Carlos Cuesta | 10 de junio de 2019
El líder de Podemos cree que la formación morada es su finca y todos pueden ser apartados por la caída electoral. Todos salvo él, el amo del partido.
La compra de su lujosa casa tras afirmar que nunca abandonaría Vallecas; la sentencia confirmando que recibió dinero de Venezuela a través de una cuenta en el paraíso fiscal de Granadinas; sus alabanzas a la dictadura chavista reconocida internacionalmente como violadora de derechos humanos; la prepotencia de haber renunciado a entrar en el Gobierno socialista cuando pudo hacerlo; o los nombramientos despóticos de los cargos dependiendo de los deseos personales del líder máximo. Todas estas críticas estuvieron ausentes en el Consejo Ciudadano de Podemos. Ni una sola de ellas salió de labios de Pablo Iglesias. Y todas son realidades que se encuentran en el largo listado de causas que explican el desplome electoral de Podemos. Todas, incluidas muchas más, como el hecho de que el líder de la formación morada no ha dejado de abusar de las promesas populistas sin haber obtenido nada durante nueve meses de “cogobierno desde el Parlamento” -como él mismo afirmó- con Sánchez.
Iglesias se enamoró de sí mismo y se creyó que nadie más era necesario en el “asalto al cielo” de las instituciones
Todas esas críticas resultan evidentes. Pero ni se mencionaron en el Consejo Ciudadano de Podemos por parte de Iglesias, porque la autocrítica no existe en su vocabulario. Porque para él, su partido es su finca y todos pueden ser culpados y apartados –como acaba de ocurrir con Pablo Echenique– por la caída electoral. Todos salvo él. El amo del partido.
Y cuando un partido funciona así, el resto de personas se va. Y si el resto, en el fondo, tiene aspiraciones parecidas, se va y, además, a toda velocidad: justo lo que está ocurriendo con Íñigo Errejón, Ramón Espinar, Rita Maestre, Kichi o líderes de confluencias como Mónica Oltra o Manuela Carmena -que no han dejado de marcar distancias con Iglesias desde el inicio del viaje populista en España-.
Porque Iglesias se enamoró de sí mismo y se creyó que nadie más era necesario en el “asalto al cielo” de las instituciones. Nadie, porque él era el nuevo nuevo Lenin “amable” español.
El líder morado mencionó el pasado sábado 8 de junio en el Consejo Ciudadanos de Podemos la “falta de liderazgo” como causa de los “muy malos y muy decepcionantes” resultados en las elecciones autonómicas y municipales. Traducido: que sus decisiones personalísimas aún deben exagerarse y multiplicarse más -según su visión- para relanzar su partido.
Pablo Iglesias no concibe otra cosa que su grandeza. Y su Podemos, o es suyo o no será
Iglesias acusó al PSOE de “girar a la derecha” y de “presionar” al PP y Ciudadanos para lograr la investidura de Pedro Sánchez. Traducido: que el engaño del PSOE estaría detrás de los males de Podemos, algo que, por lo visto -y, de nuevo, según la muy particular visión de Iglesias- lo avala a él, el que no ha sabido anticiparse a ese supuesto engaño, para seguir siendo el líder indiscutible del partido morado.
Y el líder populista criticó en ese mismo Consejo Ciudadano de Podemos al PSOE por no aceptar su actual invitación a formar un Gobierno de coalición. Traducido: culpó a Sánchez de lo mismo que él reventó en el pasado por su avaricia y prepotencia sin fin cuando pidió el CNI, Interior, Justicia, la Vicepresidencia y hasta RTVE, a cambio del apoyo al PSOE.
Porque Iglesias no concibe otra cosa que su grandeza. Y su Podemos, o es suyo o no será. Algo que le exime de responsabilidad y culpa alguna en el pasado, presente y futuro de lo que considera su obra y gracia. Porque él es “imprescindible para que determinados cambios se produzcan”.
Y la verdad es que a estas alturas, algún “determinado cambio” se nota: como el de su nivel de vida. Y casi es mejor que sea así. Y que siga siendo él el macho alfa al frente de Podemos. No vaya a ser que un día llegue un líder astuto y hábil y seamos todos los demás los que lamentemos su recuperación y penetración en el Gobierno y en nuestras vidas.