Jorge del Corral | 19 de noviembre de 2019
En este mundo de conciencia laxa y egoísmos por doquier, el embuste está instalado en la sociedad y no pasa factura.
Algunos aún se escandalizan porque muchos o pocos políticos mienten y engañan, sin mirarse antes al ombligo y constatar que el embuste y la trapacería están instalados en la sociedad, con nosotros, igual que forman parte de nuestra vida Internet y el resto de tecnologías.
Los políticos no son una especie aparte, sino un reflejo, un producto, un elemento más de la sociedad. Como los policías, los ladrones, los periodistas, los médicos, los abogados, los jueces… Si la sociedad es corrupta, cada parte está corrompida. Y lo mismo ocurre con los valores y los principios. Todo se inculca desde la escuela, pero pocas, incluidas las universidades, instruyen y premian en honestidad, verdad, libertad, rectitud, lealtad, integridad, esfuerzo… Y si hablamos de la familia que educa a sus hijos en esas virtudes, el número es mayor, pero decrece.
Lamentarnos de la clase política que tenemos es farisaico. Es verdad que muchos engañan y son mendaces, pero no más que periodistas y medios de comunicación, para quienes la mentira y la manipulación son un instrumento para alcanzar un fin generalmente material: el éxito económico. Pero también es verdad que, junto a esos, hay muchos políticos, periodistas y medios de comunicación que son honestos, cumplen lo que prometen y no engañan.
Si nos fijamos en el periodismo, no es difícil constatar que ha sido sustituido por la comunicación, que no es periodismo, y que a esa la ha reemplazado la mercadotecnia, que es el arte de vender al consumidor un producto tergiversando sus cualidades, ocultando sus defectos, exaltando sus ventajas, aunque ni sean ciertas ni estén contrastadas.
Trasladado a la política, el ciudadano es consumidor de una marca (Pablo Iglesias Turrión, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, Albert Rivera Díaz, Pablo Casado Blanco, Santiago Abascal Conde, Íñigo Urkullo Rentería, Carles Puigdemont Casamajó…) con color (morado, rojo, naranja, azul, verde…) y depurado marketing que pervierte el lenguaje y llama fascismo a la extrema derecha; derechona, a la derecha; centro liberal y reformista, al centro; progresistas, a la izquierda y extrema izquierda comunista, y nacionalistas a los independentistas. No es de extrañar que el votante acuda a la urna engañado o sin saber muy bien por quién decidirse y desconfiando de casi todos.
En una sociedad cada vez más fragmentada y variopinta, no nos debe sorprender que la representación política refleje heterogeneidad de aliños indumentarios, actitudes (¿conoce usted la sordidez decorativa, escenográfica y actoral de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, semillero de podemitas y cuna del partido de Iglesias y Juan Carlos Monedero Fernández-Gala?), ideas, principios, maneras de expresarse y valores (¡aprobado general en un único examen y sin asistencia previa a clase para los CDR que estos meses se divierten en Cataluña haciendo el salvaje y cortando calles e infraestructuras, animados y amparados por la Generalitat!).
En la actual sociedad, una parte camina ciega por donde la llevan del ronzal, y otra, no pequeña, recela de todo, como reflejaba El Roto en su viñeta del 13 de noviembre en El País: una negra garra salía de entre las nubes y una voz decía: “¡Desconfiad los unos de los otros!”.
Si la ciudadanía estuviera educada en valores y principios, no perdonaría a los políticos que prometen una cosa y hacen la contraria; no volvería a votar a quien miente y engaña públicamente y en sede parlamentaria; echaría de la vida pública a quien roba, estafa y prevarica en su beneficio o en el de los suyos. Sin embargo, en este mundo de conciencia laxa y egoísmos por doquier, comportamientos así no pasan factura porque también son los nuestros o porque, sin serlos, el político en cuestión “lo hace para nuestra causa” o “es de los nuestros”.
El ser humano es incapaz de aceptar la realidad y necesita la ficción para vivirJavier Cercas, escritor
Sobre la mentira se ha escrito mucho y bien. Javier Cercas ha dicho que “el ser humano es incapaz de aceptar la realidad y necesita la ficción para vivir”; el psicólogo Jerald Jellison ha constatado que “contamos una mentira cada ocho minutos”, y Paul Eckmann, pionero en el estudio de las expresiones faciales, ha subrayado que “la mentira es un componente esencial de la inteligencia social”, porque de ella se obtiene algún beneficio, como mejorar la propia imagen y obtener algo de los demás.
Y célebres son frases de insignes hombres sobre la materia, como Paul Valéry, para quien “lo que ha sido creído por todos siempre y en todas partes, tiene todas las posibilidades de ser falso”, o la de Abraham Lincoln: “Nadie tiene la memoria suficiente para mentir siempre con éxito. Podrás engañar a todos durante algún tiempo; podrás engañar a alguien siempre; pero no podrás engañar siempre a todos”.
Esto lo saben quienes viven del voto de los demás, principalmente Pedro Sánchez, y por ello recurre siempre al engaño y a la mentira como instrumento de acción política y forma de perdurarse. Y por ahora lo consigue.
Las últimas «fake news» sobre el Vaticano y el Papa pretenden englobar un relato que trata de enfatizar que Francisco no sigue la doctrina tradicional, algo que es falso.
Sánchez y Zapatero siguen el mismo patrón. Si el Gobierno dispara el déficit, intensifica el intervencionismo y sube los impuestos, se creará el caldo de cultivo para una nueva crisis.