Juan Pablo Colmenarejo | 12 de mayo de 2020
Pedro Sánchez ha planteado su gestión como una batalla en la que lo primero es ganar, como sea, el relato. De lo demás, incluidos los errores de gestión, ya se ocupará el tiempo, que veces borra y en otras ocasiones deja huella.
El presidente del Gobierno y aquellos que le fabrican las imágenes necesarias para crear un marco mental, es decir, el manido concepto del relato, se han dedicado a contar lo que nos pasa como si fuera una guerra. Hay un enemigo (el virus), un campo de batalla (España sin lindes territoriales) y un objetivo de campaña (aplanar la curva de contagios). La retórica de Pedro Sánchez es, en el fondo y en la forma, propia de un conflicto bélico en el que, por supuesto, la verdad pasa a un segundo plano; todo vale con tal de ganar.
Sin duda, es lícito explicar la crisis con imágenes propias de la vida cotidiana si tienen como objetivo una labor informativa, formativa y pedagógica. Otra cosa es que se utilicen con otros objetivos, como asustar, mediatizar o camuflar la realidad. Por lo tanto, en este caso que nos ocupa, el objetivo es sumar emociones, no explicar con razones. Sánchez ha planteado su gestión como una batalla en la que lo primero es ganar, como sea, el relato. De lo demás, incluidos los errores de gestión, ya se ocupará el tiempo, que a veces borra y en otras ocasiones deja huella.
Las alocuciones televisivas pesan más que las parlamentarias en el esquema de protección de la propia imagen del presidente del Gobierno. Se atrinchera en el Palacio de la Moncloa, sin la presencia física de los periodistas. No se ve lo que pasa en la sala. Planos cerrados, seguros y controlados. No hay testigos, ajenos a su equipo, de si en un momento dado le pasan un papel mientras toma notas o simula hacerlo. Oye mucho y escucha poco las preguntas de los medios de comunicación, enclaustrados en sus domicilios, encasillados en una pantalla con varias ventanas.
Sánchez se saltó las normas de cualquier democracia al filtrar a través de su portavoz las preguntas, demostrando su interés primario por controlar el relato por encima de cualquier otra cosa. Ganó tiempo. Se pasó así casi un mes de la crisis, cuando estaba empezando. En los momentos iniciales el control fue férreo e impropio de una democracia liberal, un sistema opaco que nos puso en mal lugar en la Unión Europea.
Después, solo tras las protestas generalizadas, se han permitido las preguntas en directo de los periodistas, aunque no se han ahorrado algunas de esas faltas tácticas, tan útiles en un partido de fútbol para romper el ritmo del contrario. Sánchez toma notas de varias preguntas y luego en voz alta las enumera por temas, eliminando el sentido de la pregunta y convirtiendo su respuesta en banal y repetitiva. En su última comparecencia escurrió el bulto ante la evidencia que le planteó la CNN cuando la periodista desveló que, puestos en contacto con la Universidad Jhon Hopkins, el informe que sitúa a España entre los países con mas test realizados no existe. Sánchez no pestañeó y ni siquiera balbuceó al repetir los datos como si no hubiera escuchado absolutamente nada.
▶️España ha realizado más de 1,6 mill. de test PCR
▶️Solo en la última semana se ha incrementado este tipo de pruebas en un 20%
▶️Además, se han practicado 842.550 test de anticuerposEl ministro de @sanidadgob destaca el esfuerzo y despliegue realizado en todas las CC.AA. ⬇ pic.twitter.com/p3h3kKS8O9
— La Moncloa (@desdelamoncloa) May 10, 2020
La evidencia pasa a un segundo plano gracias al método. El ministro de Sanidad sigue utilizando las cifras del informe fantasma como si nada, aunque la fuente lo desmienta. Lo que importa es que se ha dicho en televisión. Sánchez escurre el bulto y sobre todo no contesta a lo concreto. Por si faltaba algún detalle, tras la rectificación se permitieron las preguntas a través de videoconferencia pero, en vez de convocar a los habituales de las ruedas de prensa de Moncloa -los periodistas que hacen Gobierno en los medios nacionales de Madrid y Barcelona-, se abrió el abanico a todo tipo de portales y medios provinciales o regionales que no suelen estar presentes. Por lo tanto, los que están más acostumbrados a preguntar a Sánchez y conocen mejor sus giros, fintas y fugas, apenas intervienen, como mucho uno cada entrega del «aló».
Una vez que se sofoque la epidemia y se abra paso la crisis económica, empezará otro capitulo nuevo que ya ha tenido un primer avance. Sánchez ya ha solemnizado lo que no será. Al dinero de la Unión Europea «no se le puede llamar rescate». Habrá que recuperar titulares y portadas del domingo 10 de junio de 2012, cuando la prensa contó cómo España había aceptado una línea de crédito que el ministro de Luis de Guindos llamó «asistencia financiera» y periódico El País, por poner un ejemplo, rescate. España pidió un rescate. El dinero reflotó varios bancos, creados a base de cajas de ahorro arruinadas por la gestión de los políticos.
También va a ser un rescate el dinero entregado por los contribuyentes de otros países europeos para pagar la sanidad, los subsidios de desempleo temporal y el crédito a las empresas. Sánchez negará el rescate porque, además de su primer significado, salvar a quien está a punto de hundirse implica otras cosas, como someterse a más control y supervisión, como si hubiera una invasión que toma el mando. España tendrá que justificar cada gasto porque, como en el caso de las cajas de ahorro, el dinero que nos van a dar es para algo muy concreto. Sánchez niega ya el rescate antes de que se produzca, porque sabe que destroza el relato. El rescate crea imágenes de la vida cotidiana: alguien viene a salvarte, decirte cómo hacerlo y sobre todo llevarte a otro relato. Habrá rescate pero, como en el caso de los informes y de los expertos, será camuflado, negado u omitido. Ya se sabe; en la guerra todo vale. Y más si solo es por televisión. Enganchados al serial: Y Sánchez cogió su relato.
El alocado proceso autonómico ha dejado vacío al Estado, sin capacidad de respuesta. Ni siquiera sabían cuáles eran los mecanismos necesarios para comprar test y mascarillas a todos los ciudadanos.
El acuerdo del Gobierno con el PP, fundamental para impulsar la salida de la crisis, se presenta como inviable tras los insultos de Adriana Lastra. Hay que negociar cómo se vuelve al trabajo y a la vida cotidiana.