Ainhoa Uribe | 30 de marzo de 2020
Los cisnes negros existen, riesgos inesperados y disruptivos como esta crisis sanitaria. Los Gobiernos, pero sobre todo los ciudadanos, deben estar preparados.
Según el Informe de Riesgos Globales del World Economic Forum 2020, publicado el pasado mes de enero, las amenazas más probables a las que se enfrenta la humanidad están relacionadas con una serie de riesgos que aparecen clasificados como “más peligrosos”, en términos de probabilidad y en términos de impacto. En este informe se señalan, como riesgos más probables, los relativos a fenómenos naturales extremos, cambio climático, catástrofes naturales y pérdida de la biodiversidad. Entre los que más impacto global podrían tener, se subrayaban los relativos al cambio climático, las armas de destrucción masiva, la pérdida de biodiversidad y las crisis derivadas de la falta de agua.
Llama la atención que, al contrario que en los Informes de Riesgos Globales de 2007, 2008 y 2015, las pandemias como amenaza global no aparecen en esta lista de amenazas. Es decir, que cuando la opinión pública mundial, y los que la conforman, se centraban en todo lo relacionado con el medio ambiente, como gran amenaza para el futuro de la humanidad, la epidemia de coronavirus cambia las prioridades y hace que naciones enteras sientan sobre sí mismas una incertidumbre sobre su futuro que nadie habría sospechado hace solo tres meses.
Así es la historia. En un mundo hiperconectado en el cual nos hemos acostumbrado a tener seguridades, se abre de repente una brecha y todo se vuelve incierto. El sentimiento de peligro y fragilidad invade las confortables sociedades occidentales, que se enfrentan con situaciones respeto a las cuales no estaban preparadas ni con respecto al ámbito de lo político, ni en lo económico, ni siquiera desde el punto de vista psicológico.
Los cisnes negros, factores inesperados y disruptivos, existen, y esta crisis sanitaria en un buen ejemplo de ello. Los Gobiernos, pero sobre todo también los ciudadanos, deben estar preparados. Necesitamos sociedades más resilientes, más capaces de pensar no solo en uno mismo sino en la comunidad. A este respecto, los Estados democráticos de extremo oriente, Singapur, Corea del Sur, Taiwan y Japón, nos pueden dar lecciones de cómo enfrentarse a crisis de este tipo por parte de los Gobiernos. Si bien la gran lección para las sociedades democráticas occidentales viene, precisamente, del comportamiento responsable de sus ciudadanos, esa responsabilidad individual y colectiva es la que ha permitido a estas sociedades enfrentarse a la enfermedad con mucho más éxito que los países europeos.
Y digo sociedades democráticas, porque, aunque China pueda parecer un ejemplo de modelo político exitoso para enfrentar estas crisis mundiales, no debe olvidarse que es en China donde se originó la enfermedad. Este país lanza al mundo una epidemia letal cada 10 años aproximadamente (recuérdese la anterior crisis provocada por la gripe aviar o gripe A), lo cual debería movernos a la reflexión y exigir a esta superpotencia mundial que asuma también su responsabilidad. Es difícil pedir a un régimen comunista que se transforme y ponga los intereses de sus ciudadanos por encima de otras consideraciones geopolíticas, o de otro tipo, pero quizá ha llegado el momento de que el Gobierno chino se plantee de verdad un esfuerzo nacional por mejorar su sistema sanitario y prevenir así la aparición de pandemias.
Por otra parte, existe también una tarea pendiente que tiene que ver con la asentada y extendida cultura política europea de los Gobiernos agradables. Gobiernos que evitan hablar a sus ciudadanos con claridad y exponiendo los hechos. Gobiernos que prefieren obviar las cuestiones desagradables y duras a las que se enfrentan en ocasiones las sociedades y que exigen sacrificios y esfuerzo. Los estamentos políticos tienen tanto miedo a resultar impopulares en los medios de comunicación que no se atreven a enfrentar con decisión los problemas graves por miedo a ser impopulares y bajar en las encuestas. No es el camino, porque los problemas siguen ahí, no desaparecen por el hecho de no hablar de ellos o de diferir las decisiones en el tiempo.
Necesitamos líderes valientes, que no nos engañen para quedar bien en el telediario, y estadistas que sepan pensar en la siguiente generación y no solo en las siguientes elecciones
Ese miedo paraliza la toma de decisiones valientes y necesarias en una sociedad que, en ocasiones, solo atiende a lo inmediato y a lo que me afecta a mí, sin ningún sentimiento de comunidad, de proyecto compartido, en definitiva, de solidaridad para con los demás. Un egoísmo social que es letal para cualquier colectivo.
Esta crisis del coronavirus va a traer muchas consecuencias económicas, políticas y sociales, y va a suponer un antes y un después. Las naciones inteligentes sabrán sacar las enseñanzas pertinentes. Sabrán preparar sus sistemas de seguridad nacional, sabrán preparar sus infraestructuras, sus Administraciones y a sus ciudadanos para sobrellevar lo mejor posible estos episodios, que se repetirán en el futuro. Las naciones que sigan ensimismadas en sus propios complejos, laberintos, luchas internas e insolidaridad social están condenadas al fracaso en este nuevo mundo de incertezas que se ha vuelto más “VUCA” (volátil, incierto, complejo y ambiguo) que nunca. Necesitamos líderes valientes, que no nos engañen para quedar bien en el telediario, y estadistas que sepan pensar en la siguiente generación y no solo en las siguientes elecciones.
Conclusiones positivas y negativas que pueden servir de orientación a las autoridades españolas… y también a los ciudadanos.
No es momento de llorar por la gestión de la crisis del coronavirus. Debemos aprender las lecciones y hacer, en estos momentos de confinamiento, las reflexiones oportunas.