Francisco Javier González Martín | 10 de diciembre de 2019
Argumentos para explicar que Vox no es de ultraderecha, a pesar de que muchos jóvenes o no tan jóvenes lo crean y aunque los medios de comunicación exploten el término hasta la saciedad.
A pesar de la inmensa propaganda que tiene como fin el supuesto terror a la derecha radical y el miedo a que los españoles no voten a Vox, está claro que la verdad es otra. Vox viene a reemplazar en parte a un PP cuyos líderes se empeñan desde FAES en decir que Manuel Azaña, Alejandro Lerroux o Melquiades Álvarez son de su cuerda, cuando estas figuras republicanas son de una izquierda radical burguesa, según testimoniaron en su momento Avilés Farré en La izquierda burguesa en la Segunda República (1979) o Nigel Towson en La República que no pudo ser (2002).
José María Aznar, el segundo teórico del centro-derecha tras Manuel Fraga, sigue a la búsqueda del centro, del mismo modo que Indiana Jones del tesoro del templo maldito o del Arca de la Alianza. La cobardía acomodaticia de la derecha burguesa ha dado una imagen de eunuco, traicionando a los votantes del PP.
De un lado, ha dado como resultado el triunfo de una izquierda oportunista, zapateril, portadora de un rencor revanchista como arma política, con la creación de un odio que incluso amenaza con justificarse en el Código Penal frente a la invención de una derecha franquista. Pero conviene insistir: es un odio que han creado ellos y que lo pasan a un enemigo, demonizado como nunca, para evitar el voto a Vox, al que se ha intentado descalificar por doquier, al margen incluso del tema de Franco, que naturalmente interesa a esta izquierda.
Si es un voto de castigo más que ideológico y de necesidad sociológica para el país, entonces Vox ha conquistado su techo electoral. Pero si la nación española necesita de una derecha fuerte, unida, sin intereses de clase, Vox es una alternativa sin duda en ese sentido. Una derecha social y más laica sería aún más acertado, invadiendo incluso el espacio de la izquierda, que quizá es lo que realmente teme, guardando en la vieja arca de la historia los símbolos religiosos, ya habrá tiempo de sacarlos.
Tampoco hace falta sacar la bandera española de paseo ante cualquier evento, en esto hoy compiten PP y Vox, porque Ciudadanos no me merece la más mínima consideración, fuera de su papel en Cataluña, de donde no tenía que haber salido. Solo ha aparecido como un partido sin raigambre territorial ni identidad, oportunista y chaquetero; claro que comparte características con otros que sí dicen tener identidad.
No, Vox no es de ultraderecha, a pesar de que muchos jóvenes universitarios o no tan jóvenes lo crean y aunque los medios de comunicación exploten el término hasta la saciedad. Sin embargo, Vox solo es derecha, ¿por qué? En honor a la verdad, lo que entendemos como “ultraderecha” ya se demostró en la Transición española, incluso antes de la fundación oficial de Fuerza Nueva en 1976. Esta organización apareció primero como asociación cultural y sociopolítica (1966); luego, surgieron los Guerrilleros de Cristo Rey (1968) y los diversos grupos carlistas y falangistas sin unidad, descabalados; también aparecieron grupos neonazis calvos, drogadictos, descerebrados, tatuados como en las películas yanquis, no los de CEDADE, sino los vinculados a organizaciones deportivas.
Los de CEDADE y los de Bases Autónomas eran más o menos cultos, si bien despreciados por Mariano Sánchez Soler en su libro Los Hijos del 20-N (1996), metiendo en un mismo saco a todos los que el autor odia; algo más objetivo fue el de Javier Casals Neonazis en España (1992). Este es uno de los primeros en relacionar violencia y odio, cuando tampoco era cierto del todo. Los llamados neonazis eran, en su mayor parte, individuos drogados, sin cerebro, sin objetivos ni planificación ni una acción política. Entre estos estaban los ultras del fútbol, que sí eran muy radicales. Pero, en general, ser ultra no significa ser un criminal o un delincuente, podríamos decir lo mismo del bando contrario. Otros se mostraban violentos, uniformados, eran antisistema, buscaban derribar la democracia cuando llegó, pero minoritarios y divididos.
