José F. Peláez | 25 de julio de 2020
Tenemos Sánchez para rato. Es indudable el éxito del presidente en la negociación con la Unión Europea. Veremos cómo sale de esta Iglesias. Si tiene dignidad, estamos abocados a una crisis de Gobierno.
Ha sido maravilloso ver al Gobierno del Reino de España recibir a Pedro Sánchez entre vítores y aplausos, como si el presidente fuera Morante de la Puebla y el Palacio de la Moncloa fuera la Real Maestranza de Caballería tras una tarde de gloria, arrebatados mengues y jazmines que estallan arte. Solo faltaba ver a José Luis Ábalos -Carbonerito II- y a Alberto Garzón peleándose para sacar a hombros a ‘Su Persona’, haciendo las funciones de esos capitalistas de mentón Habsburgo que pueblan la España vacía, llena de albero y transiciones ecológicas hacia la nada. Y luego otro aplauso en el Congreso, como los de Plácido Domingo en La Scala, pero en versión PSOE’s Got Talent.
Yo me pregunto qué aplaudirán exactamente los ministros comunistas o Chiqui Montero, que días antes había prometido que no aceptaría condicionalidad a las ayudas y estos días compone tanguillos de Cádiz a la letra pequeña, como si Mark Rutte fuera Chano Lobato. La Haya es Cádiz con camellitos. Ámsterdam, Cádiz sin pebeteros.
Es indudable el éxito de Sánchez en esta negociación, algo de lo que todos los españoles de bien nos alegramos. Al menos yo estoy alegre. Ergo sum. No será suficiente para la gigantesca crisis a la que nos enfrentamos este otoño, que será trágica. Pero algo es algo y no debemos olvidar que este éxito deriva de una nueva traición al más puro estilo ‘pedrette’, una traición en este caso a su programa, a sus votantes, a sus socios de Gobierno, a los pactos de investidura y a aquellos acuerdos de la vergüenza de Adriana Lastra con Bildu para derogar la reforma laboral a cambio de un nuevo estado de alarma.
Por cierto, que yo no estaría muy tranquilo traicionando a Bildu, llámenme alarmista. Pero, desde luego, no puedo por menos que celebrar esta traición de Pedro. Traicionar a comunistas, populistas, separatistas, independentistas y posterroristas para echarse en brazos de la ortodoxia económica más aburrida y sosa -es decir, de la realidad- es exactamente lo que pedimos a un líder, a un líder moderado y conservador, que es lo que Pedro Sánchez ha demostrado ser cuando ha sido necesario, más allá de esa retórica de consumo interno y de los argumentarios desquiciados que mandan a tertulianas con cara de fumar Ducados.
Recuerda un poco Sánchez a aquel candidato desconocido que representaba en las primarias -malditas sean- el socioliberalismo europeo frente al extremismo rojo que algunos querían encarnar en la figura de Eduardo Madina -quién lo pillara-. Bien es cierto que el presidente ha demostrado ser populista, marxista, feminista, vegetariano, minero, sindicalista, antitaurino y todo lo que le ha tocado ser, porque Sánchez es líquido, es un imitador de sí mismo, un Carlos Latre de la nada. Ha sido podemita, antipodemita, pospodemita, pandemita, pandemónium y será lo que sea necesario para mantenerse en el poder. Como, por ejemplo, en este caso, en el que Sánchez ayuda a solucionar crisis que no existirían si Sánchez no existiera. Porque no olvidemos el bosque tras las ramas: una parte enorme de la crisis del coronavirus es achacable directamente a un Gobierno que rehusó de la ciencia por motivos políticos y que lanzó a la gente a manifestaciones masivas y, posteriormente, les pidió que no usaran mascarillas. Y de aquellos polvos, estos lodos.
Por eso, cuando pienso en la entrada de aquella sala de París, yo imagino un letrero en el que pondría: «Lasciate ogni speranza, Petrus». Abandona toda esperanza, Pedro. Abandona a Pablo Iglesias, traiciona tu programa de gobierno, decepciónalos a todos. «Ubi Petrus, Ibi Ecclesia», ya se sabe, así que si para edificar su iglesia debía asumir todos los postulados del Partido Popular europeo, le ha faltado tiempo para afiliarse al PP en el distrito de Tetuán y colgar en el despacho una foto de Mariano. «Toma, Pedro, tus ayudas, condicionadas todas a planes concretos de acción que hemos de aprobarte, a las recomendaciones del trimestre y destinado únicamente a la sanidad, a la inversión y a la creación de empleo. Y en cuanto no cumplas, patada en el culo. ¿Ha quedado claro, Petrus?».
