Javier Redondo | 23 de abril de 2019
Los cuatro líderes no mostraron todo su potencial y midieron sus fuerzas a la espera del segundo debate.
Albert Rivera comenzó el debate electoral en TVE decidido; Pablo Iglesias, paternal; Pablo Casado, reposado; y Pedro Sánchez, con una ‘excusatio non petita’ a propósito de Cataluña y una acusación sobre corrupción directa al mentón de Casado.
A Sánchez, sin VOX, le quedaba Casado. Aun así, recurrió varias veces al fantasma de VOX como faro de lo que anticipó como un distópico Gobierno de “ultraderecha”. El arranque de Sánchez no fue modoso: repasó que durante el Gobierno del PP se produjeron dos votaciones ilegales en Cataluña, las leyes de desconexión, la declaración unilateral de independencia y, en definitiva, todo el procés. Razonamiento lógico, pues el procés comenzó cuando Mariano Rajoy se mantuvo firme ante la petición de privilegios de Artur Mas. Sin embargo, en ese momento inicial, Sánchez se dirigía a los votantes de su añorada formación ausente: VOX. Pretendía recordarles, para que no olviden, las razones por las que habían abandonado la casa común del centro derecha para recalar en el partido de Santiago Abascal.
Todos mostraron algunas bazas pero no todo su potencial, ‘especularon con el resultado’, midieron sus fuerzas y aplazaron el desenlace
Luego, en el curso de cada bloque del debate electoral en TVE, y excepto Rivera, el resto jugó a contener. Todos mostraron algunas bazas pero no todo su potencial, «especularon con el resultado», midieron sus fuerzas y aplazaron el desenlace. Lo que tenga que ser que sea hoy. A menos que se repitan y entonces desmovilicen en lugar de movilizar.
Casado tiró de manual de estilo
Casado pisó campo rival en un par de ocasiones: “Los que no tenemos un avión…”, y sobre todo con el nudo de Sánchez, los hipotéticos indultos a los políticos acusados de urdir el golpe contra la Constitución en Cataluña. También se revolvió con el tema de las pensiones. En todo caso, en general, tiró de manual de estilo y praxis del PP: empleo, empleo, empleo y gestión eficiente. Se ciñó al guion de la solvencia, seña de identidad de su partido. Casado no arriesgó.
Los susurros de Iglesias tenían como fin arañar algo por la izquierda al PSOE y, sobre todo, frenar la hemorragia -las encuestas dicen que ya está en ello-. Sabe que Sánchez le ha dado un buen bocado a su discurso. A la vez, es consciente de que no puede adoptar ya la posición del «sans-cullotte» obstinado en derribar el «régimen». Así que de adalid «destituyente» ha pasado a prócer constituyente y, por fin, a lector reconstituyente: en el transcurso de la primera media hora de debate se dedicó a recitar la Constitución, de la que se olvidó para reivindicar la “unidad indisoluble de la nación española”.
Tampoco se traicionó a sí mismo, pues al citar las nacionalidades expresó con otras palabras que sigue siendo partidario del derecho a decidir; o sea, reconoce el derecho a la independencia de los territorios que unilateralmente consideren arrogárselo.
Iglesias no puso en severos aprietos a Sánchez, aunque le recordó que el presidente había echado el freno a algunas de sus propuestas sociales. Solo lo zarandeó cuando lo conminó a decir si pactaría con Rivera. Sánchez guardó silencio. Antes reveló que su intención era formar Gobierno con ministros socialistas y progresistas independientes. Rivera, chinchón, metió baza para que Iglesias reparase que no estaba incluido en la agenda del presidente. Fiel a su estilo, el líder de Podemos aseguró que en España “no tenemos un sistema fiscal progresivo”, para inmediatamente pasar a hablar del IVA. Confuso pero efectista.
Rivera fue creciendo a medida que avanzaban los minutos: pacto educativo y veto a Sánchez son dos de sus vectores de campaña; ni “rojos ni azules”, su consigna. Sobreactuó en dos momentos: cuando recurrió a Antonio, un niño arruinado por el Impuesto de Sucesiones, y en su última intervención, con la metáfora de los silencios. Pero en términos generales fue el más osado. Era el que más necesitaba serlo. No se arrugó contra Sánchez, su adversario directo; ni al proponer a Casado la unión de los constitucionalistas (“Si tenemos que llegar a un acuerdo en el futuro…”).
Los debates pueden mostrar que la distancia entre Rivera y Sánchez es mayor que la que hay entre sus votantes
Luego necesitó diferenciarse de él soltándole al nuevo líder del PP que Rodrigo Rato estaba en la cárcel. Comprometiendo a Sánchez con el escabroso asunto de los indultos a los políticos procesados por rebelión, sedición y malversación. Rivera se creció en otros dos instantes: cuando mostró la tarjeta sanitaria común para todos los españoles y utilizable en toda España que se comprometió a enviar durante sus primeros 100 días de Gobierno y cuando jugueteó con la foto -con marco, soporte y todo- de Sánchez y Quim Torra reunidos en Moncloa. Si bien, Casado fue más concreto al recordar algunos de los 21 puntos del papelote que le extendió Torra en Pedralbes a Sánchez cuando aquello del relator.
El embrollo catalán incomoda mucho a Sánchez -tanto como el debate en TVE en la fecha que no quería-, que no obstante tiene la piel curtida y desenfundó con la seguridad, cierta o no, del ganador. El eje de sus intervenciones fue la justicia social y la lucha contra la desigualdad.
A falta de VOX, arremetió contra Casado con la bandera de la mujer y se sintió cómodo en esa trifulca buscándole las vueltas a Rivera. Enumeró varias veces las derechas, pero se cuidó de no cerrar las puertas a Ciudadanos, no tanto en pos de su apoyo como en la búsqueda de la bolsa de votos más nutrida y decisiva: la que contiene indecisos entre ambas formaciones. Paradójicamente, los debates pueden mostrar que la distancia entre Rivera y Sánchez es mayor que la que hay entre sus votantes. Hoy sabremos si Sánchez realmente consideró que ayer le fue bien.
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