Juan Milián Querol | 18 de marzo de 2020
No es momento de llorar por la gestión de la crisis del coronavirus. Debemos aprender las lecciones y hacer, en estos momentos de confinamiento, las reflexiones oportunas.
El dramaturgo Vlácav Havel dedicó a la memoria del filósofo Jan Patočka el breve y luminoso ensayo El poder de los sin poder. Ambos fueron portavoces de la Carta 77, una respuesta de la disidencia al encarcelamiento de la banda de rock The Plastic People. Al régimen comunista no le gustaba el rock, porque, en general, no le gustaba la vida en libertad. Patočka moriría el 13 de marzo de 1977 por una hemorragia cerebral, tras horas de interrogatorio de la policía política checa. Su amigo Havel pasaría cinco años en la cárcel, se convertiría en el referente moral de la Revolución de Terciopelo y, tras la caída del comunismo, se convertiría en el presidente de la República Checoslovaca con el apoyo unánime de la Asamblea Federal.
El poder de los sin poder
Vaclav Havel
Encuentro
136 págs.
9,90€
En El poder de los sin poder, Havel denunció la ideología que “da al individuo la ilusión de ser una persona con una identidad digna y moral y así le hace más fácil no serlo” o, en otras palabras, que “le permite engañar la propia conciencia y enmascarar ante el mundo y ante sí mismo su condición real y su humillante modus vivendi. Así, gracias a la ideología, se va tejiendo “una red de hipocresías y de mentiras” que crece y crece al servicio del poder. Sin embargo, llega el momento en que este acaba atrapado en su propio sistema de falsedades. Acaba sometido a la ideología y observa cualquier muestra de verdad como una amenaza peligrosa e intolerable. En aquellos sistemas “postotalitarios”, como los definía Havel, los ciudadanos se veían obligados a comportarse como si creyeran todo lo que el poder dictaba. No tenían que aceptar las falsedades, pero sí se veían forzados a vivir en ellas.
Hoy, sin embargo, en nuestras democracias liberales nadie debería sentirse forzado a vivir en la mentira, pero la realidad es que no son pocos los Gobiernos que sostienen eficazmente su poder en los famosos relatos, en mentiras que ceban el ego de sus votantes. Son aquellos que se apropian de los réditos morales de las víctimas sin serlo, ni, menos aún, padecer sus costes. Con la ideología, alimentan la superioridad moral y la comodidad psicológica de saberse los más buenos y los más listos. Con todo, rechazan la dignidad de vivir en la verdad y, cuando la realidad golpea, pronto se ve la desnudez de unos dirigentes que parecían fabulosos luchando contra enemigos muertos, pero que son incapaces de hacer frente a los reales, porque están atrapados en una telaraña gramsciana que apenas los deja reaccionar.
Las advertencias de Havel siguen sirviendo frente ideologías que campan a sus anchas en el mundo de la posverdad, porque “desde el momento en que todos los problemas reales y los fenómenos de crisis se ocultan bajo el espeso manto de la mentira, no se sabe nunca cuándo caerá la famosa gota que colma el vaso y en qué consistirá la gota”. Y la gota ha caído y el vaso se ha colmado en nuestro país. Ha llegado el coronavirus y todo el armatoste de storytelling y marcos mentales del Gobierno de Pablo Iglesias e Iván Redondo se ha venido abajo. Mientras aquí nos decían que no pasaba nada y animaban a la población a juntarse en manifestaciones masivas, la canciller alemana, Angela Merkel, o el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, advertían a sus conciudadanos de que lo peor estaba por venir. Sangre, sudor y lágrimas. Aquí, festivos eslóganes del “estéril puritanismo del establishment postotalitario”.
Todos los artículos relacionados con la crisis del coronavirus
Gran parte del sistema mediático español -no todo, por suerte-, se ha convertido en una mera correa de transmisión del poder y su ideología. Calma, calma, confiad en Sánchez, nos decían. Lo importante era acompañar a las ministras de los guantes. Y, así, muchos creyeron en aquel que nunca decía una verdad ni por casualidad. Pero la realidad llegó y resultaron más dignos los “sin poder” que nos avisaban desde las redes sociales que los “expertos” a sueldo de la ideología. Alarmistas, los llamaron entonces. No se podía saber, se exculpan ahora.
En Cataluña, como viene siendo costumbre en los últimos años, todo populismo y toda mentira se multiplica, porque lleva décadas siendo subvencionada. Muchos dan sentido a su vida con la trola de la república catalana, hasta el punto de que la Generalitat no puede escapar de ella ni en las horas más graves. El inhabilitado Quim Torra hace ver que confina Cataluña, quiere hacernos creer que es el soberano. Sus creyentes intuyen la broma macabra, pero no quieren vivir sin ella. Son demasiados años tragando TV3, son demasiadas energías e ilusiones volcadas en una utopía. Demasiada degeneración. Havel también lo denunció: la vida en la mentira conduce a la crisis moral.
Y, por eso, los indignos callan ante las burlas de sus líderes, Clara Ponsatí y Carles Puigdemont, sobre los muertos en Madrid. Intuyen la inmoralidad, pero callan y aprietan filas. Les es incómodo aceptar en qué se han convertido y se mantienen cómplices del sistema. Lo sostienen. Serán unos mentirosos, pero son sus mentirosos.
En definitiva, respecto a la gestión de la crisis del coronavirus, ya no cabe llorar por la leche derramada, pero sí aprender las lecciones y hacernos, en estos momentos de confinamiento, las reflexiones oportunas. Después de la pandemia, ¿se continuará premiando a charlatanes y vividores del conflicto? ¿Qué cambios provocará la verdad en la conciencia de aquellos que vivían orgullosos de luchar contra enemigos imaginarios? ¿Aceptaremos, por fin, las verdades incómodas y defenderemos el bien común con los sacrificios que conlleve? Havel nos habló de la fuerza de la verdad, pero también de la responsabilidad individual. Al menos esta crisis servirá para revalorizarlas.
En la batalla ideológica de la izquierda, el 8-M era intocable, sagrado. El coronavirus no les iba a chafar su fiesta gramsciana. Ahora, su irresponsable maquiavelismo nos lleva al aislamiento.
El presidente del Gobierno ha anunciado el decreto del estado de alarma como medida excepcional para hacer frente a la crisis del coronavirus.