Justino Sinova | 31 de mayo de 2019
Tras la derrota en las elecciones municipales y autonómicas, Podemos busca blanquear su fracaso con la participación en el Gobierno.
A Pablo Iglesias se le está acabando el efecto de la simulación. Los electores que le evitan ya no le creen, al menos los que han sabido informarse. Los que le siguen irán cayéndose del guindo. La perduración del líder morado, o su hipotética recuperación, porque cosas más raras se han visto en la historia, dependerá de su habilidad para prolongar la ficción y también de las próximas decisiones de Pedro Sánchez, que puede salvarle la vida; política, se entiende.
Iglesias protagonizó la noticia más notable de la cita electoral del 26 de mayo: el gran patinazo de Unidas Podemos, que adornó en la noche con su huida de los periodistas al acecho de su valoración de los resultados. Podemos perdió voto y presencia en las instituciones por segunda vez en un mes. Las elecciones generales del 28 de abril redujeron su grupo parlamentario de 71 a 42, nada menos que el 40%, y las municipales y autonómicas ahondaron la derrota.
Sus “ayuntamientos del cambio”, para la conquista del poder municipal, han escapado de sus manos (La Coruña, El Ferrol, Santiago) y hasta en Madrid su colega Carlos Sánchez Mato, al que envío contra el disidente Íñigo Errejón, no logró ni un puesto de concejal. La derrota de Podemos fue más llamativa e igual de dramática en las autonomías. Bajó de 27 escaños a 7 en Madrid, de 14 a 5 en Aragón, de 10 a 1 en Castilla y León, de 7 a 2 en Navarra, de 3 a 0 en Cantabria, también de 2 a 0 en Castilla–La Mancha, donde para más inri cogobernaba. Otro síntoma de su caída es que en cuatro obtuvo menos votos que VOX, que prácticamente se estrenaba: en las dos Castillas, en Murcia y en Madrid, donde VOX lo superó por más de 100.000 votos.
Iglesias insiste, porque participar en un Gobierno es para él la mejor manera de blanquear su derrota y recuperarse de la caída
Esto es lo que queda de aquella agitación del 15-M que ocupó la Puerta del Sol de Madrid, invadió las calles de muchas ciudades de España y se hizo la ilusión de copar el Gobierno. Pablo Iglesias lideró el movimiento con astutas dosis de demagogia (como aquella pretensión de que había nacido el partido de la gente) y de ficción (ocultando su verdadera identidad). Mucha gente llegó a pensar que Podemos era el resultado de las buenas intenciones y se entregó a promoverlo como la solución soñada a los problemas del país.
Es fácil imaginarse el gran el chasco de quienes descubrieron lo que había dentro: un liderazgo individualista pese a la organización asamblearia, promoción de los fieles y purgas de los disidentes, búsqueda de la división de la sociedad, demolición de lo construido, y una ideología añeja que se ha mostrado ineficaz e injusta donde se ha aplicado. Uno de los éxitos de Podemos ha sido lograr ocultar a una gran parte de la gente que es una organización comunista que vive de la ideología que adornó las grandes catástrofes humanitarias del estalinismo y del leninismo, a la que ha añadido tópicos nacidos en la izquierda huérfana desde finales del siglo pasado.
Si a las cosas se las denominara siempre por su nombre, hoy se hablaría de un partido que se alimenta de la ideología comunista batida por la historia y se le situaría en la extrema izquierda. Sin embargo, en España se habla de una extrema derecha para excluirla, mientras se admite en el club a la extrema izquierda, con la que se pacta sin desazón. Pablo Iglesias ha conseguido ser uno más del espacio político, con el que todos departen a pesar de que en su propósito está la destrucción de la organización del Estado nacida en 1978.
Y ya es normal que se asista sin preocupación a los intentos de Iglesias para intervenir en el Gobierno de España. Lo sigue planteando incluso después del resbalón electoral, aunque con una estudiada prudencia. Pedro Sánchez parece rechazar ahora la posibilidad, pero no ha desvelado sus intenciones y, sin duda, la puerta del gobierno no está cerrada con llave. Iglesias insiste, porque participar en un Gobierno es para él la mejor manera de blanquear su derrota y recuperarse de la caída. Sánchez es su tabla de salvación. Otra cosa es que su programa sea un regalo para los españoles, que no lo es, sino todo lo contrario. Pero eso, aunque parezca mentira, a veces parece que importa menos.