José F. Peláez | 11 de junio de 2021
Que el PSOE humille a sus cuadros a mí me da exactamente igual. Pero que nos humille al resto, a mí, a mi hija y a los que educamos en democracia y libertad, no me da igual en absoluto.
Recuerdo perfectamente aquellos días y, sobre todo, aquellas noches. Una panda de salvajes tiraba adoquines a la Policía Nacional y quemaba Barcelona, dejando en el ambiente ese tufillo de estiércol chamuscado y eructo de fuet que tan bien representa al nacionalismo catalán. Si esto fuera una viñeta, la Policía respondería a la ofensiva lanzando a aquellos paletos cejijuntos un millón de libros desde una de esas catapultas. Pero, lamentablemente, no vivimos en el maravilloso mundo de JM Nieto y allí no había libros, los habrían quemado para seguir presos en la oscuridad de sus pocas luces. Lo que sí que había era un camión cisterna lanzando agua, que yo suponía bendita, porque la verdad es que hacía su efecto y no solo limpiaba aquello de modo metafórico sino, sobre todo, de una manera muy física.
Las calles, literalmente, ardían en una de esas hogueras de las vanidades, pero versión cafre, cejijunta, chusquera. Cuando no hay demasiadas luces, crepitan más fuerte las hogueras. La tele nos enseñaba las barricadas en Vía Layetana, los contenedores derritiéndose en llamas y una ciudad entera en manos de la degradación moral que trae consigo la degradación intelectual, si es que, en realidad, ambas no fueran en realidad la misma. La maldad y la estupidez suelen ir de la mano siempre y eso no porque los buenos sean listos, sino porque los listos suelen comprender rápido lo rentable que es ser buena gente. Y claro, ya nunca se bajan de ese pasaje hacia la felicidad que es hacer lo correcto siempre, porque sí y a cambio de nada, solo de la propia dignidad. Los policías se protegían como podían de la lluvia de piedras, y el Canal 24 horas explicaba que lo que en realidad estaban buscando los cafres era incendiar una grillera con una patrulla de mossos dentro, para quemarlos vivos, para matarlos de un modo cruel, con los cascos unidos a la cabeza, los chalecos antibalas fundiéndose con la propia carne y la piel con el uniforme. Esto último a veces creo que lo consiguieron porque, desde luego, muchos tienen el escudo unido al corazón.
Mi hija miraba absorta la televisión y yo tuve que explicarle que esto es lo que hay, que este es el país en el que vive, que se vaya acostumbrando a la realidad poco a poco. Hay un camino que recorrer entre la fantasía de Disney y la realidad cruda de las CUP, entre la magia Harry Potter y la perversión de Cuixart, entre la belleza de las princesas de los cuentos y la maldad de los cuentos de Forcadell. Hay un camino entre la sofisticación y la búsqueda en la que ha sido educada y la vulgaridad que lleva aneja la ignorancia, como una lapa a las rocas del Cantábrico. Es duro despertar de la niñez de repente y que una niña se pregunte: «¿Por qué hacen eso, papá?» ¿Por qué nos odian de esa manera?».
Y tener que explicarle que no lo sé, que el mal nunca se anuncia como tal, sino que viene envuelto en forma de bien, con lucecitas y colorines que lo hagan más apetecible. Que simplemente se creen diferentes a nosotros y que no conozco a nadie que cuando dice sentirse diferente quiera decir que se sienta peor. No, el diferente siempre se cree mejor, y eso es porque no conoce nada, porque no entiende nada, porque no conocen la historia y, por supuesto, porque no conocen a Dios. En caso contrario, ayudarían a sus hermanos y tratarían de comprenderlos, porque comprender es perdonar, es decir, amar. Y como no es el caso, dan golpes de Estado y abren cabezas.
Lo de los policías en el suelo, sin conocimiento, tras haberles tirado una valla a la cabeza, fue solo la segunda parte. En la primera, tuvimos que ver cómo policías y guardias civiles de toda España fueron a Cataluña a garantizar que la democracia y la ley se cumplirían, que impedirían lo que los jueces impidieron, que no se puede votar acabar con la igualdad o con la libertad y que España los protegerá siempre de sí mismos y, sobre todo, de los fascistas que los empujan hacia ese abismo del que veremos un día caer a Pedro a Iván, amarraditos los dos, espumas y terciopelo. La niña vio también cómo esos héroes fueron expulsados de los hoteles, cómo no les daban de comer, cómo los escupían y cómo los emboscaban por defender la libertad de todos.
