Eduardo Schell | 15 de junio de 2018
El capitán del Real Madrid de Baloncesto es el jugador que más partidos ha disputado en la Liga Endesa, superando a Rafa Jofresa (756 partidos). Su liderazgo no se demuestra solo en la cancha, abandera multitud de proyectos infantiles con fines solidarios.
“Esta es de las canastas más importante de mi vida, uno de los logros del que más orgulloso me siento”. Son palabras de Felipe Reyes, miembro de la mítica generación de los Juniors de Oro con la que ha sido campeón del mundo, tricampeón de Europa –además de un bronce y dos platas-, dos veces subcampeón olímpico –además de un bronce- y capitán del Real Madrid, con el que ha conseguido el récord de partidos jugados en la historia de la Liga Endesa y con el que se ha proclamado dos veces campeón de Europa, una vez de la Eurocup, cinco veces de la ACB y de la Copa del Rey, tres de la Supercopa, amén de ser el mejor jugador (MVP) de la temporada dos veces y otras tantas de la final.
Un palmarés infinito, resumido aquí a vuelapluma, cargado de mil historias, momentos inolvidables, situaciones irrepetibles y gestas improbables. Pero esa frase de este jugador de leyenda no se refiere a ninguno de esos momentos. Fueron palabras que salieron de su enorme corazón tras donar más de 11.000€ a la Fundación Unoentrecienmil para seguir investigando la leucemia infantil.
Felipe Reyes no tenía ni idea de rentabilidad, ni inversiones, ni fondos fijos o variables, pero le ofrecieron participar en el desafío de Evo Banco compitiendo contra Juanma López Iturriaga, el mítico Palomero, y la actriz Ana Milán. El que sacara mayor rendimiento destinaría los fondos a una causa social. “Edu, no tengo ni idea de cómo lo voy a hacer, pero vamos a ganar y quiero destinarlos donde tu me digas”. Seis meses después, tras una ardua batalla de rentabilidad y sobre la bocina, Felipe llamaba emocionado: “¡Lo hemos conseguido!”. Acostumbrado a reinventarse en la cancha cada día añadiendo recursos a su juego, a mejorar su rendimiento y a sacrificarse por el colectivo, Reyes dio un giro radical a su estrategia en un intento a la desesperada por ganar: se agotaba el tiempo, cambió los fondos y ganó in extremis a Iturriaga y a Ana Milán.
Fue una medida desesperada. Como cuando se estira más que nadie para coger rebotes de oro ante jugadores mucho más altos, una muestra de tesón y voluntad como cuando añadió a su repertorio de juego un impensable recurso desde el triple, una lección de perseverancia como cuando se convirtió en una garantía desde el tiro libre –una distancia que se le atragantaba y era su talón de Aquiles-, una muestra más de su infinita generosidad e implicación que contagia con su eterna sonrisa y esa cara de no haber roto un plato en su vida, aunque luego se transforme en la cancha en Hulk o en Espartaco, que decía el inolvidable Andrés Montes.
En estos 18 años en la élite pasó de ser “hermano de Alfonso”, algo que ha llevado siempre con orgullo, a que Alfonso Reyes sea su hermano, algo que el mayor de la saga lleva con orgullo enarbolando la bandera del «felipismo». Bandera que ondeó a media asta en 2011 cuando su padre falleció durante la concentración de la selección española. Una pérdida inesperada, irreparable y sensible en el núcleo fuerte de la expedición, porque Alfonso, militar de formación y buenazo por naturaleza, era una pieza imprescindible en la gran familia que compone la selección y de la que evidentemente formaba parte Lola, la matriarca de una saga histórica de nuestro básquet. Fue un palo tremendo. Sus compañeros se volcaron con él. Lo acompañaron en el entierro, tunearon la canción de moda en grito de guerra al son de “todos los días sale el sol, Felipón” para animar al monarca del equipo y, poco después, Juan Carlos Navarro, capitán de la selección, le cedía el puesto para que recogiera el trofeo de campeones de Europa para que se lo pudiera dedicar a su padre. Jamás olvidó eso.
El único debe en su inmaculado historial trufado de títulos es que no ha sido capaz de acabar con un sambenito que le colgaron: el de peor jugador de pocha de la historia. Leyenda, realidad o conspiración, la verdad es que Felipe Reyes, capaz de gestas improbables, es algo que no ha podido desterrar. Él sostiene que no es verdad, que es un complot de sus compañeros, con Pau Gasol, Juan Carlos Navarro, José Manuel Calderón o Álex Mumbrú a la cabeza. Una telaraña de mentiras y medias verdades con la que no ha podido acabar y que fue una «morcilla» que soltaban los jugadores aunque no se les preguntara al respecto. Una coletilla que acompañó a todas las entrevistas de aquellos héroes que escribieron en el lejano Japón la página más importante de la historia de nuestro baloncesto: la medalla de oro mundial. Una gesta impensable, como la que lograron siete años atrás en el Mundial Junior de Lisboa derrotando a Estados Unidos en la gran final. Aquella proeza les abrió las puertas y con su trabajo incansable demostraron que aquello no fue flor de un día. Fue la semilla de algo gigante. De una larga lista de éxitos, logros, alegrías, con un denominador común: Felipe Reyes nunca cambió y, 18 años después, sigue siendo ese gigante de sonrisa imborrable y corazón enorme que siempre responde cuando se le necesita. Tan bueno y tan puro que, después de aquella entrega del cheque de 11.000€, fue entrevistado en Radio Pelona por niños supervivientes de cáncer infantil y no les pudo ocultar que iba a dejar la selección ese verano. Se lo dijo en exclusiva. A ellos no les podía «torear» como a la prensa. Porque así es Felipe Reyes.