Luis Núñez Ladevéze | 12 de noviembre de 2020
El líder del PP se enfrenta al problema de que, para alcanzar el fin principal de sustituir electoralmente a la izquierda, ha de abordar la dificultad de no poder eludir el hecho ya consumado de que sus decisiones topan con las del partido que rivaliza con su liderazgo en la oposición.
La abstención de Pablo Casado en la votación del nuevo estado de alarma no necesitaría comentario si las condiciones previstas de la nueva regulación fueran acordes a las de la anterior, que requería votar la prórroga quincenal en el Congreso. Esta vez se trata de aceptar la suspensión provisional, prolongada durante medio año, de libertades y derechos constitucionales del Título I, especialmente los enumerados en el Capítulo Segundo, que no son renunciables por que sean regulables. Tras escuchar la exigente oratoria del líder del Partido Popular, sin parangón con la de cualquier otro diputado, es natural extrañarse de que su voto no hubiera sido negativo. Se comprende también que, transcurridos unos días, los comentarios de tertulianos y columnistas vuelvan sobre esta intervención. Haberse abstenido después de haber expuesto una réplica incuestionable sobre la pretensión consumada de devaluar el control de la Cámara puede parecer incongruente, porque no cabe duda de que tuvo que ser, por arriesgada, una decisión calculada y meditada.
Se habla sobre cómo conjugar medidas inevitables para frenar la pandemia y medidas imprescindibles para no paralizar la actividad económica. Ambas se requieren para el mismo fin. La desprotección económica incrementa la propagación del virus, la proximidad a que obliga la relación comercial entre personas facilita su expansión. Es un caso de cómo mantener un equilibrio de exigencias opuestas, lo cual suele pasar en cualquier circunstancia de la vida en que nos encontremos. Siempre hay que conciliar, consciente o inconscientemente, tendencias de signo contrario. El exceso de trabajo perjudica la eficacia, el exceso de descanso alimenta la indolencia. Equilibrar vida laboral y vida familiar. La actividad económica es solo un entorno específico de esta relación dialéctica que se manifiesta en casi todos los ámbitos del flujo social y del trasiego personal.
La economía del esfuerzo es una forma moderna de expresar lo que Aristóteles llamó «el punto medio virtuoso». No es, como se suele creer, el punto equidistante entre extremos de una línea, sino el punto de encuentro de todos los vectores que comprometen una decisión. Podría representarse mejor como la cúspide de una montaña desde la que contemplar un escenario muy amplio para vislumbrar el camino propicio. Puede no ser el más corto para llegar al destino deseado, sino el que por la suavidad del terreno nos permita llegar antes sin desfallecer.
Lo que tan fácilmente se entiende para adoptar una decisión apurada que lleve a compensar dos o más requerimientos en conflicto, como frenar la pandemia cuanto se pueda, y mantener en lo posible la actividad económica, se aplica también a la actividad política, igualmente comprometida como la económica por reclamaciones diversas de orientación antitética que no pueden relegarse al decidir. Hacerlo adecuadamente lleva a combinar dos cualidades virtuosas, fortaleza y prudencia. Traduciendo la terminología de las virtudes al lenguaje propio de los actuales estudios políticos, equivale a conjugar el liderazgo, para alcanzar el fin previsto, con la estrategia para planificar un camino nunca previamente trazado para llegar a ese fin.
El Gobierno enardece a Vox para impregnar a los populares del aroma que devalúa electoralmente a la ultraderecha
El líder político tiene que tener claro su objetivo y los medios para alcanzarlo. El del PP se enfrenta al problema de que, para alcanzar el fin principal de sustituir electoralmente a la izquierda, ha de abordar la dificultad de no poder eludir el hecho ya consumado de que sus decisiones topan con las del partido que rivaliza con su liderazgo en la oposición. Devaluado Ciudadanos, Vox es el rival que fragmentó la unidad y ahora disputa la primacía. El Gobierno enardece a Vox para impregnar a los populares del aroma que devalúa electoralmente a la ultraderecha. Es indiferente que la expresión ‘ultraderecha’ sea o no adecuada para describir a Vox, más constitucionalista, por cierto, que los valedores independentistas y los socios comunistas del Gobierno. Lo relevante es que el confuso constitucionalismo de Vox está a la derecha de la derecha. Topográficamente es la ultraderecha. Lo será para la propaganda gubernamental y para la retina del elector.
Para vencer a Sánchez hay que borrar la fotografía de Colón, el gran error de la oposición, que llevó a unas elecciones de las que, al cabo, emergió el actual Gobierno. Fue la eficaz campaña propagandística contra el fantasma de la ultraderecha lo que condujo al actual escenario de promesas electorales infringidas por Sánchez. El discurso de Casado en la sesión parlamentaria tenía por fin borrar el vínculo que ligaba a aquella instantánea, impresa todavía en la retina electoral. La decisión de abstenerse en el Congreso confirma esa estrategia. Entre el discurso y el voto tiene que haber coherencia. ¿Pudo haber cambiado de discurso para mantener el voto o cambiar el voto para mantener el discurso? O puede que el camino virtuoso sea el de la abstención.
Lo que ahora falta probar es si el reconocimiento de los electores puede llevar a sumar una representación suficiente para acabar con la coalición de Sánchez. No es un camino fácil, cómodo ni rápido. No hay dudas de su reafirmación en el liderazgo interno. Si la estrategia de la moderación es también congruente para convencer al ciudadano, lo comprobaremos en el momento electoral, que acaso pudiera anticiparse. Es donde se resuelven los destinos políticos para ganar el Gobierno, ya que es vano tratar de conseguirlo en mociones de censura con insuficiente respaldo.
Vox dispone de la oportunidad de presentar a los españoles, en una ocasión solemne y ampliamente difundida, una visión distinta y opuesta a la del disolvente progresismo imperante.
En España los datos muestran la peor gestión de la pandemia. El Gobierno conduce el país con la marcha atrás, directo a repetir los errores del pasado, mientras la prensa internacional nos pinta prácticamente como un Estado fallido.