Javier Varela | 26 de marzo de 2019
Cada vez que hay cruce España-Malta en una fase de clasificación, ya sea de un Europeo o de un Mundial, es inevitable echar la vista atrás y recordar aquel mítico partido entre ambas selecciones que terminó con el triunfo español por 12-1. Tras más de 100 años de historia de la Roja, sigue siendo la mayor goleada a favor. Para varias generaciones, aquella victoria fue lo más parecido a un título, porque entonces España no era una selección de las que dominara el fútbol europeo –y mucho menos mundial- y deambulaba por el desierto de las fases de clasificación para morir en la orilla cuando llegaba el momento de jugarse las habichuelas que dan paso a los triunfos. Algo similar a lo pasa ahora, pero sin tener en la mochila dos Eurocopas y un Mundial en cuatro años.
Aquel partido significó para muchos el comienzo de la furia española. Una proeza a la que estamos tan acostumbrados en este país. Ya se sabe que, cuanto más difícil parece, más nos empeñamos en conseguirlo. Y así fue cuando los chicos de Miguel Muñoz necesitaban ganar por once goles de diferencia a la humilde Malta si querían estar en la Eurocopa del siguiente año en Francia. El partido fue el 21 de diciembre de 1983. Cómo olvidarlo. Un miércoles, sin colegio, con toda España pendiente del televisor y creyendo en la proeza. Las familias reunidas ante el televisor confiadas de vivir un hito especial.
En aquel equipo jugaban jugadores de todos los equipos. Era una España plural, en la que cabían jugadores de todos los colores y procedencias. Los Buyo, Goicoechea, Camacho, Maceda, Señor, Víctor, Gordillo, Sarabia, Carrasco, Santillana, Rincón y Marcos Alonso representaban lo que era la España de la época. Trabajo, sacrifico, esfuerzo y unión. Sobre todo unión. Porque aquel 12-1 a Malta solo pudo conseguirse por la fe inquebrantable, el esfuerzo y el trabajo en equipo. Eso que parece tan olvidado en los tiempos que corren.
Ahora, con la tranquilidad que otorgan los más de 35 años que han pasado desde entonces, se puede comprobar que lo que consiguieron aquellos futbolistas fue un milagro. De los pocos que pasan en el fútbol, pero que pasan. Y no fue fácil, porque tuvieron varios contratiempos que no auguraban nada bueno. El primero, que su portero titular, una leyenda para los futboleros de aquella época y el cromo que todos los chavales queríamos tener, estaba lesionado. Luis Arconada se perdió aquel partido para dar el testigo a un jovencito Paco Buyo sin experiencia internacional. Una papeleta para el gallego. Para colmo, Ricardo Gallego se lesionó en los días previos y una lluvia torrencial apareció en Sevilla –donde se disputó el partido- para dejar el césped embarrado y las gradas medio vacías -30.000 afortunados podrán decir que lo vieron en directo-.
La pachanga independentista de la selección catalana
Pero aquella España no era de las que se amilanaba ante nada. De hecho, el partido empezó con un penalti fallado de Juan Señor y un gol de Malta nada más marcar España. Ya no había que marcar once goles, sino doce. Más difícil todavía. Al descanso se llegó con 3-1 a favor de España y con 45 minutos por delante para hacer 9 goles. Otro equipo hubiera tirado la toalla, pero aquel grupo si algo tenía era fe. Y lo consiguieron. Marcaron 10 goles en la segunda parte –uno se lo anularon- y provocaron la invasión de campo, el famoso gallo de José Ángel de la Casa en TVE y que toda España fuera al día siguiente al trabajo con la sonrisa en la boca y cantando aquello de «sí, sí, sí, nos vamos a París». Es la magia del fútbol.
Pero en Malta no aceptaron la derrota deportiva y quisieron manchar el nombre de la selección nada más terminar el partido y varias décadas después. Primero, pidieron a la UEFA que investigara la actuación de sus propios jugadores para saber si podrían haber sido «sobornados» para dejarse golear. Pero lo peor llegó en marzo del pasado año, cuando en un reportaje emitido por Fiebre Maldini, el entonces seleccionador Scerri –que fue destituido tras el 12-1- y tres de sus jugadores –Bussutil, Fabri y Demanuele- acusaron a los futbolistas españoles tanto de ir dopados como de haber drogado a sus rivales. «La energía que tenían los españoles era algo fuera de lo normal. Noté durante el partido que les salía ácido líquido de la boca. Ese es uno de los efectos de tomar esteroides. Algunos jugadores tenían espuma blanca en la boca», asegura uno de los jugadores de Malta.
Por si esto era poco, todos desvelaron algo que, supuestamente, ocurrió en el descanso del partido cuando «entró al vestuario un hombre pequeño vestido de blanco con una bandeja grande con limones cortados. Tras tomarlos, me sentía borracho, como si hubiese estado toda la noche de fiesta», explica uno de ellos
Estas acusaciones, 35 años después del partido, tuvieron la respuesta de José Antonio Camacho, capitán aquel día de la selección española, que no se mordió la lengua: «Que entre un señor bajo, vestido de blanco y ofreciendo limones… Coño, pues no los cojáis. ¿Todos tomaron limones? Me parece una locura. Están demostrando que tienen muy poca categoría deportiva. Hemos pasado toda clase de controles y nunca hemos tenido nada. Eso de la espuma en la boca me parece una exageración. Yo ni sé lo que son esteroides. Cuando se llega a cierta edad se chochea y creo que es lo que están haciendo«. Camacho en estilo puro. Aquella victoria en el España-Malta se consiguió por trabajo, sacrifico, unión, fe, esfuerzo y trabajo en equipo. Solo así pudo lograrse una gesta de tales dimensiones.