Guillermo Garabito | 25 de marzo de 2021
Cuando podamos ver el sanchismo con suficiente perspectiva, comprobaremos que era exactamente eso, un trilero que planta tres cubiletes sobre la mesa y a los tres les pone el cartel de transparencia. Y como mueve muy rápido las manos y los tiempos políticos, todos pasan por alto lo único importante, que en verdad en ninguno están las cuentas.
Pedro Sánchez es un truco de magia de esos suicidas en el que, hasta perfeccionarlo, murieron unos cuantos por el camino. Porque hay una España que todavía quiere parecerse a Hollywood y por eso no se conforman con las cartas de Juan Tamariz, sino que se empeñan en emular a David Copperfield. Así se explica que Pedro Sánchez tuviera que esposarse las manos a la espalda, los pies, tragarse una llave y lanzarse al río prometiendo que todo saldría bien al irse de Ferraz, y desde entonces toda la política española no deja de ser mero ilusionismo. Esa es la clase de políticos que pide gran parte del público, votantes que siempre necesitan más: más acción, más muertos, más Rocío Carrasco, más Meghan Markle, que es un vodevil americano ambientado en Inglaterra.
Hay cierta fascinación por que todo sea al por mayor, da igual la calidad, lo importante es la sensación, esa nueva droga de nuestra generación. Y quien mejor lo ha entendido y lo ha puesto de moda en España es su presidente. Lo importante no es la transparencia, sino la sensación de transparencia, y así todo. Somos adictos a la sensación. Para qué molestarse en lo genuino si nos sirve con la sensación.
Lo que ocurre es que en España, sobre todo cuando queremos imitar las películas americanas, nos sale una comedia de Jardiel Poncela. Y mientras el Gobierno anda creando la sensación, que es mero ilusionismo de que nada con tiburones, mete en cintura a la Unión Europea con el reparto de los fondos, o corrige la deriva franquista que llevábamos, por lo visto, ya desde los Episodios Nacionales. Lo que en realidad está haciendo es un truco de magia, que como todo espectáculo lo único que busca son los aplausos. La anatomía de cualquier truco, por muy sofisticado que sea, es siempre la misma: conseguir que el espectador se fije en lo opuesto a donde está ocurriendo el ardid. En ese agitar las manos, porque ya no se estila la ayudante guapa como antes –que sería cosificar–, es donde está en realidad la magia.
La prestidigitación, que en política es el populismo, porque mientras en Moncloa están dando el cambiazo en el momento crítico de cualquier maniobra, te lanzan a Pablo Iglesias, a Irene Montero, a Garzón, a Vox y ahora también a Ciudadanos, que son las manos del presidente que se agitan para distraer la atención. ¡Tachán! Y mientras allí se cuece lo importante, eso que no se debe ver porque es la norma más básica de cualquier espectáculo de magia, te planta Ciudadanos una moción de censura en Murcia, lo gestiona en Madrid y en Moncloa, por si no fuese suficiente entretenimiento, le ordena a Luis Tudanca que también presente una en Castilla y León, y así ya tenemos dos semanas de público encandilado. ¡Qué bien agitan las manos! Porque Ciudadanos no es el rottweiler del sanchismo, al que le quita el bozal para mantener a raya a la derecha, como han defendido muchos estos días. Inés Arrimadas es, solamente, la ayudante guapa que al sanchismo le viene bien.
Ciudadanos no es el rottweiler del sanchismo, al que le quita el bozal para mantener a raya a la derecha, como han defendido muchos estos días. Inés Arrimadas es, solamente, la ayudante guapa que al sanchismo le viene bien
Y otro día el señuelo son los muertos, al otro una moción de censura de Vox, y que los españoles se distraigan mientras nosotros seguimos en lo importante, que es nombrar asesores sin obstáculos, convertir a escoltas en jerifaltes de Renfe, soltar cincuenta y tres millones de billetes a la aerolinea Plus Ultra, invitar a amigos a Las Marismillas a pasar las vacaciones y todas esas cosas en las que consiste gobernar, según Pedro Sánchez.
Después del fracaso de lo de Murcia, de lo de Castilla y León y de lo que se intuye en Madrid el cuatro de mayo, se le empiezan a ver las costuras al truco de magia, que ya no es tan sofisticado como parecía. Precisamente porque, cuando podamos ver el sanchismo con suficiente perspectiva, comprobaremos que era exactamente eso, un trilero que planta tres cubiletes sobre la mesa y a los tres les pone el cartel de transparencia. Y como mueve muy rápido las manos y los tiempos políticos, todos pasan por alto lo único importante, que en verdad en ninguno de los cubiletes están las cuentas. Lo suyo, comprobaremos, no era un truco brillante, ni mucho menos de Houdini. Como buen español, tan solo era un truco de cartas, lo que ocurre es que inteligentemente las había apilado en forma de castillo de naipes, que siempre llama más la atención. Exactamente eso, porque el sanchismo, como la jirafa que desaparece en La gran belleza de Sorrentino, «¡es solo un truco!».
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