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Sociedad

Polémica con los vientres de alquiler . El feminismo rechaza la maternidad subrogada

Juan Pablo Maldonado | 23 de febrero de 2017

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La plataforma No somos Vasijas ha publicado el manifiesto Las mujeres no se pueden alquilar o comprar de manera total o parcial. Este colectivo surgió en 2015, para, desde postulados feministas, hacer frente a la mal llamada maternidad subrogada.

Desde luego, coincidimos y apoyamos el título, la conclusión del manifiesto y la mayoría de sus razones. Pero discrepamos en alguna de sus premisas. Por supuesto, las mujeres no pueden ser usadas como contenedoras, ni sus capacidades reproductivas pueden ser compradas, ni se puede cosificar el cuerpo de las mujeres, ni mercantilizar el deseo de ser padres-madres, ni las mujeres se pueden alquilar o comprar de manera total o parcial, ni se puede exponer a las mujeres al tráfico reproductivo, ni las mujeres son máquinas reproductoras que fabrican hijos, ni el deseo de paternidad/maternidad puede sustituir  o violar a los derechos que asisten a las mujeres y a los y las menores. Todo esto lo dice el manifiesto y con todo esto coincidimos.

La razón principal que impide la maternidad subrogada se encuentra en la dignidad de la persona, en virtud de la cual determinadas facetas del ser humano quedan fuera del comercio

La plataforma firmante previene de los sutiles y engañosos términos con los que la compraventa de la maternidad se nos presenta. La llamada maternidad subrogada no se puede inscribir, como algunos pretenden, en el marco de la economía y consumo colaborativo. No se puede ni se debe acudir a la expresión gestación subrogada, porque -sencillamente- no es llamar a las cosas por su nombre. La recurrencia argumentativa al altruismo y generosidad de las mujeres gestantes no puede validar la regularización de los vientres de alquiler. Ningún tipo de regulación puede garantizar que no habrá dinero o sobornos implicados en el proceso; ninguna legalización puede controlar la presión ejercida sobre la mujer gestante y la distinta relación de poder entre compradores y mujeres alquiladas. Contra todo esto previene el manifiesto y con todo ello coincidimos, como coincidimos en la identificación que en el manifiesto se hace entre los intentos de regulación de la prostitución y las pretensiones de regularizar la compraventa de maternidad.

Peca -a nuestro juicio- sin embargo el manifiesto de cierta falta de coherencia. Como punto de partida, las feministas proclaman el derecho de las mujeres a decidir durante el proceso de embarazo y la posterior toma de decisiones relativas a la crianza, cuidado y educación del menor o la menor. En el manifiesto, ese derecho se concibe en términos individualistas y absolutos, como si nadie más allá de cada mujer tuviera nada que decir al respecto. Así, el manifiesto pone en el mismo plano la prohibición del aborto, la regulación de la prostitución y la maternidad subrogada, como “típicas formas en las que se ejercería el control sexual de las mujeres”. De esta manera, las sólidas razones antes indicadas se verían reforzadas por la legitimidad feminista.

 La expresión gestación subrogada no es llamar a las cosas por su nombre. La recurrencia argumentativa al altruismo y generosidad de las mujeres gestantes no puede validar la regularización de los vientres de alquiler

Pero es precisamente ese recurso a un supuesto  poder absoluto a disponer sobre el proceso de gestación lo que está en la base de la pretendida normalización de la maternidad subrogada. Al carecer de límites, ese derecho se concibe además como un derecho dominical. De ser así, resulta poco convincente poner límite a negocios jurídicos que tengan por objeto dicho proceso, como ocurriría con la maternidad subrogada, ya sea a título gratuito, ya sea a cambio de una retribución. Resulta difícil sostener al mismo tiempo un supuesto derecho a disponer sobre el proceso de gestación y lo contrario, es decir, su indisponibilidad.

La maternidad no es un negocio

La razón principal que impide la maternidad subrogada se encuentra en la dignidad de la persona, en virtud de la cual determinadas facetas del ser humano quedan fuera del comercio. Eso es lo que ocurre con la maternidad. No puede ser objeto del comercio; ni siquiera fraccionándola mediante la engañosa operación mental de distinguir entre concepción, gestación y crianza. El mero consentimiento no puede sacralizar negocios jurídicos cuyo objeto suponga la alienación de la persona haciéndola extraña a sus propios hijos. Es un evidente ejemplo de violencia extrema, sin matices.

Desde otra perspectiva, da miedo pensar en cómo parte importante de la juventud renuncia a sus proyectos vitales. Con frecuencia, en nuestras avanzadas sociedades, la maternidad, como ocurre con la paternidad, se posterga y se excluye. Al pobre siempre le quedó su prole; ahora corremos el riesgo de que a amplios sectores de la población no les quede ni eso. Mientras tanto, si nadie lo remedia, emerge un  incipiente y – parece – próspero mercado a costa, una vez más,  de mujeres.            

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