Pedro González | 24 de mayo de 2019
El proceso de sucesión de la Primera Ministra de Reino Unido comenzará el próximo 7 de junio.
Llegó a la máxima magistratura ejecutiva británica sin ganar una elección y por descarte, porque nadie quería recoger los escombros del referéndum que, convocado por el primer ministro conservador David Cameron, había dictaminado por una ajustada mayoría la voluntad popular de salirse de la Unión Europea. Theresa Mary May, nacida en 1956, hija única de un vicario de la Iglesia Anglicana, coronaba así en 2016 una larga carrera política cuyo hito más destacado fue el de permanecer seis años al frente del decisivo Ministerio del Interior.
Hubo no obstante otra mujer que quiso disputarle el puesto, la entonces viceministra de Energía Andrea Leadsom, que puso sobre la mesa un mérito que a ella le parecía invencible: tenía hijos y Theresa May, no. Alguien la hizo recapacitar, de forma que acabaría por retirar su candidatura y dejar el camino expedito a May, cuya misión fundamental entonces sería activar el proceso de negociación y salida de la Unión Europea, a la que el Reino Unido se había incorporado en 1973. Curiosamente, Andrea Leadsom, ministra de May para las Relaciones con el Parlamento le presentaba la dimisión tras el último quiebro de May de anunciar un nuevo plan que dejara la puerta abierta a un segundo referéndum.
Su legado se medirá por los escombros que ha dejado su incapacidad para lograr la aprobación por su propio Parlamento del Acuerdo de Salida concluido con Bruselas
Los brexiters (partidarios del abandono de la UE y ganadores del referéndum) vieron en May una más que digna representante de sus ideas: considerada una política dura y astuta, pensaban que los negociadores comunitarios serían presa fácil. Se había labrado su fama desde que consiguiera su primer escaño en el Parlamento en 1997, pero sobre todo por su actuación al frente de Interior, donde se enfrentó a los sindicatos policiales reduciendo drásticamente plantilla y ventajas, y desde donde se mostró implacable con la inmigración. No obstante, pese a la dureza de sus actuaciones y la implantación de severos controles, no lograría el objetivo que le fijó Cameron de rebajar el acceso de los inmigrantes a menos de 100.000 por año.
Así, pues, su perfil dibuja a una conservadora ambivalente: dura en inmigración, orden y seguridad; blanda en materia de igualdad social. Ambivalencia que también apareció en la campaña del referéndum de 2016. Oficialmente militó por el remain (permanencia), pero tan pronto como cruzó el umbral del 10 de Downing Street se mostró ferviente partidaria de la salida de la Unión Europea. “Brexit significa brexit –dijo entonces-… no debe haber intentos de permanecer en la UE ni de volverse a integrar en la misma por la puerta de atrás, ni tampoco una segunda consulta”.
Será, pues, otro u otra quién dirija el proceso de la despedida británica, ahora con o sin acuerdo con Bruselas
Para su sorpresa, y probablemente la de muchos británicos con su acendrado sentido imperial de superioridad, May se encontró con una UE más unida de lo que se esperaba, con Los 27 haciendo piña común al darse cuenta de que el tal brexit se estaba revelando un mal negocio para la UE, pero ruinoso para el propio Reino Unido.
La rocosa y astuta personalidad de May se ha ido manifestando a lo largo de estos tres años, tanto en sus conversaciones con sus homólogos de la Comisión y el Consejo Europeo, Jean-Claude Juncker y Donald Tusk, respectivamente, como en su persistencia en presentar uno tras otro hasta cuatro proyectos diferentes al Parlamento, todos ellos derrotados, pero sin que la primera ministra incorporara a su comportamiento la tradición de dimitir cuando ello sucede.
Como ocurriera en el caso de la Dama de Hierro, Margaret Thatcher, es su propio partido el que la descabalga del poder, una vez que ha comprobado que el largo farol de Theresa May con la UE ha provocado la parálisis del país. Su legado se medirá por lo tanto por los escombros que ha dejado su incapacidad para lograr la aprobación por su propio Parlamento del Acuerdo de Salida concluido con Bruselas.
Será, pues, otro u otra quién dirija el proceso de la despedida británica, ahora con o sin acuerdo con Bruselas. Su partido, los tories, quedan muy fragmentados, no es en vano que nada menos que 36 altos cargos hayan sido destituidos o le hayan presentado su dimisión irrevocable en estos tres años. Y, sobre todo, el espectáculo en que todo ello ha desembocado en Westminster ha echado por tierra la supuesta imagen de un parlamentarismo superior. Al fin y al cabo, May ha demostrado que el británico tampoco es la panacea.