Juan Pablo Colmenarejo | 31 de mayo de 2019
Hay 26 capitales de provincia, una de ellas Madrid, y media docena de Gobiernos regionales en los que Ciudadanos tiene la última palabra.
Los politólogos creen que España cojea por la bisagra. En ese espacio de doble sentido se juega el futuro de Ciudadanos. El mecanismo de los partidos políticos en España ha chirriado cada vez que el bipartidismo se ha acercado, rozándose lo justo y necesario. Tan solo un puñado de acuerdos de Estado han sentado en la misma mesa del acuerdo al PSOE y al PP. La gran coalición ha sido un tabú. Entre medias de ambos nunca hubo nada consistente, porque el CDS fue una buena idea que duró un par de legislaturas y la operación reformista de Miquel Roca y Antonio Garrigues Walker, un mal sueño durante una noche de 1986.
Los dos grandes partidos solo han tenido dos opciones para formar un Gobierno estable. O disfrutaban del confort de la mayoría absoluta o se presentaban con el BOE en las ventanillas correspondientes de Barcelona y Bilbao. Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy tuvieron que negociar una cesión tras otra al nacionalismo, especialmente al catalán y al vasco.
La lista de competencias incluidas en esas negociaciones de investidura siempre eran de largo alcance para aquellos que las recibían. Ni un nacionalismo ni otro daban puntadas sin hilo. Salta a la vista que la descentralización tuvo acelerones motivados por la precariedad parlamentaria del ganador de las elecciones. Y en esto no se distingue entre el PSOE y el PP. Cuando han necesitado los votos de PNV, CiU o ERC, no ha habido dudas, más bien al contrario.
Si Ciudadanos toma la decisión de ser bisagra apoyando al PP y al PSOE según el caso, ya no podrá volver atrás
El error no fue tanto el traspaso -se puede discutir su conveniencia o no en cada momento-, sino la ausencia de lealtad, como se ha comprobado después. El fruto de aquellos pactos eran votos a cambio del dinero de unas competencias que han sido utilizadas en la construcción de sentimientos nacionalistas exacerbados. No hay más que echar un vistazo al mapa municipal de Cataluña tras el 26 de mayo. La bisagra nacionalista tenía otras utilidades.
España ha cerrado un largo ciclo electoral iniciado en diciembre de 2015. Sin duda, un período extenuante y agotador. La vieja política del bipartidismo se vio superada por lo que llamaban nueva. No ha durado mucho. Todo ha ido tan deprisa que incluso un partido como Podemos ya está viejo y agotado. El PSOE ha tenido tiempo, menos de tres años, de romperse y recomponerse en el poder recuperando dos millones de votantes que, indignados, siguieron a Pablo Iglesias.
Sobre esta cuestión es muy recomendable el libro de los profesores Manuel Álvarez Tardío y Javier Redondo (Tecnos, 2019) sobre el fulgurante envejecimiento de Podemos. Si Podemos ha envejecido, VOX ofrece los primeros achaques en unas semanas. Tan solo Ciudadanos aguanta si es capaz de definir una estrategia que, a largo plazo, permita a los electores identificar al partido de Rivera como la bisagra que juega entre medias de PSOE y PP.
El futuro de Ciudadanos pasa por aclarar a los votantes qué es lo que quiere ser de mayor. No va a tener más remedio que decidir de una vez su papel en las negociaciones que están en marcha para la constitución de ayuntamientos y la formación de Gobiernos regionales. Hay 26 capitales de provincia, una de ellas Madrid, y media docena de Gobiernos regionales en los que Ciudadanos tiene la última palabra. O para decidir si es el PSOE o el PP quien encabeza esos Gobiernos, Madrid, Castilla y Léon, Aragón y Murcia, o para pactar con los socialistas evitando que Podemos no sea necesario en los Ejecutivos regionales de Asturias y La Rioja.
Unas horas después de cerrarse las urnas, el partido de Albert Rivera decidió volver al papel de bisagra al anunciar una negociación “caso a caso”. Dicho espacio lo había abandonado al apostar por sustituir al PP en el liderazgo del centroderecha. El veto a Pedro Sánchez era un reclamo electoral explotando el pedigrí de partido que había hecho frente al independentismo en Cataluña. Un territorio que el partido naranja ha abandonado desde que ganara las autonómicas en diciembre de 2017. Los resultados de mayo y abril así lo demuestran, ya que han perdido el 70 por ciento de sus votantes en aquellas elecciones.
Para determinar cuál va a ser el futuro de Ciudadanos habrá que esperar muy poco. Dos terceras partes de sus votantes provienen del PP. En el caso de Andalucía, mantuvieron a Susana Díaz cuatro años, no les pasó factura sostener al monocultivo socialista. La tentación de sobrepasar a un PP herido de muerte llevó a Rivera a la Plaza de Colón. Ciudadanos se va a hacer mayor porque entra en las instituciones de toda España para gobernar.
De momento, no es solo Ciudadanos quien ha mutado y ha vuelto a ser bisagra. El PSOE lo ha sacado del trío de las derechas para ubicarlo en el liberalismo que predica el presidente Emmanuel Macron desde el Palacio del Elíseo. Si Ciudadanos toma la decisión de ser bisagra apoyando al PP y al PSOE según el caso, ya no podrá volver a atrás. Sus electores deberán examinar lo que han hecho con sus votos, “caso a caso”, y los politólogos verán satisfecha su necesidad de tener un ejemplo en España de bisagra nacional.