Daniel Berzosa | 10 de junio de 2021
Según Iván Redondo, no hay límites para la «ventana de Overton», técnica consistente en la manipulación ordenada del público para conseguir cualquier cosa con su aceptación, desde lo que era impensable, inaceptable, impronunciable.
La razón política madurada en Europa a lo largo de los siglos concluyó que la mejor forma de gobierno de las naciones, cuyos miembros aspiraran a vivir en un régimen de libertad (política, económica y moral) era aquella donde quien o quienes ejercieran el poder habrían de estar sometidos al «tribunal de la opinión pública» (Bentham), que es la opinión de los ciudadanos sobre cualquier asunto público (Tönnies).
Las condiciones inexcusables para que tal ideación funcionara —y funcione— es que sea racional, libre y general; y para ello necesita, también como requisito inexcusable, un público formado por individuos ilustrados, es decir, instruidos, educados, cultos. Y ello es uno de los supuestos estructurales del Estado constitucional o democrático.
Desde que la homogeneidad social de aquellos ciudadanos burgueses o liberales (un público restringido por la propiedad o la formación) se vio desplazada por el concurso político triunfante de las «masas» (conjunto heterogéneo de bloques homogéneos), a finales del siglo XIX y primeros del XX, y el concepto de «público» se amplió naturalmente tanto como aquellas, el diseño constitucional original de la opinión pública quedó herido de gravedad. Al no ser posible, por la falta de medios, o no querer ciertas ideologías, pese a sus proclamas, formar unas masas ilustradas, un público ilustrado.
Y esta mutación decisiva no ha hecho más que consolidarse y extenderse, tras dos guerras mundiales, una «guerra fría» también mundial, un aparente «fin de la historia» —proclamado por un memo de proporciones terráqueas— con la caída del Muro de Berlín en 1989, seguida de una era del vídeo-poder y la vídeo-política (Sartori), a la que se han sumado con especial fuerza de alteración el redes-poder y la redes-política.
Desde el rol de la opinión pública en el entramado estructural del Estado democrático y su tarea fundamental de controlar socialmente la acción del gobierno, el problema de su transformación no surgiría tanto por la «multitud» en sí, cuya psicología tan acertadamente describió Le Bon ya en 1895 (La psychologie des foules), sino, como brillantemente describió Tarde, en la nueva composición del «público» y los «movimientos de opinión» que surgieran o se inocularan en él: «Se ha estudiado la psicología de las multitudes; queda por hacer la psicología del público, entendido como una colectividad puramente espiritual, como una diseminación de individuos físicamente separados y cuya cohesión es únicamente mental» (L’opinion et la foule, 1901).
La técnica más potente que ha generado esta visión es la conocida como «ventana de Overton». Dicho de la forma más sencilla posible, consiste en la manipulación ordenada del público para conseguir cualquier cosa con su aceptación, desde lo que era impensable, inaceptable, impronunciable. No hay límites al objetivo, según Evgueni Gorzhaltsán en 2014. Según Iván Redondo en 2017, tampoco. Esta concepción tardiana de la opinión pública como fuerza colectiva espiritual de individuos separados (en la reinterpretación de Redondo: «El Internet invisible de nuestras mentes, donde reside el verdadero poder político») es la empleada de forma casi incontenible con los nuevos medios de persuasión por los agentes de la política.
Ni que decir tiene que tal arte ha encontrado el terreno abonado en la actual sociedad de la tolerancia, el relativismo, sin ideales firmes, ni visiones duraderas, ni verdades objetivas; donde es casi imposible (solo minorías) aceptar una división nítida entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, lo que debe ser y lo que no.
El público puede acabar aceptando desde la legalización de la eutanasia hasta el canibalismo, siempre que se sigan cinco etapas en este orden, escribe Gorzhaltsán: de lo impensable a lo radical; de lo radical a lo aceptable; de lo aceptable a lo sensato; de lo sensato a lo popular; y de lo popular a lo político. En el resumen de Redondo, «el esquema siempre es el mismo: la ventana se va moviendo a lo largo del tiempo de su estado inicial, desde aquello que era impensable, e irá avanzando progresivamente hacia las siguientes cinco fases: radical, aceptable, sensato, popular y plenamente político».
