Alejo Vidal-Quadras | 21 de octubre de 2020
Vox dispone de la oportunidad de presentar a los españoles, en una ocasión solemne y ampliamente difundida, una visión distinta y opuesta a la del disolvente progresismo imperante.
Cuando Vox anunció su intención de presentar una moción de censura a Pedro Sánchez, las reacciones oscilaron entre el menosprecio y el desconcierto. En principio, parece que lanzar semejante desafío siendo el tercer Grupo del Congreso, y sin ningún apoyo de otras fuerzas de la oposición, corre el peligro de representar una pirueta estéril, propia de gentes inmaduras que galopan suicidamente, como en la célebre carga de la Brigada Ligera cantada por Kipling, hacia las inalcanzables líneas de baterías enemigas. Sin embargo, dado que los estrategas del partido conservador se supone que no actúan irracionalmente, merece la pena examinar más de cerca las circunstancias, la intencionalidad y los posibles efectos a medio y largo plazo de esta insólita operación.
La situación política que atraviesa España no es normal y reviste especial gravedad. Hasta tal punto es así que un prestigioso medio de comunicación europeo se ha referido a nuestro país como un posible «Estado fallido», en el que el conjunto de la estructura institucional se agrieta, y un reputado economista alemán ha puesto en duda recientemente la conveniencia de transferir a España sustanciosos fondos comunitarios por la falta de garantías de que sean usados debidamente.
En efecto, si constatamos que la cuarta economía de la zona euro está gobernada por una coalición de socialistas hiperventilados y comunistas bolivarianos con el apoyo externo de golpistas separatistas y de filoterroristas, cuyo programa consiste básicamente en liquidar la unidad nacional, atacar la propiedad privada, ahogar a las empresas y derribar la monarquía, es decir, desmontar la obra de la Transición para reemplazarla por el totalitarismo, la inestabilidad y la ruina, tendremos que concluir que a los ojos del resto de la Unión Europea hemos dejado de ser un socio fiable.
Frente a tal amenaza existencial, nuestra sociedad civil está atenazada por la cobardía y el debilitamiento de todos aquellos valores que la dotarían de solidez y de capacidad de reacción, y la oposición flojea de remos, fragmentada e ideológicamente desorientada. El Partido Popular ha demostrado con la defenestración de Cayetana Álvarez de Toledo que renuncia explícitamente a dar la batalla en el terreno conceptual y moral, y se limita a esperar que Pedro Sánchez se incinere en sus propios excesos para recoger cómodamente los escombros sin la fatiga que implica el combate. En cuanto a Ciudadanos, intenta penosamente salvarse de la extinción demostrando ser un partido «útil», aunque tarde y sin verdadera influencia.
Por tanto, Vox ha captado la oportunidad de adoptar el papel de auténtica oposición, la que plantea batalla de frente y sin concesiones. La moción de censura sería, en este contexto, el instrumento que le presta el Reglamento del Congreso para reprobar a un Gobierno que, con su incompetencia, imprevisión y sectarismo, está arrastrando a España al hundimiento. Si, como todo indica, populares y centristas votan en contra de la moción, Vox se erigirá, en gloriosa y heroica soledad, como la única alternativa al desastre en las próximas elecciones generales. Ese es su plan y ese es el enfoque que pretende dar a la moción de censura.
Existe otro aspecto que puede resultar determinante. Aparte de la crítica a un Ejecutivo que incurre en el diabólico absurdo de gobernar la Nación en compañía de aquellos que quieren destruirla, Vox va a disponer de la oportunidad de oro de presentar ante los españoles, en una ocasión solemne y ampliamente difundida, una visión distinta y opuesta a la del disolvente progresismo imperante de cuáles deben ser los principios, las metas y las políticas de la España del siglo XXI.
Si, como todo indica, populares y centristas votan en contra de la moción, Vox se erigirá, en gloriosa y heroica soledad, como la única alternativa al desastre en las próximas elecciones generales
En la actual atmósfera asfixiante de multiculturalismo tribal, feminismo radical, ecologismo catastrofista, estatalismo invasivo, revisionismo vengativo y abandono de la cultura del esfuerzo, el mérito, el patriotismo y la libertad individual, esta moción de censura puede sonar como un clarinazo en la niebla, que despierte a millones de nuestros conciudadanos ahora adormecidos por la droga del relativismo hedonista y del colectivismo empobrecedor, y les devuelva la lucidez y el orgullo de saberse seres humanos dueños de su destino y llamados a una vida propia y plena, sin dependencias humillantes de las limosnas de un Leviatán opresor y endeudado hasta las trancas.
Sin embargo, como todo plan bien trazado sobre el papel, necesita de una correcta realización para alcanzar el éxito. Falta ver si la puesta en escena, la construcción del discurso, el acierto en el lenguaje verbal y corporal, la contundencia de los argumentos y la convicción en la tribuna estarán a la altura de la ambición de la hazaña. Pronto lo sabremos, pero, de momento, los impulsores de esta osada iniciativa tienen el mérito, rompiendo la grisura, la mediocridad y el resignado conformismo dominantes, de haberla planteado.
La mejor manera de ganar la batalla cultural es no librándola. ¿Por qué? Porque batalla cultural significa violencia disfrazada de cultura.
La crisis de Cataluña me hizo ver que el único valladar era Vox, partido gracias al cual mi voto volvió a ser tan positivo como en los tiempos de Alianza Popular.