Juan Milián Querol | 29 de enero de 2020
José María Marco y Jorge Martín Frías coordinan «La hora de España. Una afirmación liberal conservadora», un libro en el que se debate qué debe ser hoy el centro derecha y cómo puede volver a seducir a una sociedad angustiada y descreída.
Los problemas y los retos del liberal conservadurismo español no son muy diferentes a los del resto del mundo occidental. Quizá aquí la izquierda sea más radical y en algunas regiones, como la catalana, la concentración de populismos sea extraordinaria. Sin embargo, la fragmentación y cierta desorientación estratégica ante los enemigos de la sociedad abierta y la libertad individual son bastante comunes tanto en Europa como en Estados Unidos.
La derecha tradicional ha sido electoralmente arrasada en Francia, como lo fue en Italia. Los republicanos norteamericanos y los tories británicos gobiernan con líderes que han sabido adaptarse a la retórica de la hipérbole, pero no está claro que su ejemplo vaya a fortalecer los valores adecuados. Incluso en Alemania la solidez de la CDU puede verse amenazada tras la retirada de Angela Merkel. Con este panorama, uno echaba de menos un debate sosegado sobre qué debe ser hoy el centro derecha y cómo puede volver a seducir a una sociedad angustiada y descreída. Y son, precisamente, estas reflexiones las que nos ofrece el libro colectivo (La hora de España. Una afirmación liberal conservadora) que acaba de publicar la editorial Deusto, con la coordinación de José María Marco y Jorge Martín Frías.
LA HORA DE ESPAÑA: UNA AFIRMACION LIBERAL CONSERVADORA
José María Marco y Jorge Martín Frías
Deusto
256 págs.
17,95€ /ebook 9,49€
El propio Marco y Miguel Ángel Quintana Paz nos ofrecen, en su capítulo, un magnífico diagnóstico de la situación actual y del desafío que supone para el liberal conservadurismo la nueva izquierda. En las últimas décadas, la élite progre y la clase trabajadora han sufrido un proceso de desconexión. Las traiciones mutuas no han sido pocas. Así, esta élite ha acabado resituándose en el “postsocialismo”, una alianza con las minorías victimizadas, que le permiten mantenerse en la bohemia y el poder.
No obstante, los costes sociales de esta estrategia no son baladíes. Sin proyecto económico reformista, pero con un discurso idealista y unas políticas de identidad que imposibilitan el bien común, la nueva izquierda desgasta la democracia y sus instituciones, así como alimenta el resentimiento y la posibilidad de un conflicto. Sublima una pertenencia para eliminar la complejidad de la persona. Con esta estructura discursiva, no es de extrañar que los nacionalismos independentistas se entiendan mejor con la nueva izquierda que con posiciones políticas liberales o conservadoras que defienden la libertad y la responsabilidad individuales.
¿Cómo superar democráticamente esta eficaz y perversa estrategia de la nueva izquierda antes de que desaparezca cualquier finalidad compartida y se asfixie definitivamente la libertad? Esta es la pregunta que recorre buena parte de las páginas de este libro. No es fácil. El centro derecha europeo se ha fragmentado precisamente en sus planteamientos ante estos retos. Usar los mismos instrumentos que la nueva izquierda sería renunciar a los fundamentos de la democracia liberal, pero limitarse a una defensa de la legalidad y a la buena gestión sería condenarse a ser electoralmente irrelevante en una época de posverdades y emociones exaltadas.
En el prólogo, Ana Palacio apunta a la clave de bóveda que mantendría un proyecto liberal conservador sólido en este siglo líquido. Escribe la exministra de Asuntos Exteriores: “El racionalismo liberal debe integrar la naturaleza sentimental de la motivación”. En este sentido, “el componente conservador busca reforzar la natural interacción de la persona con los demás, con la familia, con la comunidad”.
En definitiva, la derecha debe evitar dos tentaciones. Por un lado, la de canalizar la ansiedad económica de la sociedad avivando el odio y el resentimiento a la manera nacionalpopulista. Y, por otro, la de abanderar un cosmopolitismo impermeable a los sentimientos nacionales y los problemas reales de la desindustrialización y la precarización de la clase media. Además, como concluyen Marco y Martín Frías, “la respuesta, por parte de un centro-derecha abocado a renovarse a fondo, no puede volver a consistir en pensarse a sí mismo en los términos en los que le marca la izquierda”.
Esta ha abandonado cualquier idea de bien común, desprecia lo mejor de nuestro pasado y se muestra irresponsable respecto al futuro. El liberal conservadurismo tiene, pues, la posibilidad de repensarse en su mejor tradición moderantista y reformista, formando un discurso propio ante nuevas realidades como los flujos migratorios, la conservación del medio ambiente, las nuevas tecnologías, el reto demográfico o el futuro de la Unión Europea. Y debe hacerlo poniendo a la persona en el centro y defendiendo apasionadamente la libertad.
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