Cuando Fuerza Nueva nació como editorial y asociación socio-política en 1966, frente a un franquismo que creían que se debilitaba, se consideró que Franco ya era viejo a pesar de su vigor y presencia. Eran un poco no solo una idea renovadora o reforzadora, sino la representación de que había que ser más franquista que Franco, en un país en que se suele ser mas papista que el Papa, según impere un criterio político.
El propio sistema se dividía o se cuarteaba hacia opciones de futuro, sobre todo desde la jornada del 19 de julio de 1969, en que Franco declara al candidato en su sucesión a la Jefatura del Estado. De un lado, el monarquismo hacia Juan Carlos; de otro lado, había cierto posibilismo con Pío Cabanillas, Torcuato Fernández-Miranda, frente a José Antonio Girón de Velasco y los excombatientes. Había que reforzar la conciencia y las estructuras de un Estado que, bajo la fachada de franquista, perdía gas. Ese es el pasado. Frente a esta ultraderecha extinta, Vox no resucita nada, no es la Patria imaginada que denunciaba Ferran Gallego Margalef en Una patria imaginada. La extrema derecha española 1973-2005 (2006), sino que viene a defender la historia de España.
E insistir en que viene a cubrir el espacio de una derecha inexistente, ante un Pablo Casado inexperto, vulnerable como sus antecesores, que va a tardar en volver a ser la fuerza que fue por los graves defectos internos y la falta de respuesta al PSOE, por su partidismo sectario e ineficacia irresponsable. Vox se presenta como:
1) Un partido prosistema y, por tanto, no anti, defensor de las instituciones, con ánimo de reformar todo aquello que ha constituido un fracaso, un aldabonazo o fundamento de corrupción para España, entendida no como una idea, sino como un colectivo físico: los españoles, su tierra, sus territorios, sus límites geopolíticos.
2) Es un partido, en consecuencia, constitucional, defensor de nuestra denostada Constitución de 1978 y, naturalmente, enemigo de los abusos que se han vuelto contra la misma Carta Magna, como son las autonomías.
3) Se muestra democrático frente al predominio exclusivista y abusivo de una izquierda que monopoliza no solo la democracia, sino lo público, la cultura, la libertad, la tolerancia, la vida universitaria.
4) Mientras la izquierda es excluyente y totalitaria, Vox se presenta incluyente y abierto.
5) La formación de Vox es monárquica y unitarista, porque la Monarquía no es que represente el gobierno de uno solo, sino que representa la Unidad del Estado.
6) Frente a una izquierda arribista y tronadora en el uso de una violencia latente que sueña con la república, pero con un sentido bananero, y que simpatiza con independentistas y traidores a España (Bruno Padín Portela, La traición en la historia de España, 2018). Frente al odio derivado de las políticas desafiantes e insultantes del PSOE, Vox defiende la Ley, el Derecho con mayúscula. No se trata de mi derecho o el tuyo, sino de un sentido superior, del que todos dependemos, sobre la conciencia de nuestra historia.
La formación voxista no está en ninguna dialéctica de víctimas-verdugos, sino que su objetivo es desentrañar los problemas actuales
7) No puede existir la democracia sin el Estado de derecho, sobre todo en una España donde Pedro Sánchez ha declarado que la Fiscalía le pertenece, así como el Poder Legislativo, saltándose la división de poderes como sistema de colaboración y convivencia; un individuo que confundió a Felipe VI con Felipe II en una sesión del Congreso y que citó una frase de san Juan de la Cruz cuando era de fray Luis de León en su atroz Manual de Resistencia (2019), por no hablar de su tesis doctoral.
