Max Römer | 01 de julio de 2019
Nicolás Maduro expresó que la visita de Michelle Bachelet es un primer paso de acercamiento entre el Estado venezolano y la sociedad.
Si algo ha hecho el interinato gubernamental de Juan Guaidó ha sido poner en evidencia y, ante los más altos niveles institucionales internacionales, la enorme y profunda violación de los derechos humanos que se vive en Venezuela.
Las voces no han faltado. Presidentes, encargados de funciones diplomáticas, hasta la alta comisionada de derechos humanos de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet.
Algunas voces opositoras venezolanas empezaron, como siempre, a sacar los trapos del arcón de quien fuera la primera mujer presidente de Chile por dos veces. Sus filiaciones ideológicas, su formación como líder estudiantil, en fin, un largo etcétera que, lejos de apalancar los esfuerzos de años de sacrificio político y social, más bien parecieron pueriles malacrianzas.
Los tres pasos que considera Guaidó fundamentales para la salida de la crisis: cese de la usurpación, Gobierno de transición y elecciones libres
Si la visita de Michelle Bachelet la vemos desde el prisma del chavismo, el reflejo luce peor: es nuestra aliada, es roja como nosotros, cuando era presidenta de Chile era amiga de Hugo Chávez y, en consecuencia, de Maduro.
Cada parte del conflicto venezolano, en lugar de aprovechar la visita de la señora Michelle Bachelet como lo que es, se puso de uñas, mostró sus filias y fobias y, sí, por supuesto, acudieron a las reuniones con la comisionada a narrar sus angustias, sus puntos de vista, sus tristezas y temores.
La serenidad del acento chileno se confundía con el atropello nasal del Caribe. Los relatos de presos y torturados hicieron levantar una ceja a la diplomática. El hambre acampando en los cuerpos, la ausencia de medicinas, los golpes mortificadores, los disparos de punto final fueron los testimonios que fue a ver y a escuchar Michelle Bachelet. Y prestó atención la señora. Mucha.
Fue tanta la atención que le dio a las palabras de los venezolanos, tanto lo que comprobó de esos cuentos que se repiten como un mantra en las redes sociales, en los medios de comunicación, en las bocas de los políticos y diplomáticos del mundo, que Michelle Bachelet se pronunció. En ese tono de voz de la diplomacia de las Naciones Unidas, frente a un micrófono, que dejó grabadas para la posteridad sus palabras y demostró que la crisis venezolana es cierta, que es un hecho sin controversia.
Pidió que cesaran las torturas, que se liberara a los políticos opositores presos –un avance enorme en la definición de esos encarcelamientos que, en palabras de Maduro, son políticos presos y no presos políticos– puesto que se reconoce, desde el punto de vista diplomático, la existencia de personas que, por protestar, han terminado prisioneras en las cárceles del régimen chavista.
El hambre, la ausencia de medicinas, los golpes mortificadores, los disparos de punto final fueron los testimonios que fue a ver y a escuchar Michelle Bachelet
Maduro, con su característica manipulación de las situaciones, expresó que la visita de Michelle Bachelet es “un primer paso de acercamiento entre el Estado venezolano, la sociedad venezolana para una relación fluida, de cooperación por los derechos humanos de los venezolanos y las venezolanas y, si en ese sentido se avanza, creo que esta visita ha sido todo un éxito para Venezuela y para el sistema de derechos humanos”. Una bufa forma de darle la vuelta a la tortilla de sus tropelías.
Juan Guaidó en las escalinatas del Palacio Legislativo, también detrás de un micrófono, agradecía la presencia de Michelle Bachelet porque esa visita permitía a los periodistas acercarse hasta ese lugar. Una demostración de que la libertad de prensa está cercenada por el régimen de Maduro y que la mirada internacional obliga a guardar bajo la alfombra los atropellos contra los periodistas.
Se extendió el presidente encargado Guaidó. Dijo que la presencia de la alta comisionada por los derechos humanos de las Naciones Unidas era un reconocimiento a la crisis migratoria, los problemas de salud y hambre, los fallos en los sistemas eléctricos, de aguas, transporte y escasez de combustible. Mencionó que Michelle Bachelet estaba conmovida con los relatos de los torturados, hambrientos y enfermos.
Aprovechó Guaidó la oportunidad de la cercanía de los medios para reiterar los tres pasos que considera fundamentales para la salida de la crisis: cese de la usurpación, Gobierno de transición y elecciones libres. Apuntó que en Venezuela no se vive normalidad alguna y que el reto es continuar en la calle.
Desde el punto de vista diplomático, fue todo un éxito esta visita. Quitó el tapete de la mesa, ese que escondía las migajas de cada una de las partes y, sí, por qué no decirlo, puso en evidencia que todas las posiciones políticas venezolanas se deben a una sola realidad, la social. Esa que pasa por la reconciliación de los venezolanos, que las crisis de servicios públicos y de ayuda humanitaria requieren del concurso de todos para que lleguen esos medicamentos y alimentos que -urgidos los cuerpos, macilentos y tristes- se buscan desesperadamente hasta en la basura.
Juan Guaidó llevó a cabo una proclamación porque el pueblo reclamó al presidente de la Asamblea Nacional que tomara interinamente las riendas del país, como refleja el artículo 233 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.