Para arreglar lo que ha sucedido en la última década en Cataluña se necesita un liderazgo valiente… (que requiere) soluciones que no son fácilesIván Redondo, jefe del Gabinete de la Presidencia del Gobierno
No hace falta un gran esfuerzo para entender que esta técnica «puede ser más eficaz que la carga nuclear como arma para destruir comunidades humanas» (Gorzhaltsán). Como tampoco para advertir que es el credo del principal asesor del presidente del Gobierno y, por lo observado desde hace tres años en que accedió a la cúspide del poder ejecutivo del Estado, él, su gobierno y sus agentes auxiliares, propios (en las estructuras públicas y en la sociedad) o por compañerismo de viaje (separatistas, nacionalistas, comunistas, populistas; «sindicatos de clase»; empresas privadas fuertemente dependientes del boletín oficial) lo han asumido también.
Advertido esto, se comprende sin mayor dificultad que el acceso al Gobierno de Pedro Sánchez se construyera y su desenvolvimiento se sostenga sobre pactos, propuestas y gestos impensables o simultáneamente contradictorios hace apenas unos años. Pacto con el comunismo populista y el separatismo, acercamiento de presos condenados por terrorismo, desprecio y reconocimiento de estas víctimas, cesión de competencias de prisiones al País Vasco, pitorreo carcelario e indultos a los golpistas de 2017, reforma del delito de sedición para favorecerlos y a los prófugos … Pero todo ello, según el primer asesor de Pedro Sánchez, se debe a que «España necesita un poquito de estabilidad y este presidente se la va a dar». El nombre de España que no falte.
Y ya viene la mesa de diálogo entre los partidos de la mayoría parlamentaria (objetiva y conceptualmente anti-nación española; pero, para los de esa apuesta ‘overtoniana’, que entiende la nación española de otro modo o que España es una nación de naciones) en la que se apoya el Gobierno para articular una confederación encubierta, que, sin tocar formalmente la Constitución, conceda la hegemonía a sus socios en Cataluña —y donde toque— para garantizar una larga estabilidad al pacto de gobierno y al «statu quo» de impedir que el centro-derecha y la derecha lleguen a recuperar el poder de la dirección del Estado. Naturalmente, Redondo ha dicho en su reciente comparecencia en el Congreso que «España se construye con el Gobierno y con la oposición».
El enfoque sobre Cataluña lo desveló sin tapujos el afamado director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno en el citado artículo hace cuatro años: «Si no disputas la hegemonía, la pierdes. Y si el PP o el PSOE quieren desplazar la ventana, tras años de inacción, ya no hay otra solución que adentrarse en ella. El Ejecutivo o el Legislativo deberán tomar la iniciativa. Pero sea quien sea el que tome el impulso, sólo con un manejo adecuado de su propia ventana de Overton, encontrará una salida, y ya no será continuar como una autonomía, de una Cataluña dentro de España».
Ahora sirve a quien sirve y con incuestionable lealtad africana («un asesor se tira a un barranco por su presidente…; estaré con él hasta el final»), y es claro que su jefe y los suyos han asumido esta ventana ‘overtoniana’. Sin duda, por eso, hace unos días, Redondo también ha dicho lo que ha dicho respecto de los indultos, con la mesa de diálogo entre bambalinas: «Para arreglar lo que ha sucedido en la última década en Cataluña se necesita un liderazgo valiente… [que requiere] soluciones que no son fáciles». Prepárense; anuncia un cambio de paradigma de ciento ochenta grados o, al menos, el Gobierno de Overton lo va a intentar con todas sus consecuencias.
A modo de súplica. Hay que tener cuidado con la cercanía a las ventanas; porque, como en toda apuesta, se puede ganar; pero también se puede acabar defenestrado. Lo terrorífico de esta clase de juegos de azar no es que el jugador se arruine, sino que arrastre con él a toda una sociedad libre, a toda una nación antiquísima, a todo un Estado social y democrático de Derecho, al que tanto costó llegar, afianzar y construir.
Conceder esta medida de gracia a los condenados por sedición es darles una razón que no tienen. Es regalarles la oportunidad de volver a humillar a los catalanes que no se saltan las leyes. Por ello, debemos ir a Colón y adonde sea necesario.
Por frivolidad o engreimiento, Pedro Sánchez no lo oculta, cita a Largo Caballero como ejemplo y abraza los consejos de Zapatero con fruición. Esos son sus padres ideológicos.