Miguel Ángel Gozalo | 24 de julio de 2019
La votación de la primera sesión de investidura ha sido demoledora. El PSOE mejorará su oferta de ministerios y habrá Gobierno de coalición.
El líder de Unidas Podemos, el ganador del envite, sale muy reforzado.
La Transición ha quedado atrás y hay una nueva clase política.
Una sesión de investidura para la elección de un presidente de Gobierno es el no va más de la fiesta de la democracia. Su liturgia está perfectamente regulada. El candidato, en la primera jornada, tiene que dar el do de pecho y cautivar a sus adversarios, que suelen ser legión. Y, después de escuchar aplausos fervorosos de los suyos, seguidos de discursos ricos en reproches, esperar al recuento de unos votos que pueden sacarle en volandas del escenario de la batalla o suspenderlo.
Pedro Sánchez ganó las últimas elecciones generales, hace casi tres meses, y creyó que el encargo de formar Gobierno era un simple trámite (triunfal, por supuesto) en su brillante carrera. A pesar de contar con solo 123 escaños, casi el doble que el Partido Popular, pensó que con los votos de Unidas Podemos y algunos versos sueltos más habría suficiente. Pero el rey estaba desnudo, como en el célebre cuento.
La votación de este 23 de julio, después de un debate de dos días a veces demasiado agrio, ha sido demoledora: 124 votos a favor (los del PSOE y el del Partido Regionalista de Cantabria), 170 en contra y 52 abstenciones. Ahora hay que esperar 48 horas, porque en estos casos la investidura es un partido a doble vuelta, y ya no exige la mayoría absoluta. Solo más sies que noes. Bastará que Pablo Iglesias y los suyos, es decir, el llamado «aliado preferente», Unidas Podemos, cambien su abstención por un sí, para que, si se suma algún otro (el PNV, los independentistas catalanes, Bildu…), pueda ser consagrado presidente el autor del Manuel de resistencia.
Iglesias podrá atribuirse un éxito sin precedentes: que los comunistas entren en un Gobierno en España
«Hasta el rabo, todo es toro», dicen los aficionados taurinos. Hasta que una investidura no se culmina, todo es posible en ese ‘hemicirco’ (como lo llamaba el periodista Cuco Cerecedo) que es el escenario político por excelencia, el Palacio de las Cortes. «Puro teatro», empezó su vitriólico discurso Albert Rivera, a modo de salutación a su entrañable adversario Pedro Sánchez, con el que en otros tiempos estuvo dispuesto a colaborar.
Y el martes 22, cuando todo eran especulaciones en el patio de la Carrera de San Jerónimo, no faltaban los que sostenían que, efectivamente, estamos ante un show: la decisión está tomada. Habrá Gobierno de coalición, el PSOE mejorará su oferta de ministerios y Pablo Iglesias, el ganador del envite, que sale muy reforzado de la investidura de Sánchez, podrá atribuirse un éxito sin precedentes: que los comunistas (aunque ahora escondan su nombre) entren en un Gobierno en España. Lo que no pasaba desde la II República.
Pero habrá que esperar al jueves 25, fiesta de Santiago Apóstol, patrón de España, para saber si, como en los partidos a doble vuelta de las competiciones futbolísticos, hay remontada. Y, en cualquier caso, será una victoria pírrica, por la mínima, de penalti en el último minuto.
Para algo sí que ha sido ilustrativa la doble sesión de la investidura de Sánchez: comprobar que la Transición ha quedado atrás y que hay una nueva clase política, diferente, con otra edad y otros modos, en nuestra vida pública. El diputado Gabriel Rufián, de Esquerra Republicana de Cataluña (un tipo simpático, a pesar de su perfil provocador), que tiene 37 años (los mismos que Pablo Casado) se lo recordó a varios de sus compañeros de hemiciclo, todos de edades parecidas.
Tenemos una obligación, continuar la historia de EspañaPablo Casado, citando a Cánovas
Esa sí que es la nueva clase, que viene pidiendo ministerios. En conjunto, han perdido oratoria, cortesía, maneras y respeto. Pero se suben a la tribuna sin cortarse y, aunque algunos discursos parecen mensajes de teléfono móvil, se atreven con todo. Cuando Pablo Casado, que afortunadamente es un orador a la antigua, brillante y rápido, citó a Antonio Cánovas del Castillo («Tenemos una obligación, continuar la historia de España»), parecía que un soplo del pasado se había metido por el Palacio de la calle de San Jerónimo.
Pero enseguida volvió el toma y daca de la nueva política, en la que Pablo Iglesias se mostró como un maestro consumado, desvelando las pegas que había puesto Pedro Sánchez a que los podemitas ocupasen áreas no decorativas en el futuro e hipotético, por ahora, nuevo Gobierno.
El jueves se verá. Es el santo de Santiago Abascal, otra de las nuevas estrellas de la Cámara, cuya vida de apestado, a pesar del interés que puso Sánchez en ningunearlo, ha terminado. Ya es uno más esperando el desenlace de esta historia. Que hasta el rabo todo es toro.
La única oportunidad que tiene Ciudadanos para sustituir al PP como referencia de la derecha es que Vox se incorpore a la tarea de fagocitar a los populares.
Mientras la derecha vuelve a mostrarse capaz de dialogar por proyectos en común, el PSOE impone la lucha por los sillones en la negociación con su socio preferente, Podemos.