Juan Pablo Colmenarejo | 09 de marzo de 2021
No se ha tratado a los españoles como adultos. Solo la comparación con la canciller alemana, Merkel, basta para explicar la diferencia y saber lo que no es un discurso infantil. La fatiga pandémica existe, con más de 70.000 muertos, ya que otros 30.000 el Gobierno no los reconoce como víctimas de la COVID al no certificarse sus fallecimientos con pruebas PCR.
Dice el señor don Fernando Simón, portavoz del Ministerio de Sanidad, que hay fatiga pandémica. Por una vez, sirva de precedente. Anotemos el sintagma y, en esta ocasión, no pasemos a lo siguiente sin hacer aprecio. El señor Simón, lejos de tranquilizar, ha inquietado, desasosegado, sorprendido y agitado a la opinión pública española con explicaciones sin un punto medio de conexión. El señor Simón ha transitado desde la altanería a la simpleza, sin esa estación de paso -donde la mayoría se reconoce- llamada sentido común. Ni los españoles entienden una clase magistral de epidemiología ni tampoco se encuentran en un umbral de infantilismo tal que necesitan volver a los juegos de palabras en Barrio Sésamo. La propaganda ha suplido a la pedagogía.
Las interminables alocuciones de culebrón protagonizadas por el presidente del Gobierno durante el encierro de los 100 días terminaron por desesperación del público. Ni Sánchez era Churchill ni España sufría ataques aéreos nocturnos durante horas. Más que una guerra, la pandemia es una plaga que ha desbordado a una sociedad acostumbrada a exigir respuestas inmediatas a todo. Pero si, además, sus representantes, y por lo tanto responsables de la toma de decisiones, naufragan en la incompetencia o se refugian en la táctica, sin duda se produce un colapso que, prolongado en el tiempo, provoca un diagnóstico de fatiga.
Desde el comienzo de la crisis del virus COVID-19, no se ha tratado a los españoles como adultos. Solo la comparación con la canciller alemana, Angela Merkel, basta para explicar la diferencia y saber lo que no es un discurso infantil. La fatiga pandémica existe, con más de 70.000 muertos en España, ya que otros 30.000 el Gobierno no los reconoce como víctimas de la COVID al no certificarse sus fallecimientos con pruebas PCR. Otro quiebro más a la realidad, que produce fatiga, a pesar de la realidad constatada por el Instituto Nacional de Estadística y el de Salud Carlos III. Como en su momento ocurrió con las mascarillas, o con la ausencia de material para proteger a los profesionales de los hospitales y los centros de salud, lo mismo sucede ahora con las vacunas. Aquella caja de noviembre con la pegatina del Gobierno de España escondía una ilusión, no una realidad. No había vacunas para tantos en tan poco tiempo. Los mayores de 70 empezarán dentro de un mes y, aunque haya una avalancha de viales antes de verano, seguirá sin ser toda la verdad aquello que se anunció cuando se presentó a los españoles una caja con una pegatina del Gobierno de España.
Cuando salgamos de esta, tal vez ya no habrá fuerzas para examinar lo hecho y dicho por quienes tienen la responsabilidad de tomar las decisiones. Tanto los políticos como quienes los asesoran detienen la actividad económica y lo hacen ajenos a las consecuencias. Otra de las fatigas de este año. Hay un discurso que en vez de hacer pedagogía arrasa con la palabra economía en favor de la salud, como si fuera el mal frente al bien.
La fatiga de millones de españoles un año después impide saber si cuando salgamos de esta tendrán fuerzas para volver a empezar. Las restricciones y los recortes de libertades y derechos fundamentales se han convertido en hábitos
La brecha entre el sector público y el privado se ha agigantado. Cuando se predica a favor de los cierres de la llamada economía de contacto (hostelería y comercio), se hace obviando la realidad de un tejido productivo diseminado en cientos de miles de pequeñas actividades. No se ha tenido en cuenta que el sector privado no tiene el salario asegurado como el público. Todavía un año después no hay ayudas directas. O, lo que es lo mismo, no se ha indemnizado a quienes se ha obligado a cerrar suspendiendo sus derechos, sin pagar los daños. Hay ejemplos de lo contrario. El Gobierno alemán mandó parar, pero con la orden en una mano y el cheque en la otra.
La fatiga de millones de españoles un año después impide saber si cuando salgamos de esta tendrán fuerzas para volver a empezar. Las restricciones y los recortes de libertades y derechos fundamentales se han convertido en hábitos. La resignación generalizada abona el terreno. Por poco que nos quede, aprendamos que no se debe desistir de la democracia ni siquiera en pandemia. Por lo menos, que no se nos olvide que la libertad no se suspende, ni se aplaza. Hoy ha sido un virus. Mañana ya veremos. O combatimos la fatiga con la verdad o nunca se acabarán los espejismos.
Cualquier acontecimiento tanto natural como artificial se convierte en una monumental bronca. Da lo mismo una máquina quitanieves que una aguja para inocular la vacuna.
El 2021 ha empezado bajo cero, como no se recordaba en décadas. Dice el refrán que será un año de bienes. Si se consigue doblegar a la COVID será más que suficiente.