Luis Núñez Ladevéze | 20 de octubre de 2020
El porvenir de la moción de censura no está en Santiago Abascal, está en Pablo Casado. Si su disposición regeneradora resulta convincente, personificará el liderazgo que el constitucionalismo aglutinante y moderado precisa para dirigir el timón hacia la reconstrucción.
Un Gobierno heredero de una moción de censura con independentistas y comunistas, más destructiva que constructiva, lejos de tranquilizar la convivencia durante una crisis institucional y económica descontrolada, promueve la discordia, excita el enfrentamiento y anuncia embestidas contra la paz social, como la ley de memoria democrática y, tras adulterar la Fiscalía del Estado, una anticonstitucional reforma judicial.
La asociación del socialismo con partidos anticonstitucionales y el deterioro de las instituciones, cuyos reglamentos se retuercen para convertirlos en arietes desestabilizadores, hace del Gobierno un agente vírico. La desvelada amenaza a la monarquía parlamentaria y a la separación de poderes justifica recurrir a la excepcionalidad de una moción de censura, aunque la gane el Gobierno.
La alternativa que podría aglutinarse refleja, no obstante, la más inexplicable dispersión electoral de la leal oposición desde la gestación del Partido Popular, en 1989. En 1996, consiguió ganar electoralmente con un discurso unificador que hoy se desangra entre reproches para argumentar una división incomprensible. La fragmentación favorece que un Gobierno minoritario administre a gusto la moción de 2018 y retenga el poder, no para gobernar un país unificado por la desolación social, económica y sanitaria, sino para proseguir la erosión iniciada por aquella iniciativa. Destruir es el lazo que une la disparidad de socios que la respaldaron. Pedro Sánchez continúa cultivando la fricción corrosiva. Basta desenterrar a Franco o apuntar a Cuelgamuros para que parte del electorado trate de contener impulsivamente al socialismo podemita, y la otra reaccione para impedir un neofranquismo imaginario.
En auxilio del vicepresidente Pablo Iglesias, se anuncia ahora una ley partidista que aprisione al Poder Judicial y una reforma procesal para gestionar una Fiscalía ad hoc. Un giro de tuerca que obligue al PP a negociar contra su programa. Más leña para avivar el fuego que menos inquieta al Gobierno: una moción presentada por Vox. La propaganda oficial enfanga al PP con Gürtel y Kitchen y lo recubre con la vestimenta vociferante de Vox. Franquista, no porque Vox sea una prolongación del franquismo residual, sino porque muestra rutinas que los telediarios asocian a un pasado desaparecido hace medio siglo. Falseado por la memoria histórica, su sola invocación paraliza las presuntuosas ilusiones de los voceros.
Si la quinta moción de censura llega para perder, ¿cuál es su objeto? Claro, poner en evidencia una labor sectaria y degradante. La moción de Felipe González en 1980 se sabía fallida. Contextualmente examinadas, es la contrafigura de la que ahora se experimenta. El PSOE, oposición mayoritaria, iba solo. Vox, minoritario, busca humillar al PP como segundón de su estela. En 1980, el centrismo era una jaula de grillos cuyos ministros disfrutaban criticando al líder. Hoy domina una alianza interesada en blindar al Gobierno. González exhibió su alternativa frente al disparatado cuestionamiento interno del liderazgo de Adolfo Suárez. La actual moción germina en un ambiente inverso. Representa esta fragmentación suicida un partido menor –lo cual también la diferencia de la malograda moción de Ciudadanos contra Quim Torra–. Su haber se concentra en los motivos de Santiago Abascal para renunciar a sanear su antigua morada cuando pudo hacerlo desde dentro.
Lo decisivo no es la moción, sino salvar al Consejo General del Poder Judicial de una invasión anunciada para comprometer al PP en el reparto judicial
Esta moción se parece más a las minoritarias de Antonio Hernández Mancha, segunda, 1987, y de Pablo Iglesias, tercera, 2017. Como Mancha e Iglesias, escenifica su puesta de largo. Mancha fracasó, no lo votaron ni sus socios. Iglesias desgastó su escasa gloria. Abascal puede precipitarse como ambos. González ni se ocupó de Mancha, bastó que Alfonso Guerra sentenciase lo que, ninguneado por Sánchez, un segundón repetirá a Abascal: «Derecha reaccionaria vestida de populismo». Entregar al Gobierno un escenario para exhibir la desunión es luteranismo cainita. Tan poco preocupa a Sánchez que ni siquiera la desacredita, mientras acosa a la Comunidad de Madrid antes de visitar al Pontífice romano.
El porvenir de la moción no está en Abascal, está en Pablo Casado. No habiéndola propuesto, si la ocasión lo propiciara, tendrá las manos libres para otra moción ya vedada para Vox. Es improbable, porque la excepcionalidad del instrumento lo desaconseja, pero podría hacerlo. Abascal tendría que definirse entonces ante una iniciativa ajena. Pero, ahora, lo decisivo no es la moción, sino salvar al CGPJ de una invasión anunciada para comprometer al PP en el reparto judicial. Un pulso con Sánchez sobre la reforma presentada hace dos años al Senado.
Otra hipotética moción de censura exigiría integrar en la oposición constitucionalista a los distanciados votantes de Ciudadanos y socialdemócratas ocultos, descarriados por la deriva gubernamental, en torno a un liderazgo de Estado del que carece Vox. Una moción de lealtad constitucional, no de oportunismo cainita disfrazado de patriotismo sentimental. Una moción de reafirmación europea y esperanza cooperativa en la concordia cívica encarnada por la monarquía parlamentaria. Nada de ello visible en la actual.
Si Casado consigue eludir sin desdoro el abrazo populista, compatibilizar la negociación del Consejo con la moción de censura y resistir las sirenas que cantan la ansiedad de Vox por ampliar su espacio electoral a base de disminuir las posibilidades de una alternativa congruente, si su disposición regeneradora resulta convincente e ilusionante, personificará el liderazgo que el constitucionalismo aglutinante y moderado precisa para dirigir el timón hacia la reconstrucción.
España necesita un líder hábil estratégica y mentalmente para maniobrar en la confusión, no para sacar de apuros al Partido Popular. La internacionalmente respetada monarquía española se juega una baza para fortalecerse internamente. No depende del oportunismo, sino de la moderación integradora. Tampoco la respuesta efectiva al ataque a la independencia judicial pende de la moción. Casado la ha planteado donde se frena al narcisismo autocrático: mediante la proposición de ley en el Congreso, apoyándose en las instituciones europeas y ante el Tribunal Constitucional. Lo que salga de esta escaramuza no atará sus manos si no pierde la confianza en sí mismo, mantiene la altura de miras y reserva sus pacientes energías estratégicas para ser efectivo en circunstancias oportunas.
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