Ainhoa Uribe | 24 de octubre de 2019
Lo que la Policía está llevando a cabo estos días en Cataluña contribuye a evitar que en Europa nazca un nuevo Estado totalitario basado en el odio a España como razón de ser.
Estamos asistiendo estos días en Barcelona a la demostración de lo que ocurre cuando la violencia extrema se une al pensamiento totalitario: la ley de la selva y el control de los espacios públicos por las minorías extremistas y violentas. Cuando en un ámbito determinado de la actividad humana no impera la fuerza de la ley, lo que impera es la ley de la fuerza. Una violencia enloquecida que tiene como motor el odio, y que tiene como rehén a millones de almas acongojadas, al observar hasta dónde han llegado las cosas por acción o por omisión de Gobiernos presentes y pasados.
La violencia en Cataluña es el resultado de la acumulación de renuncias a aplicar la ley y el derecho durante décadas. La renuncia a enfrentar el problema con la firmeza de la democracia y la defensa de los derechos fundamentales de todos los ciudadanos. En definitiva, es el fracaso de una determinada forma de hacer las cosas basada en el apaciguamiento como técnica básica de aproximación frente al nacionalismo etnolingüístico.
Las pretensiones nacionalistas siempre han sido respondidas desde La Moncloa, con más y más concesiones, ya sea en clave de cesión de competencias, en clave de ayudas económicas, o simplemente mirando hacia otro lado cuando se incumplía flagrantemente la Constitución Española, en muy diversos ámbitos, y dejando en manos de los jueces la resolución de problemas de convivencia que tienen carácter político. La situación ha llegado muy lejos, porque se ha dejado que llegara tan lejos, bajo la premisa de evitar el conflicto social.
La indefensión de los castellanohablantes en las aulas, la manipulación mediática desde la Generalitat catalana, o la indefensión de los no nacionalistas en las calles son muestras de una dejadez lastrada durante cuatro décadas. Muchos catalanes se han acostumbrado al nacionalismo como “religión oficial”, como ideología que impregna el conjunto de la sociedad en la esfera pública, dejando en la intimidad sus sentimientos españoles. Pero la situación ha ido más allá… porque las políticas de contención no funcionan eternamente.
El catalanismo radical se ha convertido en una ideología excluyente que no respeta al que piensa diferente, que solo admite una forma determinada de estar en el mundo desde un concepto totalizador de la sociedad, que excluye o trata como ciudadanos de segunda clase a aquellos que, sencillamente, piensan diferente. A ello se suma la violencia extrema ejercitada por muchos jóvenes catalanes, que recuerda a la kale borroka vasca, sumamente organizada y adiestrada para provocar el caos, con quema de contenedores, lanzamiento de piedras, tornillos, ácido y todo tipo de objetos contra la Policía Nacional, para manifestar su descontento, agitando las calles, destrozando el mobiliario urbano y despreciando el espíritu de convivencia pacífica que impera en la democracia.
Los sistemas democráticos se basan en el respeto a los que no piensan como tú, y al reconocimiento de derechos fundamentales para todos sobre la base del principio de igualdad. Un sistema en el cual no se permite la tiranía de nadie; ni de mayorías ni de minorías. En este sistema es la ley la que prevalece y es el Estado el que, como defensor de la ley, tiene el monopolio de la violencia.
En Cataluña observamos escenas en las cuales una delgada línea azul de policías se enfrenta a la barbarie de una minoría que quiere imponer su ideología enloquecida y totalitaria sobre la mayoría pacífica de la sociedad catalana, y española por extensión. Esa delgada línea azul es la última línea de defensa de la ley, el derecho y la libertad de todos frente a la sinrazón, la imposición y la dictadura. La Policía (esta vez en colaboración con los Mossos) está soportando sobre sus uniformes tsunamis de odio. Y están respondiendo con los instrumentos que la ley, el Estado y la sociedad española han puesto en sus manos. Pero, sobre todo, lo están haciendo desde la profesionalidad y la contención que corresponde a los defensores de la democracia española, que es una de las más avanzadas del mundo.
Lo que el Cuerpo Nacional de Policía está llevando a cabo estos días en Cataluña contribuye a evitar que en Europa nazca un nuevo Estado totalitario basado en el odio a España como razón de ser. Esos nuevos soldados de Salamina están soportando la violencia y la destrucción de los que han perdido el juicio, narcotizados por la tentación totalitaria que pretende destruir la democracia española.
Los radicales no prevalecerán, porque una delgada línea azul se interpone en su camino. Esa delgada línea azul es más fuerte de lo que parece tras sus cascos y escudos antidisturbios, ya que se ensancha por detrás con el apoyo de millones de catalanes sensatos y pacíficos, y de otros tantos ciudadanos españoles que creen en la paz y en la concordia como herramientas de convivencia en democracia.
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