Pilar Marcos | 03 de diciembre de 2020
Lo importante para un Gobierno experto en levantar castillos en el aire es convencernos de que, en un futuro cercano y solo gracias a Sánchez, aquí habrá vacunas para dar y tomar.
Al final de las Navidades, entre el 29 de diciembre y el 12 de enero, esperamos el milagro científico que conjure el maleficio de este 2020. Las dos fechas han sido marcadas por la EMA (Agencia Europea del Medicamento) para dar su OK definitivo a las vacunas de Pfizer, el 29 de diciembre, y de Moderna, el 12 de enero. Reino Unido, como ex de la Unión Europea, acaba de dárselo a la de Pfizer. Empezarán a vacunar la próxima semana en 50 hospitales, y eso puede servir al (aislado) continente europeo como amplio banco de pruebas.
Los mayores expertos anónimos en descontar promesas, los mercados bursátiles, han desatado este noviembre una carrera alcista sin precedentes. Y aquí, nuestro más contumaz experto en capturar buenas nuevas en beneficio propio no ha quedado a la zaga. Doctor en Economía, opera como gran maestro en el ajedrez de élites extractivas: lo más importante de la vacuna es ofrecerla como un logro que debamos agradecerle.
En solo una semana, el Gobierno anunció solemnemente media docena de veces que España será pionera en la vacunación para la COVID de la población. Que nadie tenga la más mínima duda: es la solución del presidente Pedro Sánchez, y no ofrece más solución. Esa y desprestigiar los trabajos realizados por otros para convivir con el virus minimizando los contagios, en especial si esos otros se llaman Comunidad de Madrid.
El martes, el mismo día en el que la EMA anunciaba las 2 fechas clave para las vacunas de Pfizer y Moderna, el Gobierno nos anunció sus compras: 8,35 millones de dosis de la vacuna de Moderna, 20,87 millones de dosis de la de Janssen (Johnson&Johnson) y 23,5 millones de dosis de la de CureVac. ¿Perdón? ¿Y Janssen y CureVac tienen ya listas sus potenciales vacunas? No. Incluso -ojalá no- podrían caerse y no estarlo nunca. ¿Por qué se compran entonces? Pues porque quien decide esas compras es la Comisión Europea, y las reasigna a los países miembros. Esto se cuenta poco, porque lo importante para un Gobierno experto en levantar castillos en el aire es convencernos de que, en un futuro cercano y solo gracias a Sánchez, aquí habrá vacunas para dar y tomar. ¿Y en el entretanto?
El entretanto da igual. Por eso el martes ningún ministro del Gobierno acompañó a Isabel Díaz Ayuso en la inauguración del hospital para pandemias Isabel Zendal. Los elogios a las arcas de Noé -infraestructuras pensadas para encapsular a los contagiados por una pandemia y así evitar que interfieran y entorpezcan el trabajo diario de los hospitales en zonas densamente pobladas- solo son válidas para otros países, pero son anatema si quien decide ponerlas en marcha es una Administración gobernada por el Partido Popular.
Pues dólares contra galletas a que el Isabel Zendal será un éxito, como lo fue el hospital de campaña en el Ifema, como lo está siendo la campaña de test de antígenos y de confinamientos quirúrgicos para evitar la parada en seco de la economía de Madrid, y como lo serán esos test rápidos en farmacias o, después, en el domicilio. Porque, además de prometer vacunas futuras que todo lo curarán, lo razonable ahora -y después- es aprender a convivir con la COVID multiplicando los esfuerzos para minimizar el riesgo de contagio y -a la vez- evitar el desastre económico, social y personal de volver a cerrarlo todo.
El método empírico es la primera lección que la pandemia nos ha regalado en este otoño. Otros prefieren los cierres medievales, las soluciones mágicas y el autobombo
Este ha sido el silencioso éxito de la Comunidad de Madrid, y lo ha conseguido con todo y todos en contra; asumiendo estoicamente las acusaciones de poner en riesgo la salud y la vida de los madrileños por negarse a enclaustrarlos a todos de nuevo, por rechazar otro parón en seco de la actividad, y por poner en marcha -entre la incredulidad general- una extensa y bien pensada campaña de test casi tan precisos como los PCR, pero muchísimo más rápidos y baratos, y por ello más eficaces para detectar a tiempo los contagios y someter a cuarentena solo al entorno más cercano de la persona infectada.
¿Podría haber salido mal? Sin duda. Pero el método empírico es la primera lección que la pandemia nos ha regalado en este otoño: nos exige recordar que se avanza con prueba y error, recabando datos y respetando las enseñanzas que ofrecen esos datos, con la mente abierta y sin prejuicios. Otros prefieren los cierres medievales, las soluciones mágicas y el autobombo.
Nuestro señor presidente primero se fue a La Rioja, un viernes 20 de noviembre, a anunciar que el Consejo de Ministros del 24 aprobaría un «plan nacional de vacunación contra la COVID». Debió pensar que no nos habíamos percatado de la profundidad del anuncio porque, dos días después, domingo a las seis de la tarde, irrumpió por televisión en los hogares: «Nuestro país, España, será el primero de la Unión Europea, junto con Alemania, en tener un plan completo de vacunación». Con la modestia de ponerse al nivel de Alemania, filtró quiénes compondrían los ocho grupos de población en los que segmentarían la distribución de la prometida vacuna. Presumió de que la buena nueva habrá llegado a «una parte muy sustancial de la población» en el primer semestre y avisó de que el Consejo de Ministros aprobaría «la estrategia de vacunación única» para toda España. Vaya, tanta cogobernanza… pero la vacuna se la tendremos que agradecer únicamente a él.
El martes era el gran día para el anuncio (otra vez). Al concluir el Consejo de Ministros, el ministro Salvador Illa contó que ya no iban a ser ocho, sino 18 los grupos de población estabulados para la distribución de la vacuna. Y que ya irían contando más detalles. El viernes 27 Illa volvió a la carga: la vacuna llegará enseguida, pero con otra estabulación de la población: ya no serían 18 grupos, sino 15. Ocho, 18, 15… qué más da. El sábado volvió Sánchez: habrá vacunas cuando avance 2021, y será gracias al Gobierno. Es lo único que está claro: gracias al Gobierno.
El Gobierno solo tomó medidas frente al coronavirus cuando pasó el 8M, pese a las advertencias de la OMS y el espejo de Italia. Ahora, lejos de atajar la situación, buscan culpables colaterales.
Sánchez soltó el mando único para que las autonomías asumieran un papel que no les corresponde ante una amenaza externa y global. Ahora ve cómo todo el peso de la culpa cae solo en Madrid, la joya del PP.