Juan Milián Querol | 18 de noviembre de 2020
Bildu ha pasado de ser repudiada a ser ejemplar, aunque digan que han venido a destrozar la democracia. Cada día, un pasito más hacia el abismo.
Pedro Sánchez ha elegido a ERC y Bildu para aprobar sus primeros presupuestos generales del Estado. No es una cuestión coyuntural. Es una decisión estratégica, ya que tenía otras opciones. El Gobierno de coalición está impulsando un cambio en la cultura política española para dejarla en un poco de cultura y en nada de española. El PSOE ya es Podemos. Y ahora quiere inducir una metamorfosis social y destruir los consensos y los valores constitucionales. Quieren convertir España en una pléyade de fragmentos resentidos dispuestos a aceptar cualquier aberración política o económica si esta lleva el sello de la izquierda. Lo que ayer era intolerable, hoy pasa a ser democrático y progresista.
La gubernamental memoria histórica se acaba cuando ETA empezó a matar. Bildu no solo es blanqueada, es ensalzada porque «arriman el hombro». Lo paradójico es que el acuerdo es loado arguyendo los valores que se pretenden destruir. Nada schumpeteriano: pura destrucción destructiva. Dicen que los hombres de la Transición habrían pactado con estos abertzales que «trasladan abrazos a Josu Ternera», pero son los consensos de la Transición lo que este Gobierno trata de dinamitar. La propia Bildu lo confirma y se recrea. Su diputado en el Parlamento vasco y secretario general de Sortu, Arkaitz Rodríguez, lo deja negro sobre blanco: «Nosotros vamos a Madrid a tumbar definitivamente el régimen», es decir, a tumbar la democracia.
Algunos albergan esperanzas en una reacción de los barones socialistas. Sin embargo, estos se limitan a ser comentaristas de la metamorfosis. Tuitea Guillermo Fernández Vara que ver a Arnaldo Otegi siendo clave en los PGE es un «fracaso como país» y que, «en lo personal, iré a la farmacia a buscar un antiemético». Es decir, diluye las responsabilidades y se las atribuye al país, no al que ha tomado la decisión, no a su partido. Y, en lo personal, no moverá un dedo para cambiar la situación. Sus náuseas tienen cura fácil y ningún diputado socialista extremeño se opondrá al pacto con los de Otegi. Lo mismo podríamos decir de Emiliano García-Page o Javier Lambán. Los otros callan o, directamente, aplauden.
Pedro Sánchez, lo hemos escrito alguna vez, es un significante vacío que puede ser rellenado con cualquier ideología, pero ostenta un poder absoluto en su partido. Nadie le tose. No hay contrapoderes. Tampoco los quiere para su Gobierno, de ahí el ataque a la independencia del Poder Judicial, a la libertad de los medios de comunicación, a la libertad en la educación, a la monarquía o a las autonomías gobernadas por el Partido Popular. Sánchez quiere el poder, el contenido le da igual; este ya lo aporta Podemos. Lamentablemente, esta historia ya la hemos vivido y no hace mucho. Cataluña «se jodió», como escribiría Mario Vargas Llosa, cuando el supuesto nacionalismo moderado puso corbata al separatismo, cuando Artur Mas convirtió una idea mala y minoritaria en algo respetable e, incluso, ilusionante. Cambió la cultura política. Ahora no pocos abogan por desobedecer selectivamente las leyes que no les gustan. Es una transformación efectuada con anestesia casi general. Se prometen subvenciones, ingresos mínimos vitales y ERTE que nunca llegan. Y, así, sin darnos cuenta, un día despertamos y nos gobiernan los antivalores de Bildu.
No admitirán devoluciones, ni queja alguna. El pluralismo será asediado, como lo ha sido en Cataluña. El comité de la verdad nos dirá que nada de esto está sucediendo, pero nadie podrá decir que no se podía saber. La arrogancia podemita hizo que lo dejaran todo por escrito o grabado. Palabras de Iglesias: «Es crucial tener un ministro de Comunicación teniendo como referencia lo que han hecho en Ecuador, Argentina y Venezuela», porque «que existan medios privados ataca la libertad de expresión». «Estos tienen que estar controlados por el Estado». Esta es la ideología del Gobierno de España; este es el drama de los españoles. Como advirtieron los presidentes de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) o Federación de Asociaciones de Periodistas de Madrid (APM) en sendas entrevistas en ABC, nada garantiza que no vayan a monitorizar y censurar medios de comunicación españoles o a las voces críticas con su gestión. Están cambiando la cultura política de un país desde arriba, desde las entrañas del poder. En las alturas, Bildu ha pasado de ser repudiada a ser ejemplar, aunque digan que han venido a destrozar la democracia. Quizá por eso.
Cada día, un pasito más hacia el abismo. En Navarra, Bildu hizo presidenta a María Chivite y ya están a punto de aprobar sus segundos presupuestos unidos. En Cataluña, el PSC piensa volver a hacer presidente de la Generalitat a Pere Aragonés (Esquerra) tras las elecciones del próximo de febrero. En el País Vasco, algún día no muy lejano los diputados socialistas votarán a lehendakari a Arnaldo Otegi. Se cerrará el círculo y se romperá el mundo de ayer. La metamorfosis del PSOE en una izquierda poco obrera que reniega de todo lo común se habrá completado. Triste noticia. España necesita también una izquierda que la defienda.
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