Justino Sinova | 01 de abril de 2019
El líder de Podemos carga contra quienes le han facilitado el dinero para su chalé y contra quienes le publicitan más que a nadie.
Tres meses después, Pablo Iglesias ha vuelto de su retiro burgués como una antítesis de sí mismo. Quiere reducir la libertad de acción de los bancos, que le han facilitado el dinero para su chalé con piscina, y de los medios privados de comunicación, que le han masajeado más que a ningún otro político. Coincidiendo con su reaparición y su contradicción, Podemos se ha sumado al último ataque exterior a España, atizado por otro populista del alma, el mexicano Andrés Manuel López Obrador, con quien comparte amistad venezolana.
Lo único que ha cambiado en Podemos en estos meses es su estabilidad, rota por purgas, dimisiones y huidas de la intransigencia interna que él impuso al estilo del monolitismo comunista. No es extraño que las encuestas detecten una reducción drástica de su reclamo electoral, que de momento cifran en una pérdida de la mitad de los votos que recibió hace cuatro años. El Iglesias intransigente no ha captado el mensaje desde los tranquilos aires de Galapagar, porque ha vuelto a lomos de su radicalismo.
La baja paternal que se tomó Iglesias no existe como tal para los diputados, ya que la ley entiende que han de estar en activo todos los días de la legislatura, pero él quiso plantearlo así, vaya. El mitin de su regreso registró una modesta entrada con relación a las concentraciones en que estalló el partido. Y fue allí donde se reestrenó un político que de pronto pareció rancio, no por acercarse al porte fondón que otorga la vida reposada, o no solo, sino por su discurso bronco alejado de la temperatura de una democracia sensata y liberal.
El líder populista quiere solo medios públicos para el hipotético momento en que él gobernara
Recuperó su peroración de ricos y pobres, aunque insistió en el término poderosos, no vaya alguien a comparar, e incurrió en la extravagancia interesada de seguir atacando, como al principio, a los bancos y a los medios de comunicación. Los bancos no deben prestar dinero a los partidos, posiblemente porque Podemos ya se financia de otras maneras, y tampoco a los medios privados, porque el líder populista quiere solo medios públicos para el hipotético momento en que él gobernara.
No le faltan motivos para preferir medios públicos por dos razones oportunas íntimamente ligadas: porque RTVE ha caído como nunca en las manos interesadas del poder desde que llegó Pedro Sánchez y a él le dio vela en lo que va siendo su paulatino entierro (pierde audiencia a chorros pero sirve fielmente al Gobierno y aliados con sus noticias y sus silencios) y porque con medios públicos en exclusiva se manda mejor, como es experiencia comprobada por todos los autócratas de la historia y del presente.
Pablo Iglesias y los medios componen una relación muy peculiar. No es un desagradecido con los medios privados en los que se apoyó, y le apoyaron, para auparse en política, especialmente las televisiones que lo tuvieron de invitado fijo. En realidad, el Iglesias intransigente es un aprovechado, como tantos otros que se dejaron querer y luego impusieron sus órdenes cuando tuvieron ocasión. Acepta ahora los medios privados porque muchos le adulan y le sirven, pero, como ya dijo al principio de su historia, si pudiera implantaría el control sobre ellos, que al final tendrían que halagarle a la fuerza.
Pablo Iglesias ha regresado como ya era, un radical, intransigente con los que discrepan y un antisistema que quiere gobernar con una Constitución que no acepta
Esa es su manera de entender las funciones de los medios en sus relaciones con el poder, o sea, unos instrumentos de la acción política, concepción que no cuadra con la democracia. Bueno, precisemos: sí armoniza con esa democracia que se apellida popular en la que el partido único lo dispone todo y dicta una verdad oficial de aceptación obligatoria. Pravda, verdad, se llamaba el periódico del Partido Comunista soviético. Es notable que en cuanto tiene ocasión Iglesias saca de su mochila ideológica el control sórdido de los medios de comunicación, saliéndose de lo esencial de la democracia de verdad, que los quiere libres.
Ha regresado como ya era, un radical, intransigente con los que discrepan, como pueden atestiguar las víctimas que ha dejado en su propio partido; y como un antisistema que quiere gobernar con una Constitución que no acepta. Mantiene su sibilina hostilidad a su patria: apoya a los independentistas catalanes, le gustaría que afloraran naciones por la geografía española, le molesta la historia hasta el punto de apoyar a los que la deforman resucitando la más burda leyenda negra, como hace ahora con el exabrupto mexicano. En eso no miente y se retrata: es el alma de una extrema izquierda que combate la libertad y que, por eso, amenaza el futuro de España.
¿Queda algo del «Think Different»?
Los tercios españoles y las grandes cargas de caballería vuelven a la vida gracias a los pinceles del conocido como «pintor de batallas».