Justino Sinova | 08 de julio de 2019
A Albert Rivera se le pide que actúe para moderar a Pedro Sánchez y para facilitar la política del centro derecha.
En la noche electoral, Albert Rivera se autoproclamó jefe de la oposición. Fue un pretencioso brindis al sol, pues su Ciudadanos quedó tercero por detrás del Partido Popular, que lo aventajó en 219.000 votos y nueve diputados. Se entendió como un efecto disculpable de su euforia tras haber sido arropado por casi un millón más de electores que en 2016 y la caída casi a la mitad del PP. Pablo Casado, que había podido enganchar a su partido a la tabla de salvación del segundo puesto, pensó que la excitación se le pasaría pronto. Pero no: Rivera se ha persuadido tanto de su artificio que desde entonces ejerce una inédita oposición a dos bandas, a izquierda y derecha, con unos efectos que empiezan a ser altamente preocupantes.
En los actuales momentos de inestabilidad, en los que el futuro está en juego, a Rivera se le está exigiendo que intente servir a España con un objetivo que solo él puede alcanzar: moderar a Sánchez
Los efectos son tan preocupantes que el dontancredismo político de Cs ha urgido una ola de peticiones de corrección. España está incursa en un retraso que le impide vislumbrar la formación de un Gobierno estable cuando han pasado más de dos meses desde las elecciones, lo cual es resultado de la pachorra incoherente de Pedro Sánchez, que está alarmando incluso a la Unión Europea, pero también de la resistencia de Rivera. Y, en la política autonómica, peligran Gobiernos del centro derecha, allí donde ha obtenido mayoría de votos como en Murcia y en Madrid, por la intransigencia de Rivera hacia la participación de Vox en la posible coalición. Ciudadanos tiene razones para mantener su impasibilidad, como quien persevera en sus promesas, pero ha llegado un momento en que es discutible que le asista la razón.
Si Rivera hubiera rectificado su promesa electoral de no pactar con el Partido Socialista, hoy España podría tener un Gobierno moderado de izquierda (con soporte parlamentario de 180 diputados) o de centro izquierda (con su participación) y no estar en riesgo de padecer un Gobierno Frankenstein (certera expresión del fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba) apoyado en separatistas, golpistas, filoetarras y los rancios comunistas de Podemos. Las promesas electorales se hacen para cumplirlas, que es lo que esperan los votantes en contra de lo que decía el viejo profesor Tierno, pero si hay motivos excepcionales es lógico que se vulneren. Ahora estamos en ese minuto en que una promesa incumplida no sería causa de reproche, porque los votos han situado a Cs ante la responsabilidad de apoyar al PSOE para que España disponga del mejor Gobierno posible.
Cuando Rivera ordena que Cs ni siquiera hable con Vox, está sometiéndose a los dictados excluyentes de quienes quieren también expulsarle a él y a su partido del juego político
El líder naranja, agarrado a su promesa, se niega siquiera a acudir a la llamada de Sánchez, lo que es un exceso mal entendido. Hablar no compromete y puede resolver problemas. Puede brindarle a Rivera la oportunidad, no de escuchar el ya conocido capricho de Sánchez, que se ve imbuido de un inexistente derecho a recibir apoyos sin nada a cambio, sino de exponerle sus condiciones. Rivera podría demandarle que garantizara la aplicación del artículo 155 de la Constitución para reponer la democracia en Cataluña, que negara el indulto a los golpistas cuando sean condenados y que procediera a una bajada de impuestos para activar la economía. Si Sánchez no se amoldara a políticas parecidas y otras del programa de Cs, Rivera se cargaría de razón para seguir en sus trece y saldría fortalecido en su responsabilidad de ejercer la oposición.
También ganaría fuerza Rivera si dialogara, mal que les pese a los intolerantes, con la tercera pata del bloque de centro derecha, Vox, partido que ha permitido a Cs obtener parcelas de poder en Andalucía y en el Ayuntamiento de Madrid y al que pretende aislar en el ostracismo. Vox es un partido de extrema derecha tóxico solo porque lo ha dicho Sánchez y lo repiten sus terminales mediáticas. Vox está a la derecha del PP, pero no es anticonstitucional ni antieuropeo -hay que leer su programa, no basarse en celadas políticas-, y aún así quieren expulsarlo del escenario quienes no tienen inconveniente en arreglarse con la extrema izquierda, los independentistas, los golpistas y los etarras, que de demócratas no tienen ni el nombre. Cuando Rivera ordena que Cs ni siquiera hable con Vox, está sometiéndose a los dictados excluyentes de quienes quieren también expulsarlo a él y a su partido del juego político. Y, lo que es peor, está impidiendo que el centro derecha obtenga las parcelas de poder que le corresponden.
En los actuales momentos de inestabilidad, en los que el futuro está, sin duda, en juego, a Rivera se le está exigiendo -y en ello insisten empresarios y significativos sectores de la sociedad civil- que intente servir a España con un objetivo que solo él puede alcanzar: moderar a Sánchez, alejarlo de los que pueden hundir su Gobierno en la arbitrariedad. Ya firmó con él un pacto en ocasión menos exigente. Es una labor que corresponde a un partido bisagra, que Cs puede realizar perfectamente. Y esa moderación como finalidad es lo que está exigiendo también el centro derecha para ocupar las parcelas de poder pendientes en Murcia y en Madrid. Ser oposición desde el centro no consiste exactamente en ser solo un obstáculo para la derecha y para la izquierda.