Manuel Bustos | 06 de marzo de 2020
Tras la aprobación de la Ley de Memoria Histórica, se ha retirado en Cádiz el busto en recuerdo del escritor gaditano José María Pemán.
Confieso que llevo varios días sintiendo una mezcla de tristeza, rabia contenida e impotencia. Esta vez le ha tocado el turno a la figura señera de José María Pemán. ¿Quién será el siguiente? A la velocidad que vamos en esta criba enfermiza, la memoria histórica se convertirá en una auténtica máquina de la desmemoria, es decir, en ignorancia, sumada a la que ya detectamos acerca del pasado y de la cultura, abundantemente, entre nuestros jóvenes.
Sobre la ley que ampara semejante desaguisado, se quiere construir una realidad ficticia de buenos y malos, o mejor, únicamente de buenos: los que quedaron en el lado republicano. Poco importa que muchos de los que ahora aplican esa ley inicua tengan padres, abuelos y familiares entre los franquistas y nacionales. Así ha sucedido con José Bono y María Teresa Fernández de la Vega.
Cuando las ideologías progres extremas se imponen, emigra el sentido común. Hunden a países enteros en la miseria, en la división de sus miembros y la ausencia de libertad. Sus fórmulas mágicas han sido suficientemente probadas en el siglo pasado y en el presente. Y los efectos que producen son de sobra conocidos.
La memoria histórica se convertirá en una auténtica máquina de la desmemoria, es decir, en ignorancia
De esa purga injusta y parcial de personas –a la manera totalitaria- no va a salir (estén ciertos en ello) una España más limpia, democrática y justa, sino más temerosa, más desinformada y más radicalizada. Porque, a la larga, remover a los muertos, reconstruir la historia como a uno le interesa, no suele ayudar a que los hechos no se repitan, a no caer en aquello que se pretende corregir, ni tan siquiera a elevar la dignidad de los vivos. Al contrario, la falta de magnanimidad delata a quien la ejerce, el odio y el deseo de venganza se acrecientan y la ignorancia hace que se pueda caer en los mismos errores.
¿Quiénes pueden erigirse en este país en jueces y expendedores de salvoconductos selectivos de democracia y legalidad? ¿Tan limpia está la hoja de servicio de sus formaciones? ¿Acaso no se les ha recordado en muchas ocasiones lo sucedido también en el bando republicano? ¿Pretenden acaso ignorar las responsabilidades de sus antiguos dirigentes? La sordera es impresionante, sobre todo cuando la guían la incultura, el aprovechamiento o el servicio a la Causa antes que a la verdad. Y en España, para desgracia nuestra, vivimos en esta situación. ¿Hasta cuándo habremos de esperar para que sea derogada la llamada Ley de la Memoria Histórica, en lugar de continuar alimentándola?
¿Y qué vamos a decir en favor de Pemán que no se haya dicho ya? Con nocturnidad y alevosía, con la gente entregada en cuerpo y alma al Carnaval, surge de nuevo en Cádiz el tema de la condena progresiva y constante de su egregia figura al más cruel olvido. Lo más vil que se puede hacer con una persona es entregarla a la inexistencia, después de haberla denigrado. Todo personaje histórico, ser humano al fin, inserto en una circunstancia muy diferente de la nuestra, es sujeto de opiniones contrapuestas. Pemán, como cualquier otro, tiene las suyas. Pero no cabe duda de que, en su caso, su hoja de servicios sobreabunda de cosas buenas.
Lo más vil que se puede hacer con una persona es entregarla a la inexistencia, después de haberla denigrado
A Cádiz no le sobran escritores de excelencia; Pemán lo fue con mucho. Dominó, sobre todo, el género periodístico, donde es maestro indiscutible. Cultivó el teatro con éxitos masivos de espectadores. Toda una época larga de llenos, que precedió a la II República, y llegó hasta cerca de los setenta, así lo atestigua. Fue también un poeta popular, amigo de Gitanilla del Carmelo, personaje gaditano bien conocido por entonces. Su obra tal vez no siguiese las nuevas tendencias poéticas que apuntaban en su época, pero, sin embargo, estaba enraizada en la mejor tradición hispana del Siglo de Oro. Sus versos estaban llenos de sano humor e, igualmente, eran a la vez sensibles y espirituales. En tiempos de arranque de la televisión como medio, consiguió elaborar buenos guiones y crear personajes de ficción de una inconfundible identidad psicológica (El Séneca). Estuvo presente en otros muchos géneros. La vocación de Pemán fue, esenciamente, la de escritor.
Y, sin embargo, esta actividad no le llevó a dejar de lado su compromiso con su patria y su gente. Monárquico convencido, defendió pilares fundamentales en toda sociedad sana (la propiedad, la familia, la justicia y las raíces religiosas). Trabajó durante su vida por una monarquía integradora de todos los españoles, enfrentados durante años. Por fin, en los últimos años de su vida consiguió ver la restauración de la fórmula política por la que tanto luchara. La misma que perdura hoy. Se le reconoció esa labor incansable con la distinción más alta que pueda darse: la orden del Toisón de Oro.
Fue, en definitiva, y tal vez sea esto lo más importante, un hombre bueno, profundamente creyente, cofradiero y muy popular; querido y admirado por la mayoría de sus conciudadanos, favorecedor de la cultura en su patria chica, ya fuese desde la universidad y el Ateneo, o desde la Real Academia Hispano Americana y el casino, además de otras varias instituciones. Ayudó e intercedió por muchos, a veces con éxito, gracias a su prestigio y a su conocimiento personal, de no pocos miembros de la jerarquía política.
Y todo esto no es una mera expresión de deseos; son pruebas fehacientes que he podido leer en su archivo, aún sin explorar plenamente. Con motivo del centenario de su nacimiento, contribuí, en unión de Antonio Llaves, y a través de sendas exposiciones en Cádiz y Madrid, a mostrar facetas desconocidas de su biografía, de su enorme obra y de la acción de nuestro escritor. La Diputación Provincial de izquierdas de entonces lo hizo posible (¡Qué diferencia!).
En lugar de tratar de borrar la memoria de José María Pemán, más valiera, justicia y honestidad obligan, agradecer lo mucho que hizo por Cádiz y las localidades de su entorno. El olvidado y condenado al ostracismo debe dejar de serlo de una vez por todas. Lejos de escarnecerlo, debiera ser devuelto al recuerdo y al Olimpo de los literatos, aunque solo fuese al pequeño Olimpo de su Cádiz que tanto amó.
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