Y Petrus asintió, claro. Europa contenta, España contenta, Angela Merkel como un pantocrátor metodista y todos felices. Los votantes de izquierdas, también, porque no hay nada más de derechas que un votante de izquierdas, aunque aún no lo saben. La verdadera izquierda es economicista y solo piensa en términos económicos. Y, por ello, piensa fundamentalmente en crear empleo. Las fórmulas para crear empleo son bien conocidas por todos: fomentar la inversión, moderar la cleptocracia fiscal, facilitar la contratación, flexibilizar el despido, vincular los salarios a la productividad, etc. Es decir, abandonar las tesis de la izquierda más limitada intelectualmente -que es la más agresiva verbalmente- y abrazar el posibilismo de la socialdemocracia frugal de Suecia, Dinamarca, etc., que hasta antes de ayer eran un modelo y hoy son el enemigo número uno del tardocoletismo. Lo que quieren los votantes de izquierdas, en realidad, son políticas de derechas. Y luego quejarse en el bar, eso sí. Lo que no quieren son candidatos de derechas, pero sí sus políticas. Es decir, que se haga lo que se tenga que hacer pero que lo hagan los nuestros. El PSOE, vaya.
Y comprender esto es fundamental para entender nuestro país. Hay cosas que solo puede hacer el PSOE, como el GAL, como recortar pensiones, como bajar el sueldo a los funcionarios, decir OTAN NO para luego tirarse de cabeza al OTAN SÍ o prometer derogar la reforma laboral para apuntalarla a cambio de un puñado de euros protestantes. Por contra, hay cosas que solo puede hacer el PP, como terminar con el servicio militar. Si el PSOE termina con la mili, la derecha se le hubiera tirado encima. Y si el PP firma lo que estos días ha firmado Sánchez, España estaría ardiendo y las razzias del adoquín y del «rodea el Congreso», marchando sobre Génova con sus camisas negras.
El acuerdo es bueno y eso es indudable. Transfiere al país recursos que necesitamos, a cambio de reformas buenas para España. Si nos lo hubieran dado para avanzar en el socialismo, sería un mal acuerdo, aunque nos regalaran toda Holanda -que, por cierto, si por mí fuera iban comer tulipanes de postre con una bandera de los Tercios en cada molino-, porque nos estarían regalando palas para profundizar en nuestra tumba. Europa y las autonomías son el gran contrapeso a Pedro Sánchez. Y por ello hay que fortalecer ese sándwich antisanchista. Porque nos da buenos frutos.
Sánchez ayuda a solucionar crisis que no existirían si Sánchez no existiera
El gran reto ahora es controlar bien adónde va la pasta, empezando por monitorizar los ingresos de las casas de putas de la provincia de Sevilla, que ya nos conocemos. Y, en segundo lugar, esperar a ver si Pablo Iglesias es capaz de recuperar sin sonrojarse aquel show de ‘Coleta Morada’ para decir a sus votantes aquello de:
«Tú decir que si te votan, / tú derogar la reforma. / Tú convencer mucha gente. Tú ganar gran elección, / ahora tú mandar nación. / Ahora tú ser vicepresidente. / Hoy decir que la reforma / ser la más perfecta norma. / Incluso muy conveniente. / Lo que antes ser muy mal, / permanecer todo igual / y hoy resultar excelente. / Hombre rojo hablar con lengua de serpiente».
Pues eso. Tenemos Sánchez para rato. Veremos cómo sale de esta Iglesias. Si tiene dignidad, estamos abocados a una crisis de Gobierno más pronto que tarde, al no poder asumir los postulados firmados por Sánchez. Lo que Pablo no sabe es que esa posible crisis de Gobierno, esa escenificación de la lucha por la pureza ideológica, fortalece a Sánchez. Y a Yolanda Díaz. Es un jaque mate en toda regla. Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde.
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