Antonio Alonso | 12 de noviembre de 2019
Aunque la muerte de Al Bagdadi es una buena noticia para la lucha contra el terrorismo, no significa ni mucho menos el final del Estado Islámico.
El pasado 27 de octubre, el presidente estadounidense, Donald Trump, anunciaba con gran pompa (y cierta alegría) que una operación especial de los Marines había acabado con la vida del líder del Estado Islámico, más conocido como Abu Bakr al-Baghdadi. Más concretamente, se regodeó al afirmar que había muerto como un perro, para pasar a continuación a dar más detalles de la operación. Posteriormente, el Pentágono incluso facilitó un vídeo del ataque en suelo sirio.
Just confirmed that Abu Bakr al-Baghdadi’s number one replacement has been terminated by American troops. Most likely would have taken the top spot – Now he is also Dead!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) October 29, 2019
Al Bagdadi, viendo que su califato estaba extinto, huyó precisamente a un lugar de Siria donde menos se le esperaba: en la localidad de Barisha, provincia de Idlib, en el noroeste del país, a 20 minutos en coche de la frontera con Turquía. Si uno coge un mapa del enrevesado conflicto sirio, se dará cuenta de que esta zona estaba bajo control yihadista. Más concretamente, era la Organización para la Liberación del Levante o Hayat Tahrir al-Sham, más conocida como Frente Al Nusra, la continuadora de Al Qaeda en la zona y enemiga visceral del Estado Islámico, quien ejerce allí su poder.
En los últimos meses, Idlib ha estado presente en los medios de comunicación. En septiembre de 2018, Turquía y Rusia acordaron hacer de Idlib una zona de desescalamiento, esto es, lo declararon libre de ataques rusos. Hay que recordar que Rusia es aliada de Siria, quien le está restando una ayuda fundamental a la hora de lidiar con su oposición (la civil y la armada) y que Turquía ha aprovechado este momento de debilidad siria para atacar a los kurdos presentes más allá de su frontera, con la excusa de estar luchando contra el terrorismo.
En medio de toda esta situación, los grupos yihadistas también han tomado fuerza en campos de entrenamiento con fuego real, ofreciendo a sus seguidores en redes sociales “hermosas” y románticas escenas de “combatientes” luchando por el califato, derramando su sangre como “mártires”. Más combustible para la propaganda yihadista, muy consumida en la Europa occidental, por cierto, por jóvenes que han idealizado ese mundo, quieren evadirse del “decadente” ambiente que los rodea en Francia, Reino Unido o Bélgica, y han visto en aquel escenario bucólico una vía de escape para sus miserias.
Para entender este movimiento de Trump, hay que ver toda la fotografía completa. El mensaje era bastante claro. Llevaban bastante tiempo tras la (buena) pista de Al Bagdadi y, en cuanto tuvieron la confirmación fehaciente de dónde estaba el objetivo, fueron a por él. No querían dar la impresión, como se ha dado en Afganistán, de que salir de aquel país significa abandonar, rendirse, reconocer la derrota. En esta ocasión, Trump se va con un (pequeño) triunfo entre las manos. Desde luego, no ha resuelto la crisis siria, que ya es una crisis regional e incluso una crisis global al más puro estilo Guerra Fría (Rusia enfrentándose a EE.UU., no directamente, pero sí a través de guerrillas enemigas financiadas por cada uno).
No obstante, aunque la muerte de Al Bagdadi es una buena noticia para la lucha contra el terrorismo, no significa ni mucho menos el final del grupo. La estructura del califato da suficiente autonomía a los grupos y a los individuos que luchan bajo su mando, de manera que al poco tiempo de morir su líder ya habían buscado un reemplazo en la persona de Abu Hassan al-Muhajir, quien murió al día siguiente, atacado por EE.UU., y este fue sucedido, a su vez, por Abu Hamza al Qurashi.
Sin embargo, la cantidad de ataques lanzados por los grupos afiliados al Estado Islámico hacen pensar que esta guerra se prolongará aún por más tiempo. Así parece sugerirlo el ataque de Mali o el de la frontera de Tayikistán, que puede hacer peligrar el desarrollo no solo de Afganistán sino de toda Asia Central. La guerra contra el Estado Islámico no ha acabado; solo se ha cerrado un episodio de esta novela negra.
La amenaza yihadista sigue recorriendo Europa. El lenguaje utilizado por los fanáticos es clave para entender la radicalización de muchos jóvenes. Su ruptura con Occidente es absoluta.