Pilar Marcos | 01 de julio de 2021
Lo que se constató este 30 de junio en el Congreso es que a Sánchez sus socios le conceden dos años y medio para intentar su nueva Transición con sus nuevos actores económicos y sus nuevas élites. Todo escalofriantemente nuevo, pero nada novedoso.
La solemnidad con la que Pedro Sánchez hizo la proclama al inicio del debate parlamentario de los indultos pretendía llenar todos los titulares: «No habrá referéndum de autodeterminación en Cataluña». Palabra de presidente. El problema es que su credibilidad es tan frágil que hasta Gabriel Rufián se burló del compromiso presidencial, por su averiada fiabilidad: «También dijo que no habría indultos; denos tiempo». Pero no es imposible que ambos se salgan con la suya si los de Rufián, y más allá, decidieran facilitar el juego de las apariencias a Sánchez, y más acá.
Rufián le ha dicho a Sánchez: “Dice que no habrá referéndum de autodeterminación, pero también dijo que no habría indultos. Denos tiempo”.
Ante la humillación solo baja la cabeza porque ya no le creen ni sus socios y les dará lo que le pidan para seguir en el poder. pic.twitter.com/1PAMBesGvb
— Pablo Casado Blanco (@pablocasado_) June 30, 2021
No es imposible que tal cosa ocurra porque lo que sí hicieron este pasado 30 de junio todos los socios de Sánchez, del PNV a Bildu, de Podemos a Errejón, de pro-Junqueras a pro-Puigdemont… es garantizarle los próximos dos años en La Moncloa. Alguno dijo dos años y medio. Y no es poco. «Hay una mayoría de investidura con la que se puede trabajar», resumió el PNV, con palabras de Aitor Esteban.
Con esa garantía de investidura (o de Frankenstein), tiene muy limitadas posibilidades de éxito la reclamación de Pablo Casado para que convoque elecciones, al menos, mientras las encuestas sigan ofreciendo al PSOE las malas perspectivas que inauguró el 4-M madrileño y que han acentuado los indultos. Como muy limitadas son también las posibilidades de éxito aritmético de la moción de censura contra Sánchez que Vox y Ciudadanos piden al PP que presente, y sobre la que también hizo sus chanzas el coriáceo inquilino de La Moncloa.
El «¡váyase, señor Sánchez!» puede crear un clima de opinión favorable a la alternancia, como en su momento (1994) impulsó José María Aznar contra Felipe González. Se fue, sí, pero en 1996, con un mínimo adelanto electoral y una derrota dulce. De igual forma, la moción de censura puede impulsar la imagen de un líder, como logró un joven González gracias a la que presentó en 1980 contra Adolfo Suárez (dos años antes de las elecciones de 1982), o pueden hundirlo, como le ocurrió a Antonio Hernández Mancha en 1987.
También pueden -simplemente- quedar como un debate más de política general. Ése fue el resultado de la moción que presentó Pablo Iglesias contra Mariano Rajoy en 2017, o Santiago Abascal contra Sánchez hace menos de un año. La censura, al haberse convertido en un recurso parlamentario recurrente, puede resultar, simplemente, un remedo a ese Debate del Estado de la Nación que el jefe del Gobierno elude presentar.
Tendremos «¡váyase señor Sánchez!»: «Dimita, disuelva el Parlamento y convoque elecciones. Solo así podrá absolverle la Historia», reclamó Casado como cierre de su intervención. Y habrá moción de censura. Si no la presenta el líder del PP, terminará registrándola Santiago Abascal el próximo otoño… Al tiempo.
