Daniel Berzosa | 04 de junio de 2020
Desde la entrada de Podemos en las instituciones, la política se ha radicalizado. Su acción se concentra, fundamentalmente, en conmigo o contra mí; en el lenguaje del será así o no será; en ricos y pobres.
En los acuerdos para el fin de la actividad terrorista de la banda comunista ETA y la llamada ley de Memoria Histórica, auspiciados por el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero en la VIII Legislatura (2004-2008), comenzó a gestarse la división en bloques o frentes de la política en España y se colocaron las cargas para minar la Constitución. Por poner un ejemplo comprensible para todos; al enterrar la concordia entre españoles, que está en la base de la Constitución de 1978 y es naturalmente compatible con las legítimas diferencias ideológicas, como fundamento político y ético de la convivencia social, se sigue como consecuencia lógica, inevitable, la impugnación de la Transición por los partidos y fuerzas políticos que apoyan aquella concepción. Y acabar con la Constitución implica —nada más y nada menos que— poner fin a «un logro histórico sin precedentes en nuestro país, que ha permitido a los españoles alcanzar unos niveles de libertad, prosperidad, igualdad y presencia internacional sin parangón en nuestra historia contemporánea» (Fundación Transición Española).
Quince años después, no solo no se ha mitigado dicho cambio radical del principal partido de ámbito nacional de la izquierda española, como tampoco su conchabanza con los nacionalismos y separatismos, sino que se encuentra exacerbado, como consecuencia de su alianza estratégica con el principal partido de ámbito nacional de la extrema izquierda española. Surge este del Partido Comunista de España-Izquierda Unida, inspirado desde aquel giro brutal y fraguado fulgurantemente como partido al calor del 15M y el ‘movimiento de los indignados’. Claro es, me estoy refiriendo a esa especie de UTE (unión temporal de empresas) política que conocemos con el nombre de Podemos.
No cabe duda alguna de la razón de ser y el objetivo de este partido desde su prehistoria hasta su fundación, al margen de inanes contradicciones académicas desde las categorías políticas conocidas (Meyenberg, Torreblanca), y, menos aún, tras su ejecutoria hasta el presente. Esta, que es la única clase de transparencia que dicho partido blande, es de agradecer; porque nadie se puede llamar a engaño. El que no lo ha querido ver, o sigue sin querer verlo, es sencillamente porque no lo quiere hacer —y es de refrán que no hay peor ciego—; o porque está de acuerdo con sus planteamientos.
Desde mayo de 2011 y hasta su fundación en marzo de 2014, sobre el discurso adánico, efectista y efectivo de «la gente» (el pueblo o nación, en sentido clásico) como supuesta verdadera autora de esta nueva iniciativa política liberadora y revolucionaria, se hablaba de fundadores. Pero Podemos siempre ha sido y sigue siendo una persona, un «bolchevique con aire nazareno» (Federico Jiménez Losantos). La prueba palmaria de esta afirmación es que, entre entonces y el año 2019, todos esos fundadores han sido liquidados políticamente sin excepción por la Podemos-persona, que obviamente sigue.
Podemos querría dar ese golpe de Estado, pero no tiene apoyos para llevarlos a cabo
Con deslumbrante habilidad, y una astucia propia solo de alguien con tal instinto de poder, que entiende exactamente como Carl Schmitt, es decir, como fuerza y excepción (por eso, el Derecho no le importa en absoluto), ha sido capaz de rebajar definitivamente la discusión pública a propaganda, que es el final de la democracia, porque la razón sucumbe ante quien tiene más medios (Heller, Kelsen, Habermas, Panebianco, Sartori, De Vega), y atraer el foco de atención hacia problemas que no lo eran, maximizarlos donde los había y generarlos donde no los había; así como desviarlo o cegarlo ante problemas que no le convinieran o lo perjudicaran. Todo, con el único fin de forzar la adopción de posturas elementales de polarización por las fuerzas políticas y los ciudadanos. Todo, con la última, soñada meta de implantar un régimen comunista leninista y, mientras llega, en el grado más cercano posible (peronista, bolivariano, cubano).
Porque, como Podemos-persona no es tonto, antes al contrario, ha aprendido de los líderes iberoamericanos de extrema izquierda del Foro de Sao Paulo que la revolución en el siglo XXI tiene que alcanzarse por medio de las propias instituciones democráticas (al estilo nazi-hitleriano; esto es, llegar democráticamente al poder y, desde sus estructuras, conducirlo al régimen de su ideología).
Una regla casi infalible para entender lo que pretende de verdad Podemos es darle la vuelta a cuanto proclame. Los ejemplos son incesantes y prístinos. Por empezar una somera enumeración con el penúltimo, está la acusación procaz (espetada en sede parlamentaria y en la sedicente Comisión para la Reconstrucción Social y Económica del Congreso de los Diputados) a las fuerzas de la derecha política de querer, pero no atreverse a dar un golpe de Estado.
Lo que está diciendo es que Podemos querría dar ese golpe de Estado, pero no tiene apoyos para llevarlo a cabo. De esta freudiana evidencia, herida abierta y rencor palpitante, hay pruebas claras en el intento desde Cataluña en 2017 y su apoyo constante a los golpistas. Si defiende la libertad, está, como Lenin, diciendo que quiere prohibirla. Si defiende introducir tributos específicamente para los ricos en defensa de los pobres, está diciendo que necesita más pobres para alcanzar y mantenerse ellos en la riqueza; además de evidenciar un discurso ‘guerracivilista’ (Petit). Si señala una casta de privilegiados —sin inmutarse, ni que le dé la risa tonta, pornográficamente— desde el chalé con gran jardín, piscina y jacuzzi de Galapagar o las mansiones de las mejores urbanizaciones de España y del mundo, está diciendo y mostrando que ellos lo son.
Si defiende la Constitución, está diciendo que los significantes (viene de «significantes flotantes», Laclau, Mouffe) que otorgaron legitimidad a la democracia en 1978 ya no existen y ese vacío tiene que ser reemplazado por otro discurso de poder (Fort Apache, 2014). Al rey, eje del régimen democrático y de libertades de la Constitución de 1978 (Lucas Verdú), al que se refiere siempre, con insistente retintín, exclusivamente en su condición de jefe del Estado, no solo no lo defiende, sino que lo ataca sin pudor y humilla cuanto puede, por sí o por medios afines. Y esta enumeración sería y será un no parar, mientras se mantenga como una fuerza política relevante.
La acción política de Podemos se concentra, en resumidísimo resumen, en conmigo o contra mí; en el lenguaje del será así o no será; en ricos y pobres, los de arriba y los de abajo; en al que está conmigo, se le consiente todo; y al que no lo está, muerte civil a navajazos verbales de sus ejércitos desinformativos y de haters y trolls.
Y, con esos elementales principios, viscerales y sentimentales, ha conseguido amarrar al PSOE (al que le ha robado muchos electores), y es la causa eficiente del surgimiento de Vox, una escisión del PP, y cambiar el eje de gravedad de la política nacional y de los verdaderos intereses de los gobernados (libertad y prosperidad), introduciendo una perniciosa polarización de preguerra civil, una división entre buenos y malos y una institucionalización del caos en la dirección del Estado.
La estrategia oficial de Pablo Iglesias y Pedro Sánchez pasa por el avance de una agenda dictatorial basada en el control de las instituciones con un fin: implantar una agenda comunista, carente del respeto a los derechos y libertades.
Pablo Iglesias ha aprovechado la crisis sanitaria del coronavirus para, mediante una cláusula inconstitucional, cumplir uno de sus objetivos: estar en la Comisión Delegada de Asuntos de Inteligencia.