Luis Núñez Ladevéze | 24 de septiembre de 2020
Vox es la coartada necesitada por Sánchez para mantenerse en el poder. La nueva generación socialista lo ha entendido perfectamente.
Ya se sabe. El Gobierno tiene que dar de comer a Podemos para mantenerlo en el Gobierno. Pero no puede condicionar los presupuestos sin arriesgarse a que, temprano o tarde, Europa pida cuentas por los créditos y subvenciones. Así que tiene que ofrecer a Podemos, para no desairarlo, carnaza que no grave las arcas vacías. Retirada del Valle la tumba de Franco, toca retirar la basílica y la cruz. Este nuevo manjar entretendrá los paladares de la audiencia para desviar la atención de lo que realmente afecta a su salud.
Mirando al Valle, la vista no se fija en el desastre de la irresponsable gestión gubernamental. Podemos afianza su ideología. Los independentistas ganan deteriorando el constitucionalismo que odian. Vox gana alimentando motivos para justificar la inutilidad de su moción. El Gobierno gana tiempo para aprobar los presupuestos y para mantenerse durante lo que queda de legislatura. Si las encuestas del CIS fueran creíbles, hasta Ciudadanos gana a costa del Partido Popular. En esta estratégica confabulación de vectores de signo disperso solo pierde la única opción de fraguar una alternativa democrática para revertir la situación.
Por si hiciera falta alguna demostración de que el enemigo a batir se llama Partido Popular, basta con seguir la peripecia de la comisión de investigación del llamado caso Kitchen. La Fiscalía la insta para que la atención pueda seguir fija en lo más sombrío del pasado de los populares. Para poner altavoz a ese enredo y presentarlo como una asignatura del presente, el Congreso urde una comisión de investigación. Que todos pueden sacar partido lo muestra que hasta Vox y Ciudadanos vacilan a la hora de tomar parte en el festín.
Esta peripecia propagandística y parlamentaria muestra el éxito del equipo de Pedro Sánchez para administrar una geometría variable. Hasta los partidos de la llamada oposición actúan, más que como oposición al Gobierno, como aliados ocultos para que el Partido Popular no levante cabeza. El Gobierno le regala ahora a Vox un nuevo motivo para entretenerlo. Durante lo que queda de legislatura, podrán vociferar en las calles oponiéndose, impotentes pero enrabietados, al porvenir de lo que durante tres cuartos de siglo fue una basílica pontificia en el Valle. Lo importante no es cómo acabe este memorial, sino cuánto dure el espectáculo para retener a los agraviados fuera de juego, ocupados en gestionar a grito pelado su ofuscación.
La maniobra tiene por fin desviar la mirada de lo que realmente interesa al Gobierno: el bloqueo del Partido Popular para impedir que pueda fraguar una alternativa de centroderecha. Por supuesto, la peripecia del Valle de los Caídos no tiene para Sánchez más valor que el de disponer de un motivo para compensar a Podemos de los desaires presupuestarios, a costa de lo que haga falta. Por supuesto, la moción de censura de Vox va a servir de altavoz al Gobierno para que el estruendo de los vociferantes silencie las argumentaciones solventes de la oposición popular. Por supuesto, una comisión de investigación en el Congreso no tendrá interés alguno para centrar las responsabilidades pasadas en la gestión de fondos públicos del Ministerio de Interior.
Nada de todo esto cuenta ni puede contar. Lo que cuenta, hoy como ayer, es colgar en la picota pública la marca de los populares, devaluar la regeneración propuesta por el nuevo liderazgo, mantener el equilibrio de intereses del independentismo anticonstitucional que respalda al Gobierno, retener la nada despreciable ayuda que el equívoco populismo de Vox –que ni se sonroja por solicitar el aumento del gasto público de las pensiones– presta de paso al Gobierno para que pueda llamar al electorado a frenar el peligro de la extrema derecha en la plaza de Colón.
El problema de España es efectivamente Sánchez, pero no menos problema es Vox. Es el tiburón enjaulado que sirve de coartada para mantener el Gobierno frente a un imaginario extremismo
Desde que Vox entró a la palestra, lo que está en juego en España es la posibilidad de una alternancia de derechas en la gestión gubernamental. Lo cierto es que cada día va diluyéndose en el horizonte electoral esa posibilidad. Lo explicó Pablo Iglesias sin tapujos en una reciente entrevista a La Vanguardia: es muy simple, dijo, basta con pedir a Europa que demonice el antifascismo. Es decir, traducido al castellano vigente, basta que Europa asocie a Vox con el fascismo para que el Gobierno de coalición no solo consiga que se respeten los presupuestos, sino también encarrilar varios años de legislatura. Si al final de ese periodo España sigue siendo o no una Monarquía Parlamentaria, lo dirán los españoles en su momento, ahora no toca todavía, concedió el jefe de Podemos.
El problema de España es efectivamente Sánchez, pero no menos problema es Vox. Es el tiburón enjaulado que sirve de coartada para mantener el Gobierno frente a un imaginario extremismo. Lo mismo da que la asociación de Vox al fascismo sea justa o injusta. Lo que importa es que Vox se presta a ser objeto del juego propagandístico. Encerrado como está en una jaula rotulada «escualo franquista», es la fiera que necesita enseñar el sociocomunismo para aparentar una imagen democrática ante una Europa que necesitó, no se olvide, al comunismo para salvar la democracia y reconstruir el capitalismo.
Vox es la coartada necesitada por Sánchez para mantenerse en el poder. La nueva generación socialista lo ha entendido perfectamente. Ni siente ni padece emocionalmente con la Constitución. Es antifranquista sin saber por qué lo es. Todavía el afamado Daniel Barenboim se preocupa porque en España quedan franquistas. Es posible que aún no hayan muerto todos. No le preocupa que en España sean comunistas derrotados los que manden. Esos están tan vivos que ni se ocultan a la vista.
No queda nada del “franquismo ideológico” en España, pues este fue liquidado poco después de desaparecer Franco. Con la Transición, el país se erigió en un referente de democratización para el mundo.
Pedro Sánchez sabe que sacar adelante los presupuestos le garantiza acabar la legislatura. Si consigue pasar el examen, ya no le preocupará Iglesias, salvo para quedarse con buena parte de sus votos, que para eso el PSOE es el grande y Podemos el chico.