Jaime García-Máiquez | 23 de abril de 2021
Díaz Ayuso asciende al trono del poder de manera implacable. Da gusto verla, guapísima y feliz. Pero a cada paso que da se balancea en una fina cuerda de equilibrista por culpa de las contradicciones de su propio partido.
Que los medios de comunicación a través de los políticos, de la intuición de los politólogos, de las supuestas encuestas y sus calculados cálculos, nos inciten a votar por un partido más fuerte, con mayor capacidad de conseguir mayor representación, que no es el que exactamente lo representa a uno, haciendo cambiar las ideas propias por un pragmatismo a corto plazo de otros… es algo triste. Tan inverosímil como frecuente.
El voto útil hay que entenderlo, en realidad, como una reacción ante un adversario común, de ahí que se haya puesto de relieve la dudosa legitimidad moral de fomentar «un voto en negativo». El voto en positivo sería entonces -qué cosas- el inútil. Este tipo de reacción está basado en la Ley que formuló Maurice Duverger (1917-2014), que afirma que el sistema electoral incita a la desaparición de fuerzas que estuvieran creciendo o debilitándose, y conduce a un bipartidismo que favorece a los dos partidos capitales.
Y hablando de capitales, pongamos que hablo de Madrid. El PP y PSOE, como siempre, piden nuestro voto útil. Pero lo hacen con la boca pequeña, pues saben que la evidencia técnica de la escasa aplicación de la Ley D’Hondt en una circunscripción única como Madrid les podría dejar en ridículo, y… «No hay nada más vergonzoso para un hombre público que ponerse en ridículo», que dijo Menandro (Atenas, 342-292 a.C). Lo recordaba Luis María Anson en un reciente artículo denunciando «la lenidad política de Rajoy».
Está claro que Isabel Díaz Ayuso arrasará en las elecciones (salvo en el mundo paralelo de Tezanos), pero también que necesitará el apoyo de Vox para gobernar, en el supuesto de que los dos sumen hasta la mayoría. Al votante, a ti y a mí, a los proyectos políticos que estos partidos representan, al futuro de Madrid en definitiva, lo mismo da sumar 60 + 12 que 50 + 22 que 65 + 7, con tal de que no acaben gobernando los comunistas desde su poderosa minoría. Pero estas sumitas que yo acabo de hacer de manera arbitraria no le dan en absoluto lo mismo ni al PP madrileño ni al nacional, ni a Pablo Casado ni a la estructura política que se jacta de «dar de comer» a sus afiliados. Ganarán esta batalla sin duda, pero en lo que de verdad está pensando es en vencer en la guerra.
El encumbramiento de Isabel Díaz Ayuso por parte de Pedro Sánchez, como la gran oposición a la que vencer, oculta bajo mi punto de vista un apoyo en la sombra: Ayuso, Almeida, Casado, Rajoy por supuesto… han acabado siendo el barbecho sociológico de la izquierda. Critica a diestro y siniestro cuando está en la oposición, pero no toma ninguna medida de calado para contrarrestarlos cuando están en el gobierno. No aspiran a más guerra cultural que a la eficacia servil de sanearle las cuentas al enemigo. En el peor de los casos, como con Aznar, son esos pasitos atrás que le sirven a la izquierda para coger carrerilla y pegar un salto aún mayor en cuanto pueda. Lo que teme de verdad Sánchez es una oposición que lo mire a los ojos y le diga que por ahí no pasa. Solo así se explica la faraónica maquinaria de desprestigio y silenciamiento de Vox desde todos esos medios de comunicación que el PP le regaló a la izquierda.
Díaz Ayuso asciende al trono del poder de manera implacable. Da gusto verla, guapísima y feliz. Pero a cada paso que da se balancea en una fina cuerda de equilibrista por culpa de las contradicciones de su propio partido, que ella encarna hoy en cuerpo glorioso: cuando dos mil quinientos jueces firman un manifiesto en contra de la intromisión política en la judicatura, no solo denuncian «el putiferio de la fiscalía» (y todo lo demás) socialista, sino también la implicación en ello de los Populares. O el «adoctrinamiento» en las aulas del que hablaba hace unos días la propia Ayuso, que resulta pasmoso en boca de la presidenta de un partido que lleva gobernando Madrid con las competencias en educación transferidas un cuarto de siglo. O los chiringuitos ideológicos de la extrema izquierda que, subvencionados por la comunidad, se dedican a atentar («A por ellos, como en Paracuellos») en los mítines incluso (cría cuervos) del PP. O la pasividad frente a la ideología de género. O la desatención de las familias, a las que Ayuso (que vive con Bolbo, su perro) conoce de oídas. O, por cierto, ese tema del que la presidenta ha dicho que detesta hablar en tiempo de elecciones, el aborto…
Es una oportunidad de oro, inédita diría, para votar en absoluta libertad política, en conciencia y sin consecuencias
«El aborto no es un derecho, ni un delito, es un fracaso», ha manifestado Isabel Natividad Díaz Ayuso. No deja de tener su sarcasmo que de semejante tema haga desentenderse a la política («no es un derecho») y a la justicia («no es un delito») y lo lleve al terreno de lo personal («un fracaso»), victimizando aún más si cabe a la madre e ignorando, por supuesto, la vida del niño. No es una competencia de la comunidad, pero cuánto se podría hacer desde el epicentro de España por la defensa y dignidad de la Vida, de su principio a su fin.
Es la ambigüedad de palabras en la que los líderes del PP se han convertido en maestros. Otra frase lapidaria: «Perdí la fe a los 9 años -ha dicho Ayuso- pero comparto los valores católicos». ¿En serio, Isabel? ¿Cuáles? ¿Amarás a Dios sobre todas las cosas?: «Soy agnóstica»; ¿no tomarás el nombre de Dios en vano?: «Dios no me hizo perfecta y por eso no soy de Vox»; ¿santificarás las fiestas?: «Una de las señas de identidad de Madrid es que se pueda comprar en domingo»; ¿honrarás a tu padre?… Mejor no sigamos.
En fin, sabiendo que ganará Ayuso de manera aplastante, y que podrá gobernar con Rocío Monasterio, la decisión de nuestra papeleta adquiere un carácter que está por encima de la simplicidad del voto útil, del resultado del 4M o del progreso económico de la comunidad, pues justamente las políticas económicas de PP y Vox -no nos engañemos- son similares. La decisión de nuestro voto no tiene que venir determinada por la amenaza de la ruina que siempre trae la izquierda, ni por el porcentaje de poder entre PP y Vox, sino por las ideas y los ideales que realmente ambos representan, y en cuál de ellos somos capaces de reconocernos más nítidamente.
Es una oportunidad de oro, inédita diría, para votar en absoluta libertad política, en conciencia y sin consecuencias. No sabemos cuándo habrá otra oportunidad como esta, pero es posible que dependa de lo que votemos ahora. Además, así, nuestro voto será «inútil» tan solo para aquellos que querían utilizarlo.
He aquí que el exitoso modelo tributario de Madrid es puesto en cuestión por algunos. Y, cuando vienen unas elecciones autonómicas, se ven obligados a combatir en un terreno en el que no querían combatir.
Tres partidos separados y con líderes que se hostigan a la menor ocasión nunca podrán gobernar España.