Justino Sinova | 08 de mayo de 2019
Tres partidos separados y con líderes que se hostigan a la menor ocasión nunca podrán gobernar España.
España no es de izquierdas, en contra de lo que sostiene una interpretación vana de los resultados electorales. Tampoco es de derechas. Los votos se reparten en dos porciones casi idénticas. Los seis partidos de la izquierda que han obtenido escaño (PSOE, UP, ERC, ECP, EH Bildu y Compromís) han sumado 12.660.630 votos. Los partidos de la derecha con escaño, incluidos los que a veces se inclinan a las estrategias de la izquierda pero son conservadores en su credo (PP, Cs, VOX, JxCAT, PNV, CC, NA+ y PRC), han alcanzado 12.358.578. La desigualdad es mínima: 50,6 % frente al 49,4%. Entre ellos hay una diferencia de 300.000 votos.
Sin embargo, España es de izquierdas, y rotundamente, en las dos Cámaras del Parlamento, en las que supera con facilidad la mayoría absoluta. En el Congreso de los Diputados puede acumular hasta 185 escaños sumando a los independentistas y a los herederos de ETA (9 más de los necesarios para una mayoría invulnerable), mientras que la derecha ha de conformarse con 147 o 152 (24 menos) y ni siquiera llegaría a la mayoría absoluta aunque su unieran a ella los partidos nacionalistas/independentistas conservadores, opción incongruente por las dos partes. En el Senado, la izquierda ocupa casi dos tercios de los escaños.
Es quimérico que un partido de derecha radical pueda sustituir al PP
Esto ocurre no por una iniquidad de la ley electoral sino por la aplicación de un método de reparto de escaños, previsto en ella, que persigue la estabilidad del Parlamento y del Gobierno, para lo cual ofrece una prima de representación a los partidos más votados y una merma proporcional a los menos. Es el secreto del sistema d’Hondt de nuestra ley electoral y de la de decenas de países, que todos los políticos conocen a la perfección, a pesar de lo cual algunos se lanzan a la aventura y… al fracaso.
Si VOX no le hubiera robado más de dos millones de votos, el Partido Popular podría haber obtenido un número de escaños cercano al del PSOE. No voy a negar yo la libertad de Santiago Abascal para liderar un partido y concurrir a las elecciones que considere convenientes. Pero eso no puede impedir la constatación de que el fracaso de la derecha en estas elecciones le debe mucho a VOX. Fue, primero, la excusa para que Pedro Sánchez movilizara a su electorado con el miedo a la ultraderecha y despojó, después, al PP del número suficiente de votos para dejarlo abatido y sin opciones.
Entiéndase todo esto al margen de las razones que pudieran tener los promotores de VOX para responder a las deficiencias del Gobierno de Mariano Rajoy y al abandono, que denuncian, de principios del partido. VOX siempre podrá argüir que el fracaso de la derecha no es culpa suya porque ya lo fraguó el PP mucho antes. Pero al otro lado de la calle, en la acera de la izquierda, escuchan esas razones con delectación y regodeo, y trabajan para que las diferencias en la derecha se ahonden.
Una derecha con tres partidos separados y con líderes que se hostigan a la menor ocasión nunca podrá gobernar en España, salvo que en la izquierda ocurra una hecatombe no previsible que la lleve a la irrelevancia. Es quimérico que un partido de derecha radical pueda sustituir al PP, que en sus mejores tiempos ocupó el centro derecha, pero no que, ayudado por esa labor de zapa, trate Ciudadanos de habitar su espacio. Albert Rivera le está haciendo la guerra argumentando que él lidera la derecha, con más voluntad que sustancia porque los resultados no le respaldan -el PP le ganó-, y con disimulo de sus viejas aspiraciones socialdemócratas.
El error de la derecha queda de manifiesto cuando se calcula lo que podría haber obtenido si se hubiera presentado unida: los votos de PP, Cs y VOX habrían dado para una suficiente mayoría gobernante. Hoy, por el contrario, el escenario muestra al partido de Pablo Casado tocado, con dos cuatreros a sus flancos. Pero no es el único que viaja hacia el ocaso. Si el centro derecha no encuentra el modo de reorganizarse o agruparse y presentar una opción sólida, serán tres y no solo uno los que pagarán las consecuencias. También es posible que se imponga uno de los tres, que es lo que sin disimulo intenta Rivera, pero eso no será fácil ni inmediato. Mientras tanto, la izquierda puede seguir gobernando a placer.
Las cúpulas mediocres y oportunistas han condenado a la extinción al Partido Popular, que pronto será historia.
El partido de Abascal se queda por debajo de sus expectativas, pero lastra a un PP obligado a reflexionar.