Gonzalo Moreno | 06 de septiembre de 2021
Ya no se trata de que nos digan -o nos digamos- lo competentes que somos, sino que lo demostramos día a día, golpe a golpe. En Europa, en América o en las Antípodas.
Es harta conocida la cita del canciller Bismark sobre España y los españoles. También las similares de estadistas, diplomáticos, empresarios, historiadores e influencers más o menos respetados fuera de la piel de toro. Las condiciones fueron esas: que sean voz de autoridad y foránea. Así nuestra apasionada subjetividad mediterránea se ve corregida por una visión fría y objetiva.
Realmente ya no hace falta que nos pongamos las lentes extranjeras para emitir un juicio objetivo. Bastaría con ajustar la graduación de las nuestras. Eso es lo que se deriva de los estudios que sistemáticamente reflejan una peor opinión de España por los oriundos, que por cualificados observadores extranjeros. En el reciente de Carmen González Enríquez de el Real Instituto Elcano (Country RepTrack 2020 y Barómetro de la imagen de España, 9ª oleada, abril 2021) se vuelve a inferir una realidad tozuda. Sabemos que somos altos y guapos -mejora importante de las últimas décadas- pero todavía nos vemos más corruptos, débiles, autoritarios, pobres e intolerantes de lo que realmente somos.
Con ser este fenómeno una rareza mundial, una opinión más lúcida y precisa -con frecuencia negativa- de lo propio no es privativo de España. Porque realmente uno juzga -con argumentos- lo que realmente conoce. Es decir, su tele, su periódico, su barrio, su pueblo, su ciudad; la realidad inmediata. Cuanto más lejana vive esa realidad, más reducida queda al estereotipo y la caricatura. Esto es válido para las grades culturas de nuestros días: americana, alemana, china, rusa; pero también para países pequeños y pujantes que saben marcar cierto perfil propio. Pongamos de ejemplo Eslovenia. O Taiwán ¿Qué sabemos el español medio sobre ellos? Poco o nada. Tanto o menos de lo que sus ciudadanos puedan saber de España.
Los esfuerzos públicos y privados puestos en marcha desde hace algunos años -la más representativa la Marca España- para prestigiar a España y los españoles tienen más terreno que ganar dentro que fuera. De puertas para dentro, estos ejercicios de marketing nos recuerdan -porque es evidente que seguimos sin creérnoslo del todo- que somos gente que vale. Y para demostrarlo hay un camino directo, efectivo y sostenible. Son las conquistas de españoles universales que no se cobijan bajo una cultura hegemónica, pero que tampoco se han dejado vencer por una autoestima famélica. Son las ejecutorias de miles españoles con valores, talento y esfuerzo que han ganado al mundo -en sus mundos- y que tiene un efecto capilar mucho más profundo y perdurable. Así ha pasado con los grandes nombres del deporte, de la empresa, del mundo académico, de la formación ejecutiva.
Ya no se trata de que nos digan -o nos digamos- lo competentes que somos, sino que lo demostramos día a día, golpe a golpe. En Europa, en América o en las Antípodas. Lo refería Marcos de Quinto en un mensaje reciente, quizá lo más revolucionario es precisamente esto: que nuestro signo de identidad no es la españolidad si no la excelencia. Excelencia que por supuesto repercute en el prestigio y la imagen de España y los españoles. Pero españolidad que por sí misma no quita ni pone; como durante décadas los españoles han creído -y muchos siguen creyendo- lastrando las posibilidades de tantos talentos por una visión fatalista. Sabemos que hubo un pasado de hombres valientes y brillantes. Su audacia consistió precisamente en saberse nada, y en remar mar adentro para conquistarlo todo. Los españoles de hoy en el exterior saben que la fórmula de la excelencia no ha variado: trabajo y persistencia.
Equilibrar esa percepción depende de que nuestros ejemplos se multipliquen en el espacio y en el tiempo. Cuantos más seamos y mejor conectados estemos, más visible será el doble impacto de servir a nuestras comunidades de acogida y aumentar el capital humano, empresarial y tecnológico en España donde mantenemos profundos vínculos personales y profesionales. Conexión España* y su Red Global de Directivos, de la que me honro en ser promotor, es un paso más en el fortalezamiento de esa visión ensanchada y audaz. Consiguiendo que la excelencia sea lo cotidiano; no por española si por reconocernos en una vocación global de servicio.
Recordar a los españoles que no son una anomalía negativa en la recta historia de Europa es el primer paso para taponar la hemorragia y rearmarse ideológicamente frente a los que desean una España débil.
El paro juvenil en 2020 volvió a repuntar al 38% para los de 16-24 años, subiendo en marzo de 2021 hasta el 48,1% interanual.