Ana Samboal | 02 de mayo de 2019
El partido de Abascal se queda por debajo de sus expectativas, pero lastra a un PP obligado a reflexionar.
Han llenado centros de congresos y plazas de toros. El clamor de banderas de España que arropaban a Santiago Abascal, Javier Ortega y los suyos allá donde iban, convenientemente aireado a los cuatro vientos y engrandecido por los medios afines al inquilino de La Moncloa, nos hicieron creer que iban a tocar el cielo en la noche electoral. Posiblemente, ellos mismos se atrevieron a soñar incluso con el sorpasso al Partido Popular.
Y, al final, el resultado de VOX se ha quedado en veinticuatro escaños. De la nada, entran al Parlamento como quinta fuerza política. Es una hazaña nada desdeñable, pero insuficiente dadas las expectativas que habían generado.
El partido de Santiago Abascal ha sido el mejor aliado electoral de Pedro Sánchez
Cabalgando sobre la ola de la popularidad y los vítores y aplausos, desdeñaron la lección de Podemos. Pablo Iglesias les podría haber explicado cómo, en 2015, después de que las encuestas llevaran a su partido en volandas incluso a la Presidencia del Gobierno, quedaron relegados a la tercera fuerza política. El secretario general de Podemos, cegado por la soberbia que le hacía creerse capaz de acabar en una sola ronda con un partido centenario como el PSOE, forzó unas nuevas elecciones en 2016 que achicaron su espacio. El tiempo y la habilidad de Pedro Sánchez han hecho el resto.
Hoy, el Podemos engrandecido por el brillo de la propaganda ocupa el sitio que llenó Julio Anguita sin tantas alharacas en los mejores tiempos de Izquierda Unida. La extrema izquierda no da para más. Ni para menos. Para ellos fue bonito mientras duró y a Mariano Rajoy la operación de agitar el fantasma comunista le salió rentable. Tanto que el hoy presidente ha tomado buena nota: ha hecho al PP de Pablo Casado la misma jugada que a él le hicieron con Podemos.
Sería injusto hacer responsable a la formación de Abascal de la fragmentación que ha alejado del poder a la derecha. Probablemente, todo empezó aquel día en el que el propio Mariano Rajoy, imbuido ya del espíritu del congreso de Valencia, abrió la puerta de salida del Partido Popular a liberales y a conservadores. Dio pie a Ciudadanos a probar a ensanchar su base de potenciales votantes en toda España y sembró la semilla que ha germinado en VOX.
¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! ?
La #EspañaViva?? tendrá voz en el Congreso.
Hoy hemos dado un gran paso.#EleccionesGenerales28A pic.twitter.com/rDuZ8BEqON
— VOX ?? (@vox_es) April 28, 2019
No reconocerlo sería tan injusto como no admitir que el partido de Abascal ha sido el mejor aliado electoral de Pedro Sánchez. Se forjó al calor del golpe separatista en Cataluña y se regó con la inane aplicación del artículo 155 en esa comunidad autónoma, pero floreció con el acceso al poder del PSOE, gracias a una moción de censura votada por la ultraizquierda y los separatistas, y se ha regado desde entonces con los amagos del presidente -convenientemente olvidados en campaña- de sacar a Franco de su tumba en el Valle de los Caídos.
El remate de la operación ha sido el miedo a la “ultraderecha”, convenientemente magnificado por las televisiones afines al Gobierno. La conclusión: la derecha fragmentada, que gana en votos en gran parte de España, ni suma en escaños ni toca poder.
Posiblemente, a Pablo Casado no le resultará tan “sencillo” desembarazarse del fantasma de Abascal como le ha resultado a Sánchez hacer desvanecer al de Iglesias. Ciudadanos es mucho más fuerte que hace cuatro años, ha comenzado a asediar la plaza de Génova 13 y el hecho de que empujen por el otro extremo para achicar el espacio del PP le conviene.
Pero el resultado de VOX es el que es: quinta fuerza política en el Congreso, sin presencia en el Senado, tercera por la derecha a la hora de hacer oposición al Gobierno y sin opciones aparentes de gobernar en municipales y autonómicas. Sin duda, es una voz que el PP tendrá que escuchar, porque la gran mayoría de sus votantes son desencantados que antaño hubieran elegido su papeleta. Atender, pero no para dejar que les marquen el discurso, como han hecho en la última campaña, sino para seducirles de nuevo.
Veinticuatro escaños, el diez por ciento del electorado y dos millones y medio de votos es mucho, pero resulta insuficiente para mantenerse a muy largo plazo. La ola de populismo de derechas que recorre Occidente ha contribuido a engrandecerles, pero pasará como otras tantas. El resultado de VOX podrá mantenerse y crecer solo en la medida en que sea capaz de abandonar la bandera populista y ofrecer soluciones racionales a problemas complejos y eso es algo que, indefectiblemente, a poco que espabilen en Génova, les lleva de nuevo al redil del PP.
Quedarán cabos suelos, los verdaderos militantes de ultraderecha, pero no son todos los que han votado a Abascal. Pasado el cabreo con la gestión del golpe separatista en Cataluña, se desinflará. En su haber, pase lo que pase en el futuro, habrá que reconocerle un mérito: el haber hecho desaparecer el complejo por declararse español.
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