Aquilino Cayuela | 25 de julio de 2021
Si en el comunismo el opresor era la burguesía y en el nacionalsocialismo era la conspiración judía; ahora el opresor es el machismo y el hombre heterosexual.
El generismo o ideología de género, fue una ideología acuñada por la nueva izquierda, concretamente por profesoras de «literatura comparada» salidas de la Universidad John Hopkins de Baltimore, entre ellas la más exitosa y conocida es Judith Butler, quien desarrolló un trabajo (el más representativo es Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity, -Routledge, New York 1990-) cuyo rigor científico no dista demasiado del Mein Kampf de Adolfo Hitler, es decir encontramos aquí: fantasías, imaginación delirante, gustos literarios, y numerosas filias y fobias. Butler avanza en el feminismo de autoras como Joan Rivière, Julia Kristeva o Monique Witting pero da un paso más radical afirmando que ya no tiene sentido hablar de mujer, varón, gay o lesbiana, porque puede haber tantos «géneros» como posibilidades culturales se ofrezcan. Su fuerte inspiración en el pensamiento de M. Foucault quien le ayuda a proponer el sexo como programa político. He aquí su fuerza, que la lleva a reivindicar el paso de una sexualidad de clase (feminismo) a una realidad más amplia y universal: una lucha sexual de género o, como prefiero llamar: Generismo.
Toda ideología coincide en no dejan ser al humano ser tal cual es e imponerle un abstracto imaginado, angosto e idealizado. Se trata de imponer un modelo humano irreal que le desprenda de sus capacidades más propias: especialmente su capacidad crítica. Para ello, la fuerza motriz de toda ideología reside en crear o encontrar una víctima con quien vincular emocionalmente al ideologizado. Ha de ser un oprimido (real o ficticio) de largo recorrido y ya no puede ser la clase trabajadora (comunismo) o el pueblo alemán (nacionalsocialismo), ni siquiera la mujer (feminismo) sino llegar a algo más abstracto y amplio: la feminidad en su conjunto, en todas sus formas, orientaciones, posibilidades y tendencias «performativas» (algo así como posibilidades de cambio en función del fluir de deseos y etapas de la vida). Tal feminidad, que va desde la mujer hasta lo queer, ha sido una víctima inmemorialmente avasallada y vejada por el dominio patriarcal y machista.
Desde esta óptica (perspectiva de género): la feminidad ha estado gravemente alienada por una cultura religiosa (judeocristiana y patriarcal) y, en consecuencia, todo lo femenino, afeminado, gay y, particularmente las parafilias (digamos que se refieren a gustos y deseos extravagantes) han estado sojuzgados y discriminados por lo que el camino de la desigualdad pasa necesariamente por una inversión o transvaloración radical que solo es posible a través de la aniquilación absoluta de un opresor cuya culpa es inconmensurable.
Si en el comunismo el opresor era la burguesía y los burgueses y en el nacionalsocialismo era la conspiración judía (capitalista o bolchevique) y los judíos; ahora el opresor es el machismo y el hombre heterosexual: así el patriarcado, la heterosexualidad como normalidad, la moral religiosa judeocristiana son los grandes culpables de la subyugación y alienación de lo femenino, lo gay, lo queer, etc. Por supuesto tras todo este contubernio machista encontramos oculto la quinta esencia del capitalismo, culpable en última instancia de todos los males de la humanidad (manteniendo la perspectiva marxista). Así, si se conocen las leyes de formación del género se podrían revertir y quienes sufren discriminación pueden ser liberados y compensar toda una larga historia de opresión. Para tal revolución es imprescindible la transvaloración de todas normas, leyes y parámetros culturales actuales que permitan tomar la revancha de aquella opresión incalculable.
Pero ante una teoría así, cualquier persona media con sentido común no sucumbe más bien por el contario adivina aquí la misma lógica que los nacionalsocialistas proclamaban respecto a la opresión del pueblo alemán y los arios, o los social-comunistas contaban sobre la opresión proletaria. Si no sucumbimos al relato, emocional de opresión y discriminación, lo que vemos tras un programa formativo para niños que recomiende hablarles desde los 0 a los 4 años de masturbación, o a partir los de los 6 años de homosexualidad y cambio de sexo, y ya a partir de los 12 años, de no se cuantas cosas sobre sexo y sus variedades, no se puede ver otra cosa que «corrupción de menores».
Para tal revolución es imprescindible la transvaloración de todas normas, leyes y parámetros culturales actuales
La única imposición posible es a través de la coacción y la criminalización de aquellos que encontramos tan absurdo decir que los judíos son inferiores genéticamente a los alemanes como decir que la diferenciación sexual la dotación biológica de un humano no es relevante y es performativa. Esto carece de razón y sentido, es más, suponen una grave e inadecuada vulneración de la inocencia de los niños y una intromisión inaceptable de la esfera política y en la vida familiar.
¿Estamos o no, señores demo liberales de derechas, ante una ideología con fines totalitarios? ¿A dónde nos quieren ustedes llevar? ¿Qué futuro les espera a nuestros hijos y nietos bajo esta implantación generista que afectan a su intimidad, estados de conciencia y relación con su propio cuerpo?
Sin gobiernos como el de Hungría, Polonia, Eslovaquia o República Checa y sin los conservadores europeos que avanzan con fuerza, la Unión Europea corre el peligro de arrástranos al lodo ideológico del mismo modo que la Sociedad de Naciones de entreguerras, perdida en sus frivolidades tan maravillosamente descritas por Albert Cohen en Bella del Señor, arrastró a Europa al peor de sus conflictos.
En una época dominada por el emotivismo y en la que el sentir define el ser, la condición de víctima de la injusticia y la discriminación consiste en sentirlo así. Poco importa aquí la objetividad de los hechos, lo real objetivo, pues todo es objeto de sentimiento.
El documento publicado por la Congregación para la Educación Católica aporta argumentos que destacan el valor de la familia y la formación cristiana.