Julián Vara | 25 de mayo de 2019
El libro, que reúne 17 escritos de personajes de la cultura y el mundo académico, pretende animar a una reflexión sobre lo que debe hacer Europa.
A las puertas de las elecciones europeas y en medio de una evidente crisis institucional, con la salida del Reino Unido y la creciente desafección de una parte cada vez mayor de población, ha caído en mis manos este libro, ¿Dónde vas, Europa? (Herder, Barcelona, 2017) editado por Miquel Seguró y Daniel Innerarity, sobre el incierto futuro de Europa y su desconcertante presente.
¿Dónde vas, Europa?
Varios autores
Herder Editorial
264 págs.
19.80€
El libro, que pretende animar a una reflexión sobre lo que debe hacer Europa, reúne 17 escritos de personajes de la cultura y el mundo académico español y europeo en un esfuerzo por arrojar alguna luz al confuso panorama actual. Y aunque casi todas las aportaciones tienen algún interés (los autores lo justifican), la impresión final que recibe el lector es de una profunda falta de orientación de fondo.
Y quizá sea esa, precisamente, la única luz que se arroja, y su mayor aportación. Como dice uno de los autores, Manuel Cruz, citando a Ortega: «Si tuviéramos que dibujar, en un solo trazo, el perfil que mejor caracteriza el momento que nos está tocando vivir… es que “no sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa”». Así, es posible encontrar una aportación de Anthony Guiddens sobre el futuro del Reino Unido, escrito antes de conocerse el referéndum de salida, en el que el sociólogo inglés anticipa alguna de las consecuencias que la decisión está teniendo: un país a la deriva y con la más que real amenaza de Escocia de abandonarlo.
O un muy interesante texto de Gianni Vattimo y Santiago Zabala sobre el nihilismo que preside la política europea y su burocracia, con una definición de nihilismo que refleja muy bien el sentimiento de impotencia y desánimo que se impone entre los europeos: la decepción absoluta ante un mundo que se presenta tan hostil a las aspiraciones humanas como sea posible imaginar; pero no porque tenga un propósito propio, diverso del nuestro, con el que podríamos confrontarnos, sino porque no teniendo propósito alguno le es completamente indiferente lo que creemos o esperamos.
Y, junto a eso, es posible encontrar una entrevista a Noam Chomsky carente del más mínimo interés, si no por los temas, sí por el tratamiento ideológico y sesgado con el que los aborda, o un texto de Yves Charles Zarka sobre la inapropiabilidad de la tierra, en el que ni en las preocupaciones ni en el texto aparece mencionada Europa. O una pedante y artificiosa aportación del cardenal Ravassi cuya idea de fondo no me ha sido posible encontrar, a pesar de haber puesto en ello lo mejor de mí.
Eurostat ha hecho público que en el año 2016 hasta 15 países europeos tuvieron más muertes que nacimientos; dicho brevemente, Europa se suicida
En este irregular panorama debo reconocer dos cosas. Primero, que para muchos (Daniel Innerarity o Victoria Camps, por ejemplo) el problema es restaurar una situación anterior que se ha deteriorado, volviendo a proponer de un modo distinto las mismas ideas («una versión posnacional del estado del bienestar»), bajo nuevas palabras («una Europa social entendida como comunidad de riesgo»): seguimos dando pasos en la misma dirección. Segundo, sorprendentemente, la certeza compartida de que, sin embargo, esto se ha acabado, de que hemos entrado en una nueva época, lo que hace más desconcertante aún los análisis y las soluciones que se proponen.
Y esta es la tragedia del libro: no está a la altura del título, ¿Dónde vas, Europa? Al escribir estas líneas me han llegado vía Twitter dos noticias, en profunda relación una con otra, e infinitamente elocuentes de hacia dónde va Europa. Por un lado, Eurostat, el organismo europeo de estadística, ha hecho público que en el año 2016 hasta 15 países europeos tuvieron más muertes que nacimientos; dicho brevemente, Europa se suicida.
De otro lado, la Archidiócesis de Utrecht está cerrando el proceso de secularización de su catedral en orden a su puesta en venta: ¡va a vender su catedral!, donde -como decía un sacerdote- todos ellos habían sido ordenados, y donde muchos católicos se habían bautizado y casado. Europa se muere por decisión propia, y ni siquiera va a tener un templo en el que celebrar sus exequias. Hacía ahí va Europa.