Por supuesto, me siento avergonzado por mi hija y por todos los niños. Tengo la sensación que nos están mirando con esa cara con la que se mira a un padre borracho. Son niños que están creciendo viendo en la tele un golpe de Estado, violencia contra la ley, dos millones de locos contra la democracia. Yo le explicaba que nadie puede ponerse por encima de la ley, porque eso es ponerse por encima del pueblo del que emana, es decir, ser un fascista. Y que nosotros no somos fascistas sino demócratas. Le explicaba que no se responde con violencia a la violencia, que hay una separación de poderes, que la Policía los cogería y los llevaría a los tribunales y que, en un juicio justo y con todas las garantías, con una defensa brillante y con la ley en la mano, los jueces determinarían los delitos que habían cometido y la pena que llevan consigo, pena que todos y cada uno de ellos conocían antes de actuar. Y nosotros acataríamos lo que los jueces dijeran.
Y ahora tengo que explicarle que era mentira. Que eso de acatar lo que dicen los jueces era falso. Que para el PSOE aquellos adoquines están legitimados como vía política. Que tenemos un presidente en guerra contra el resto de poderes del Estado, contra el legislativo, contra el judicial, contra la Corona y hasta contra la Policía y la Guardia Civil. Tengo que explicarle que cuando yo le hablaba de la Constitución como garantía de concordia, de consenso, de reencuentro, de dialogo, cuando le hablaba de la Transición e incluso cuando vimos en aquel museo el abrazo de Genovés, todo era mentira, porque, para el presidente de nuestro Gobierno, la garantía de concordia, de consenso, de reencuentro, de diálogo, de la Transición y el abrazo de Genovés son los que tiraban entonces adoquines, y nosotros, una panda de fachas.
Tenemos un presidente en guerra contra el resto de poderes del Estado, contra el legislativo, contra el judicial, contra la Corona y hasta contra la Policía y la Guardia Civil
Los que en casa intentamos explicar a los niños que no hay que usar la violencia porque solo la ley pondría a los criminales en su sitio… ¿Qué les decimos ahora? A ver cómo se atreve el PSOE ahora a pedirnos al resto que no cojamos el pasamontañas y vayamos a la Delegación del Gobierno con adoquines y cócteles molotov, si eso es precisamente lo que están legitimando como vía política ellos, no yo, no la gente normal, no la gente civilizada y sensata, no los que educamos a nuestros hijos en la democracia y la paz; no, lo legitiman ellos, su partido, en concreto ese señor al que ellos mismos echaron a patadas de Ferraz porque era un peligro para España y al que ahora siguen con actitud lanar; ese mentiroso que prometió endurecer el delito de sedición y va a poner los votos de la gente que lo creyó para hacer exactamente lo contrario; ese ‘amo’ que les prometió no indultar a los golpistas y va a traicionarlos haciendo justamente lo contrario; ese caudillo, ese antilíder que humilla diariamente a sus votantes, tratándolos como a ganado.
Que el PSOE humille a sus cuadros a mí me da exactamente igual. Pero que nos humille al resto, a mí, a mi hija y a los que educamos en democracia y libertad, no me da igual en absoluto. No hay equidistancia, posible, hija. Nosotros somos los buenos y los buenos no llamamos socios a los que tiran adoquines o dan golpes de Estado. No sabemos hacer un cóctel molotov, pero sabemos aguantar la mirada. Y a los diputados del PSOE, una cosilla: «Tápense un poco, señores, que hay niños (demócratas) mirando».
La portavoz de Unión78 afirma que este próximo 13 de junio en la Plaza de Colón «a Sánchez le tiene que quedar claro que, quizás, él siga adelante con sus indultos, pero que los españoles no lo vamos a indultar a él».
El vicesecretario de Comunicación del PP afirma que «si Sánchez decide conceder el indulto a los secesionistas, la legislatura está acabada».