Juan Milián Querol | 06 de mayo de 2020
Pedro Sánchez sigue impartiendo lecciones y negándose a un diálogo sincero con quienes le han aprobado hasta ahora las prórrogas del estado de alarma. Ha tendido tantas trampas que ya no puede moverse sin pisar una.
Estuvo dispuesto a todo por llegar a ella lo antes posible. Tomó los atajos de la mentira y la traición. Y ahora, lógicamente, sufre un síndrome acelerado de la Moncloa. Se enroca en un cesarismo sin escrúpulos. El poder es su instinto básico y único. No tenía un proyecto para los españoles, cómo va a tener un plan para salir de una crisis que su irresponsabilidad agravó. Emparanoió a sus votantes señalando a fascistas en cada esquina, cómo no iba a culpar ahora a otros de los resultados de su propia incompetencia. Ante la votación de una nueva prórroga del estado de alarma, nos dice que hay que elegir entre él o el caos. Sin embargo, esta es otra falsa dicotomía, como la de aquella pregunta del CIS sobre bulos o versión oficial. Es una falsa dicotomía, porque, Sánchez, el caos eres tú.
Los portavoces gubernamentales acusan al Partido Popular de los muertos del futuro. Sin embargo, este discurso chantajista se les debería volver en contra al demostrar, por un lado, cómo de agria y desleal habría sido la oposición socialista si Pablo Casado hubiera sido presidente durante la pandemia, y, por otro, descubre cómo deberían ser juzgados quienes decidieron retrasar el confinamiento hasta después del 8M. Aquella negligencia debería, como mínimo, apartarlos de la gestión de cualquier cosa pública. Porque estaban avisados por la OMS, por la UE, por Italia. Porque ya sabemos que lo sabían por las circulares en los ministerios y los guantes en la manifestación. Pero siguen ahí, impartiendo lecciones y negándose a un diálogo sincero con quienes les han aprobado las prórrogas hasta ahora. Y es que el discurso monclovita sigue siendo tan rastrero como ineficaz sigue siendo la gestión del Gobierno. Este ha sido más bien un obstáculo para autonomías, empresas y sociedad civil.
?@abalosmeco, ministro de @mitmagob: No aprobar o desentenderse de un nuevo decreto de alarma es condenarnos al caos.
No esperamos acatamiento, esperamos que en el futuro podamos decir que entre todos superamos la crisis sin dejar a nadie atrás.#AhoraTocaLucharJuntos pic.twitter.com/EVzoOPSuCB
— PSOE (@PSOE) May 4, 2020
El síndrome acelerado de la Moncloa afecta a Sánchez, pero también ha contagiado a algunos de sus ministros. El discurso triunfal contrasta con la experiencia vivida por los españoles. José Luis Rodríguez Zapatero aseguró que había situado “a España en la Champions League de las economías del mundo” y, poco tiempo después, desayunábamos primas de riesgo cada mañana mientras nos hablaban de “brotes verdes”. Hoy, igual. La vicepresidenta Teresa Ribera, la que dice a los hosteleros que si no abren es porque son unos comodones, aseguraba en una entrevista a El País que “España está en la gama alta de éxito”. ¿En qué mundo viven? Mientras el incremento del paro es siete veces mayor que en el mes de abril de aquel durísimo 2009, están generando unas expectativas imposibles de cumplir, sobre todo con una política económica desenfocada.
Están repartiendo ya lo que Europa no nos ha prestado aún, asegurando que habrá solidaridad sin responsabilidad. Pues no. Sin una estrategia nacional clara, serán otros los que dicten los ajustes. Con otro requiebro retórico, culparán del dolor de los españoles a Bruselas o a los holandeses, pero será la ausencia de una agenda reformista la causante de unos recortes atroces.
En fin, el éxito, que nadie más observa, es fruto de la acción de Sánchez, y el fracaso, que todavía no se ha producido, será culpa del resto de la humanidad. Esa que, según el ministro Manuel Castells, debe ser reencarnada. No obstante, conociendo la trayectoria del sanchismo, era de esperar ese politiqueo inmoral aun en la peor de las situaciones. Estábamos avisados. De hecho, podríamos realizar un retrato en tres tiempos:
– Aquel Comité Federal del PSOE donde se gritaban “sinvergüenza” y “pucherazo”, y aparecían urnas detrás de un panel.
– La moción de censura a Mariano Rajoy, de la mano de aquellos que pocos meses antes habían dado un golpe de Estado.
– La formación de Gobierno de coalición con aquellos que le provocaban insomnio.
Sánchez, recordemos, había perjurado que no pactaría con los populistas de Podemos porque, al fin y al cabo, “el populismo es la Venezuela de Chávez, la pobreza, las cartillas de racionamiento, la falta de democracia y, sobre todo, la desigualdad”. Pues tenía razón en el diagnóstico, aunque rápidamente se abrazó a Pablo Iglesias. Y ahora aprovecha la crisis y los decretos de coronavirus para meterlo en la comisión del CNI. “Es la Venezuela de Chávez”, decía Sánchez entonces. Mucha revolución para tan poca reforma, observamos ahora.
La política importa y, a veces, con ella sí nos va la vida. Sánchez pasará a la historia como una calamidad, como el más nefasto de los presidentes de nuestra democracia. Ha sido un político tóxico, porque nunca vino a seducir, sino a embaucar, porque nunca trabajó a favor de la concordia, sino del odio y la división. Ni en momentos como el actual es capaz de mostrar un atisbo de humildad. Solo descuelga el teléfono cuando se ve perdido. Desprecia a todo aquel que no sea su propia persona, pero su narcisismo exacerbado y su falta de empatía no harán más que incrementar la indignación de una sociedad a la que antes ya habían estresado sin más motivo que el electoral.
El síndrome acelerado de la Moncloa acabará con su carrera política más pronto que tarde. Tantas trampas ha tendido que ya no puede moverse sin pisar una
Ese síndrome acelerado de la Moncloa va a acabar con su carrera política más pronto que tarde. Tantas trampas ha tendido que ya no puede moverse sin pisar una. Ha convertido su efímero palacio en un campo de minas. Los apoyos de investidura ya lo han abandonado y sus socios de Gobierno le suministrarán una buena dosis de la propia medicina sanchista, la traición. Sería hora de un pacto de la sensatez, de rememorar la reconciliación nacional, pero Sánchez ha mentido y ha dividido tanto que estas palabras en su boca solo suenan a cantos de sirena. Será devorado por su propia inmoralidad y, cuanto antes salga de la Moncloa, antes saldremos los españoles de las múltiples crisis en las que estamos inmersos. Ni Maquiavelo le habría recomendado separar tanto la política de la ética.
La oposición se plantea no respaldar una nueva prórroga del estado de alarma. El Gobierno amenaza con el fin de las ayudas sociales por el coronavirus, algo engañoso puesto que podrían mantenerse mediante un real decreto.
El Gobierno impotente requiere unidad en torno a sus planes: presenta la pandemia como crisis y la crisis como pandemia. Los muertos no los causa la crisis, los causa la pandemia.