Ha llegado el tiempo del perdón, de la única opción posible: el acuerdo. Es imprescindible que Cataluña hable con Cataluña para recomenzar. Nos necesitamos todos para el acuerdo, queremos contar con todos/as en la etapa de concordia y oportunidades que se abre tras la pandemia. pic.twitter.com/EvakL3vWnG
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) June 30, 2021
En todo caso, lo probable en este momento es que los socios de Sánchez cumplan lo anunciado en este último debate parlamentario y le concedan, mal que bien, los dos años (o dos años y medio) que restan de legislatura. Es mucho tiempo que el líder socialista parece soñar para una reedición de los felices años 20 (del siglo XX) en lo económico, y para una nueva Transición (del siglo XXI) en lo político. Para lo económico confía en los fondos europeos y en el afán de la gente por recuperar el consumo y la actividad que quedaron confinadas durante la pandemia. Y para su nueva Transición utilizó una expresión que puede ser equívoca, pero que probablemente sea más que significativa.
«Debemos recuperar el espíritu constituyente», clamó Sánchez en su almibarada primera intervención. ¿Cómo “constituyente? ¿No será constitucional? Pues no. Será «constituyente» porque formaba parte de su melosa descripción de los afanes de concordia y reencuentro de los años de la Transición, del cambio de régimen entonces logrado, de la conquista democrática…
No es imposible que Sánchez -como en 2011 Rodríguez Zapatero- no pueda ni presentarse a las elecciones, porque es evidente que no querrá concurrir para perder de forma inmisericorde.
El presidente, y sus escribidores, saben -como sabemos todos los españoles- que el primer éxito de la Transición fue su habilidad para transitar de la ley a la ley sin romper la ley. Y, posiblemente, eso es lo que Moncloa intenta ofrecer a los independentistas. Un nuevo modelo de eso que el PSOE llama federalismo asimétrico y que, en el mejor de los casos, es una confederación que sellaría la desigualdad a favor de los nacionalistas de Cataluña y del País Vasco, frente a los demás españoles. Como resumió Inés Arrimadas, «es un chollo ser separatista».
«No habrá referéndum de autodeterminación» en Cataluña. Sí, ésa es la última promesa que se espera incumpla Sánchez. Pero puede cumplir si le dejan disimular un poco. Basta con que sus socios asuman que no podrá llamarse de semejante forma lo que quiera que sea que sí que habrá. Inventemos un bonito nombre: ‘Consulta para el reencuentro’, por ejemplo. Algo así cumple con las exigencias de Bildu: “Audacia, y avancemos”, le exigieron.
Más difícil que Rufián, es decir, que los pro-Junqueras, se lo pueden poner los pro-Puigdemont. Empezaron ayer. La diputada Miriam Nogueras lo exigió expresamente: «Formalicemos el divorcio». Y su compañera de la CUP se enceló en la palabra mágica: «habrá referéndum o referéndum». Ambas son solo socios marginales porque lo importante, para el PSOE, es su acuerdo con Esquerra. Pero marginal no es irrelevante.
Lo más probable, pese a los sueños de Pedro y sus escribidores, es que todo salga mal. Que ni felices años veinte en lo económico ni radiante nueva Transición en lo político. Lo probable es que los próximos dos años (o dos años y medio) acumulen más pobreza para la mayoría, más desigualdad, más tensión política y más desafección social.
No es imposible, como pronosticó Casado en la tribuna, que Sánchez -como en 2011 José Luis Rodríguez Zapatero- no pueda ni presentarse a las elecciones, porque es evidente que no querrá concurrir para perder de forma inmisericorde. Él no quiere perder ni a las canicas, como es natural.
Lo que se constató este 30 de junio en el Congreso es que sus socios le conceden dos años y medio para intentar su nueva Transición con sus nuevos actores económicos y sus nuevas élites. Todo escalofriantemente nuevo, pero nada novedoso. Los que ni somos ni queremos ser sus socios tenemos mucha tarea por delante para frenar -y para revertir- todos sus excesos.
El actual Gobierno español es la mayor victoria del separatismo en toda su historia. La república de Puigdemont duró ocho segundos, pero con Sánchez en La Moncloa el nacionalismo podrá ahora ejercerla sin limitaciones. El sanchismo no podrá con España, pero la está dejando muy herida.
Esquerra Republicana no renunciará al unilateralismo, pero busca un camino más rápido y seguro hacia la independencia, y el PSOE se lo está asfaltando.