir con nosotros las ideas invasivas, redundantes, tóxicas, perturbadoras, paralizantes, agresivas, de rencor, de odio, que hacen que la persona viva como cierta lo que no es más que una fantasía estúpida pero invasiva.
El celoso siempre tendrá ocasión para serlo, siempre. Y, digo, una cosa es la emoción y otra la elaboración en el sentimiento. Y aún más la razón, démonos libertad y, si alguien no quiere estar conmigo, que se vaya, que vuele. Porque el ser humano no puede querer al otro enjaulado como si de un jilguero se tratase. El otro ha de poder volar.
Uno puede querer, pero no es posible exigir ser querido, este no es un camino de doble sentido. Es más, se puede querer y dejar de querer, se puede ser querido y un día sentir que lo que nos une ya es la distancia, la incomprensión. Sí, que los caminos ya no van en paralelo, que hay nuevas rutas.
Sí, libertad, libertad individual y sumativa. Esa es la exigencia del amor, la confianza, el respecto, el gusto por la independencia, por la autonomía del otro.
Siempre comparo los celos con la envidia. Los primeros parten del equívoco sentir de que el otro o la otra te pertenece, siendo que la envidia cercena y horada aspirando a algo que no se tiene.
¿Y no será que el miedo a la separación arruina a estas personas? Los celos no tienen edad, el celoso, si no es tratado, lo puede ser toda una vida, y notará siempre ese volcán interior, no solo de la inseguridad, sino de sentirse aturdido en la desconfianza, de sentirse dolorido, en lo que podría ser el sentir que no puede hacer otra cosa salvo comprobar y comprobar, para buscar confirmar lo que acabará dañándole.
Desde luego que los celos patológicos son una grave enfermedad mental. Y es que el ser humano dice querer mucho a los demás, y aún más a su pareja, pero se quiere más a sí mismo, a su propia imagen, a su proyección.
Celos, un muy mal compañero.