Luis Núñez Ladevéze | 13 de enero de 2020
Para ganar la liza electoral, la derecha inclusiva, no excluyente, tiene que olvidarse de Vox. Este partido nunca podrá ganarse regateando solo en una zona del campo, sino en el campo completo.
Tras la tempestad viene la calma. Puede ser una calma serena y luminosa o la calma chicha y neblinosa que ha caído encima. El bloqueo electoral se ha resuelto preparando un nuevo Gobierno. Habrá que esperar para ver. El bloqueo institucional, más profundo y peligroso que antes.
La suma de los partidos de centro derecha superó con creces a la de la izquierda. Pedro Sánchez mintió a sus electores. Pero el engaño electoral no cuenta como resultado. Tal vez tenga consecuencias en la evanescente memoria electoral. ¿Cabe una escisión del socialismo, como en la derecha? En el socialismo no hay facción divisora. Todos saben, como anunció Charles de Gaulle, que el peor enemigo de un partido es su fragmentación. Los trapos sucios se lavan disputando dentro de la casa. Si la casa se divide, no hay cocina divisible.
Es inútil el examen de conciencia si no se está dispuesto a rectificar. Hubiera bastado no desperdiciar en La Rioja, entre Vox y Ciudadanos, treinta mil votos. Que en Huesca el PP tuviera dos diputados y el PSOE solo uno. En Zaragoza, el PP cuatro, y el PSOE dos. En Valencia, el PSOE uno, que pasaría a Compromís. En Huelva otro, que ganaría el PP. Desisto de seguir. Con solo estos leves cambios que Vox impidió, el panorama sería diferente. Ahora Vox consolidado, a cambio de un país desestabilizado. Vaya negocio para el sanchismo.
Otra vez pasó lo que desde que apareció Vox en liza está pasando. En lugar de disputar el liderazgo interno, se convirtió en facción para rivalizar con la otra. Como falta ánimo para luchar dentro, se buscó ganar un puesto para que ambos perdieran fuera. La misma táctica del inexistente Teruel que asegura la hegemonía socialista. Clamaban contra el chantaje independentista, consiguen aumentarlo. Despotricaban de abortos, ganan eutanasias. Se quejaban de la ley de violencia de género. Convenzan a Pablo Iglesias. El culpable fue Mariano Rajoy. Pero no se atrevieron a disputar su liderazgo. ¿Que no era posible? Lo hizo Esperanza Aguirre, perdió. Lo hizo Pablo Casado, ganó. Pedro Sánchez ha enseñado que perder forma parte de la liza. Pero dividir es entregar las armas al enemigo. Esto fue lo que pasó, pasa y podrá pasar.
Al analizar, como han hecho con éxito los consejeros áulicos de Pedro Sánchez, hay que detectar las posibilidades reales, las efectivas, no las imaginadas para preservar el afán de pureza, los dogmas enquistados o la liturgia inflexible. A pesar de haber perdido casi un millón de votos el 10 de noviembre, a pesar de haberse demostrado que engañó a sus electores, el sanchismo se ha llevado el gato al agua.
La lección no es engañar al elector. A medio plazo también puede acabarse pagando. No hace falta engañar para reconocer el objetivo, los medios con que se cuenta y los que reúne el contrario. La democracia es la sustitución de la guerra por otros medios. Si la unión hace la fuerza, la desunión fragua la debilidad.
Asistimos a un equilibrio parlamentario inestable. En comentarios anteriores cometí un error de cálculo al pensar que el punto débil de la fragmentación era Vox y que el voto estéril acabaría disipando esta opción. Ciudadanos parecía sólido. Los obvios errores de Albert Rivera, creyendo que podría disputar el espacio al PP, lo han sacado del campo.
Para ganar la liza electoral, la derecha inclusiva, no excluyente, tiene que olvidarse de Vox. Que con su pan se lo coman. Este partido nunca podrá ganarse regateando solo en una zona del campo. Se gana en el campo completo. Meter gol en la propia puerta lleva a que el contrincante sume tus propios tantos. Solo se vence cuando se golea la portería contraria.
En las intervenciones durante la investidura, Pablo Iglesias dio un consejo. Aunque venga del enemigo, tiene valor. A la monarquía y a la Constitución no se las defiende replegándose en la zona propia. O la comparten los más, o no es de ninguno. Son la regla para regular el debate, no para impedirlo. Es lo que ahora flota en el aire.
De las intervenciones finales, la de Pablo Casado fue la más brillante. Pero el mejor orador del hemiciclo se pasó de frenada en la bronca al recortar la amplitud de la oferta. Rivalizar con Vox no es procedimiento. Para bien o para mal está ahí, nada aconseja seguirlo. El electorado flotante necesita más convivir que regañar. Santiago Abascal pudo ser más torpe, pero lo fue al dejar su sello de violencia doméstica. ¿Para convencer al convencido? Ni era el momento ni lo que se discutía. Torpe desgastar la cita de Manuel Azaña. Inés Arrimadas supo encontrar la suya. Replegado al propio campo se defiende la portería si se va ganando, no cuando se está perdiendo. Menos brillante que Casado, pero mejor orientada, Arrimadas dio con el tono de lo que había que decir y hacer. Distinguir entre socialismo y sanchismo. Presentar el juego en el centro, desde donde se puede avanzar hasta la portería contraria.
Un buen consejero estudiaría lo que hizo Adolfo Suárez. Se olvidaría de Franco, que es donde se discute de muertos. Ahí la contumacia de Vox queda prendida a justificar su debilitadora arrogancia. El daño está hecho. Recuperar esa zona es tiempo inútil. La derecha tiene que ocuparse de abarcar el espacio electoral que consolidó sus victorias pasadas. Lo amplía si suma a Arrimadas y sus dos millones de votantes huérfanos de padre. Si consigue ganarse a Ana Oramas en una fórmula similar a la navarra. Nada se gana con Abascal. Siempre quedarán muertos que desenterrar para enjaular a su electorado. La derecha no puede dejarse encerrar en esa estrecha jaula. A la defensiva nunca se vence cuando se parte con desventaja.
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