Javier Varela | 02 de febrero de 2019
El gran evento deportivo del año en Estados Unidos, la Super Bowl, se disputa este domingo. Un partido en el que juego y show se funden y en el que todas las miradas recaen sobre la gran estrella de la NFL: Tom Brady.
Este domingo se para el mundo, como todos los primeros domingos del segundo mes del año. Este 3 de febrero se disputa la 53ª edición de la Super Bowl. En realidad, no es más –ni menos- que la final de la Liga de fútbol americano (NFL) entre los New England Patriots de Tom Brady y Los Angeles Rams. Todo un acontecimiento en Estados Unidos y, desde hace un par de décadas, en todo el planeta.
Los Patriots y los Rams lucharán por conquistar el Trofeo Vince Lombardi, que recibe el nombre en honor del exentrenador de Green Bay y está fabricado cada año por la prestigiosa marca joyera Tiffany, en el Mercedes Benz Stadium de Atlanta.
Pero la Super Bowl tendrá una estrella que focalizará todas las miradas y no es otro que Tom Brady, el quarterback de los New England Patriots. Una leyenda del fútbol americano, del deporte estadounidense y un personaje que sobrepasa el aspecto deportivo por su forma de entender el deporte y la vida… y porque su mujer no es otra que la supermodelo Gisele Bündchen, lo que los convierte en la pareja de moda. A sus 41 años, Brady disputará su novena Super Bowl y quién sabe si lo hará ganando su sexto anillo de campeón, gracias a un exigente entrenamiento, una estricta dieta y un riguroso patrón de descanso, como ha explicado en su libro TB12 Method.
Tom Brady es vegano durante todo el año, salvo en los meses de invierno cuando compite. En ese momento añade carne roja a su dieta, en la que no faltan 25 vasos de agua diarios, así como un concentrado de electrolitos. La dieta estricta la completa con una rutina diaria de entrenamiento, en la que el 90% de los ejercicios involucran bandas de resistencia.
Pero si hay algo que cuida Brady es el descanso. Además de realizar sesiones de meditación, se acuesta a las 20:30 horas y se levanta a las 5:30 todos los días. Y, para que el descanso sea total, se mete en la cama con un «pijama» de recuperación que incluye partículas biocerámicas que absorben las longitudes de las ondas infrarrojas emitidas por su cuerpo y reflejan la energía infrarroja lejana –hay quien dice que es algo similar al efecto del reiki-, ayudando así a su cuerpo a una rápida recuperación y un sueño más reparador.
El otro aliciente deportivo, más allá del resultado, será el doble duelo generacional que se vivirá en el césped y en la banda. Tom Brady -el quarterback más viejo en disputar una final- y Jared Goff -de solo 24 años y uno de los responsables de que los Rams estén a un partido de conquistar su segundo título del equipo- se enfrentarán en un duelo para la historia. Algo similar ocurrirá en los banquillos, donde se citan los dos mejores técnicos, ahora mismo, de toda la NFL: Sean McVay, de 33 años, y Bill Bellichick, de 66.
Pero la Super Bowl es mucho más que deporte, como demuestra que la edición del pasado año fuera vista por 111 millones de personas -la quinta emisión televisiva más vista de la historia-, y que el espectáculo del descanso, que este año correrá a cargo de Maroon 5 y cuyo escenario se monta en apenas 8 minutos, fuera visto en 2018 por 116 millones (actuó Lady Gaga).
La NBC, cadena responsable de la Super Bowl, logró ingresar 534 millones de dólares durante el encuentro, a los que sumó otros 115 millones de dólares por los anuncios previos y posteriores al partido. Por no hablar de lo que supone el momento en el que se interpreta el himno estadounidense y que este año hará Pink por primera vez en su carrera.
Mientras dura la Super Bowl, y horas antes y después, monopoliza las redes sociales. El año pasado se generaron 414 millones de interacciones y solo en Twitter, Facebook e Instagram hubo 107,7 millones de interacciones alrededor del partido. Y, en esta vorágine de datos, el consumo en comida y bebida es brutal. Rebold estima unas ventas de 1.300 millones de dólares de cerveza, 979 millones de dólares de refrescos, 597 millones de vino, 405 millones de bebidas alcohólicas y 348 millones de dólares de agua embotellada durante la emisión del partido. En cuanto a comida, se estiman 278 millones de dólares en patatas fritas, 224 millones en nachos, 198 millones en pizzas preparadas, 81 millones en ensaladas, 80 millones en alitas de pollo, 62 millones en aguacates para preparar guacamole y 60 millones de dólares en sándwiches. Una oda al consumismo extremo. Una locura.
Viendo estos datos, parece que lo menos importante de lo más importante es, en realidad, el partido. Pero no. Para muchos españoles, sentarse a ver la Super Bowl es como cuando las vacas ven pasar el tren. No entienden nada más allá del espectáculo que supone. Es verdad que muchos -cada vez más- siguen la liga con regularidad y que la afición por el fútbol americano sigue en aumento en España. Además, en la competición de este deporte que hay en nuestro país cada vez participan más equipos. Pero, sinceramente, la mayoría de los que se sientan ante el televisor en la madrugada del lunes lo hacen porque la Super Bowl «mola».
Mola verla y mola contar que las has visto y quedar con amigos para verla. De hecho, se ha convertido en un acontecimiento social por encima de lo deportivo. Lo de menos será quién gane, aunque algunos tendrán su corazoncito en favor de los Patriots o de los Rams, porque el show se come al deporte. Muchos estarán ante la pantalla como las vacas viendo pasar el tren. En cualquier caso, que gane el mejor. Y disfruten.