Santiago Abascal, al menos, aún no se ha equivocado en sus dos libros, España vertebrada (2010) y Hay un camino hacia la derecha (2017). Todo ello dentro de una ética política de honradez, claridad, sencillez y sinceridad. Por lo menos ahora. También se equivocó Mariano Rajoy en Londres cuando expuso que la Carta Magna (1215) de Juan Sin Tierra era la primera carta de derechos del mundo, porque no sabía que El Fuero de León (1188) o la publicación del Fuero Juzgo y del Liber Iudiciourum tienen el origen de sus contenidos en la Lex Visogothorum, más centenaria aún (654), si bien el Liber es una traducción posterior.
Pero bueno, estos detalles a un político no le interesan. La esperanza de claridad y honestidad, naturalmente, choca en un país que ha olvidado que es la honradez en política, salvo algún eslogan suelto y de base electoralista, ya que se ha familiarizado con la corrupción, la estafa, la mentira donde el optimismo no parece vencer al escepticismo. Hacer entender la conciencia de Estado, educar al español a pesar de él, como exponía Ortega, es una tarea dura, contra vientos contrarios. La formación Vox muestra su catolicismo, quizá esto truena en un país laico, aconfesional; si hiciera mayor alarde de laicidad, ganaría más votos, pero se mantiene en la razonable separación Iglesia-Estado.
8) Desde luego, no practica la violencia, más bien es al revés: son sujeto de violencia verbal y física, incluso por los medios de comunicación comprados todos por el extranjero o por la izquierda. Viéndolo se comprende la necesidad de controlar la libertad de expresión y de prensa. Incluso hay católicos con vocación de mártir, se dejarían matar antes que defenderse. Un tema que ya lo sugirió Pablo Iglesias, curiosamente. Dado que en la prensa internacional se tiene miedo a la ultraderecha, como si fuese verdad que la masonería domina la conciencia de esas burguesías progres y liberales frente a las clases medias siempre desfavorecidas.
9) Vox defiende la autenticidad de la historia de España, sus símbolos, nuestras banderas, el pretérito sin ánimo de convertirlo en presente. Es Sánchez, en esa obsesión estúpida derivada de José Luis Rodríguez Zapatero y alabada por Ian Gibson de que, eliminando el 39, trasladando a Franco de sitio, “hay más democracia” como un símbolo de su victoria histórica, en la idea de que la democracia es un juguete de las izquierdas, como el globo con el que jugaba Astolfo Hynkel en El Gran Dictador (1943).
Pero semejante imbecilidad ha llegado a los altares de la Democracia sin que nadie se mese los cabellos ni exista contestación en un país adocenado y embrutecido.
10) Vox no practica el victimismo, frente a un PSOE que hipócritamente calla la historia de sus crímenes contra miles de católicos y no católicos, como han destacado desde Javier Paredes, en sus artículos de Hispanidad, a Fernando del Rey, en su reciente Retaguardia roja (2019). Siempre con el pasado a cuestas, un partido que se dice progresista se dedica a eliminar fantasmas y muertos, como en una mala película de zombis. Todo esto mueve a pensar en las palabras de Stanely Payne, que en una reciente entrevista para El Mundo exponía que «es un deber moral acabar con La Ley de Memoria histórica», que ha desencadenado un fanatismo izquierdista, una auténtica caza de brujas.
11) La formación voxista no está en ninguna dialéctica de víctimas-verdugos, sino que su objetivo es desentrañar los problemas actuales:
Cataluña, el paro, la debilidad política, la corrupción, la comparsa de los partidos políticos son los temas a solucionar. Naturalmente, en un país que se cree cosmopolita, globalizado, invadido por millones de inmigrantes, muchos ilegales que no conocen nuestra cultura ni las leyes ni la Constitución, un país vendido al extranjero, ¿qué se espera?
El partido de Abascal se queda por debajo de sus expectativas, pero lastra a un PP obligado a reflexionar.
El Partido Popular sigue sin analizar por qué sus votantes han encontrado ya un nuevo refugio que vende futuro.