Mariona Gúmpert | 21 de abril de 2020
En su afán de trabajar con transparencia, el Gobierno ha conseguido que sus expertos sean etéreos. No conocemos su voz, sus caras, ni tampoco su currículum.
Desde que el Gobierno decidió reconocer la crisis y tomar medidas al respecto -por llamarlo de alguna manera-, una de las constantes ha sido la apelación a “los expertos”. Los expertos, esa nueva divinidad posmoderna que, en cuanto tal, no podemos verla, pero nos fiamos a ciegas de su sabio y santo criterio.
Dicho criterio, como en los dogmas de fe católicos, va mucho más allá de lo que el común de los mortales podemos comprender: solo nos queda obedecer confiados y confinados, aguantando carros y carretas, con la esperanza siempre alta y los balcones llenos de arcoíris con la jaculatoria posmoderna: “Todo va a ir bien”.
Ahora bien, resulta que este campo de “los expertos” no es tan homogéneo como nos quieren hacer creer, de ahí que sus expertos -los del Gobierno- se mantengan, en su mayoría, en el anonimato. Una de las palabras fetiche en comunicación política desde hace unos años es “transparencia”. La transparencia, junto con el empoderamiento, es el equivalente a la traca valenciana, es decir, algo que se lanza con gran estruendo a la menor excusa, para gran jolgorio de quien la escucha entusiasmado.
Con el tema de los expertos no iba a ser diferente, de ahí que no me extrañe que no les podamos poner ni voz, ni cara ni, por supuesto, curriculum vitae, publicaciones científicas en revistas de alto impacto, etc. Porque el Gobierno cumple su palabra y, en su afán de transparencia, ha vuelto transparentes y etéreos a los expertos. Tan invisibles resultan que me entra la inquietud de tener a uno de ellos detrás de mí, mientras escribo estas líneas, e informando a Newtral et alli de haber localizado otra de esas voces descreídas, creadoras de bulos, cizañeras del bien común, emponzoñadoras de todo lo bueno, escribiendo sobre el buen hacer y gran virtud de, ¡oh, bien amados sean!, los expertos.
El pasado 21 de marzo, el Gobierno decidió incorporar a este grupo de técnicos a seis profesionales, a quienes sí podíamos, ¡por fin!, poner cara, nombre y apellidos. Algunos de ellos con currículums notables, pero todos centrados en el ámbito de la epidemiología, cosa que denunció el pasado 14 de abril el presidente de la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias: no tienen a un solo profesional dedicado a puertas de urgencias, a medicina interna ni, por supuesto, intensivistas.
¿Qué podría mover a alguien a gestionar de forma tan pésima esta catástrofe? ¿Quién quiere pasar a la historia por cargar sobre sus hombros miles de muertos y la destrucción del tejido productivo?
De entre estas tres caras conocidas del Olimpo de los sabios, cabe destacar Hermelinda Vanaclocha, quien se hizo famosa al preguntarle si el foco de infección que se había generado en Valencia podía ser debido al partido de fútbol Milán-Valencia. Esta experta, tan pizpireta ella, zanjó la cuestión comentando que a ella no le gusta el fútbol y no tenía por qué saber de aquello.
Por otro lado, tenemos a Antoni Trilla, quien el pasado 10 de abril reconocía que el Gobierno no les había avisado sobre la vuelta al trabajo de los sectores no esenciales, pero quien, sobre todo, se dedica a hacer una amplia campaña anti-PP en su cuenta de Twitter. Al menos, el señor Trilla confirmó públicamente lo que desde fuentes cercanas a Moncloa ya se venía filtrando: que la última decisión la toma siempre Pedro Sánchez, sin consultar previamente a su comité de sabios. No es de extrañar, entonces, que no se haya hecho público ningún informe técnico; no sabemos si porque no los hay, o porque nuestro querido presidente los utiliza solo como excusa para ir dando una imagen de falsa seguridad mientras que, por otro lado, maquilla y esconde sus múltiples fracasos a la hora de gestionar esta crisis.
Uno se preguntaría: ¿qué podría mover a alguien a gestionar de forma tan pésima esta catástrofe? ¿Quién quiere pasar a la historia por cargar sobre sus hombros miles de muertos y la destrucción del tejido productivo? La pista la tenemos en determinados líderes latinoamericanos, que admiten abiertamente que esta crisis les viene como anillo al dedo para lograr sus objetivos bolivarianos. La mejor forma de conseguir una república bananera y comunista es generando una gran pobreza, y hacer depender a la población de tus dictámenes y limosnas. Ya tenemos a Pablo Iglesias preparando la renta mínima. La jugada, si lo piensan, es redonda, dado que siempre podrán achacar la destrucción generada al virus, mientras el pueblo vitorea tu gestión y la de tus sacrosantos expertos. A los últimos datos del CIS me remito.
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