Alejo Vidal-Quadras | 24 de mayo de 2019
Las querencias recónditas de la nueva presidenta del Congreso están más próximas al golpismo separatista que al imperio de la ley.
Meritxell Batet, la flamante presidenta del Congreso, parece hecha, como el Platero juanramoniano, toda ella de algodón. Es un ejemplar típico de dirigente del Partido de los Socialistas de Cataluña, sector catalanista, al que lleva vinculada desde sus tiempos estudiantiles y en cuyo seno ha desarrollado su ya larga y exitosa carrera política. Su discurso es suave e inocuo, como un jarabe ligero que tiene más de placebo que de remedio. Nunca es rotunda, firme o contundente, discurre plácida como un arroyuelo rumoroso, siempre con un aire de adolescente aplicada deseosa de ser agradable a su interlocutor.
Ha enseñado Derecho Constitucional, aunque no cree en la Ley de leyes de 1978, que le parece un corsé demasiado restrictivo para los anhelos de la Cataluña separatista y cuyo cumplimiento, afirma, no debe ser obligatorio. Su amor por la poesía la unió a un político rival con el que se casó de blanco en una colegiata románica en la costa cantábrica y que se ganó su corazón llenando de flores su despacho por encima de diferencias ideológicas y de confrontaciones electorales.
Batet no cree en la Ley de leyes de 1978, que le parece un corsé demasiado restrictivo para los anhelos de la Cataluña separatista y cuyo cumplimiento no debe ser obligatorio
Mientras duró su unión, se miraban tiernamente desde las respectivas bancadas del Parlamento, porque hay pasiones que son un puente entre orillas conceptuales y morales distintas, entre los que creen que a la libertad se llega a través de la igualdad y los que defienden que la igualdad se alcanza por la vía de la libertad. La ruptura no se produjo por razones políticas, sino por acontecimientos ligados al comportamiento personal, que la carne es débil y el tiempo erosiona implacable la felicidad.
Se licenció con becas, cursó estudios de doctorado, pero no llegó a presentar su tesis, seguramente absorbida por el servicio público y las intrigas de partido, demostrando así ser más honesta intelectualmente que su actual jefe de filas nacional -el autonómico es un bailarín orondo que colgó los libros de Química quedándose en el bachillerato-, capaz de lucir entorchados académicos conseguidos por atajos fraudulentos.
Más próxima al golpismo que a la ley
La dulce Meritxell, blanda como un cojín bordado, no puede caer mal a nadie, pero no se ha distinguido por promover bien alguno digno de mención. Se ha deslizado siempre con su sonrisa de gasa agitada por la brisa sin alterarse por los acontecimientos ni mancharse con compromisos. Eso sí, la única vez que rompió la disciplina de voto de su grupo fue para apoyar la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña, revelando así las querencias recónditas de su corazón, más próximas al golpismo separatista que al imperio de la ley, lo que en una jurista de profesión tiene su misterio y su mérito.
La forma en que se propone ejercer la tercera magistratura del Estado ha quedado patente en la sesión constitutiva de las Cortes recientemente celebrada. Ha pronunciado un discurso en el que la sabiduría y la altura indiscutibles de las palabras pronunciadas ha ido a la par con una conducta absolutamente contradictoria con lo enunciado. Tras cantar las alabanzas al respeto indispensable al orden legal vigente, ha permitido sin inmutarse, parapetada bajo su máscara seráficamente risueña, que los secesionistas en prisión preventiva se burlasen descaradamente de la fórmula de acatamiento a la Constitución con manifestaciones de deslealtad flagrante y de afilado perjurio.
Batet no debiera haber aceptado jamás el incumplimiento obsceno del trámite obligado de juramento o promesa a la Constitución perpetrado por los golpistas
Su interpretación de la sentencia del Tribunal Constitucional 119/1990, de 21 de junio, sobre la promesa de los diputados de Herri Batasuna de acatar la Constitución “por imperativo legal”, inicialmente desechada por el entonces presidente socialista de la Cámara Baja, Félix Pons, ha dejado claro que o bien no la había leído o que no le interesaba entenderla, dado que su simpatía no está con la Carta Magna, sino con los inquilinos rebeldes y malversadores de Soto del Real. Un examen detallado del pronunciamiento, en aquella ocasión, del supremo intérprete de nuestra norma fundamental demuestra, sin lugar a dudas, que las regurgitaciones sonoras emitidas por Oriol Junqueras y adláteres no han sido “ideológicamente neutrales” y, por tanto, no les es aplicable el veredicto de hace tres décadas.
Si Batet hubiese mostrado la autoridad y el recto criterio que exige el cargo que ostenta, no debiera haber aceptado jamás el incumplimiento obsceno del trámite obligado de juramento o promesa a la Constitución perpetrado por los golpistas, ante los ojos atónitos e indignados de millones de españoles y, en cualquier caso, como hizo su predecesor en 1989, cortar de raíz la ofensa a la legalidad y obligar a los subversivos a recurrir ante la instancia judicial oportuna si consideraban vulnerados sus derechos.
Nuestra angelical Meritxell ha sido puesta en su solio de la Carrera de San Jerónimo por un aventurero sin escrúpulos cuyo único objetivo es el poder. Si la ha situado allí, es que le ha visto las cualidades requeridas para servirle en tan excelso y noble propósito.