Luis Núñez Ladevéze | 01 de julio de 2019
El partido de Santiago Abascal siempre será el punto vulnerable que impedirá a la derecha alcanzar el Gobierno y soportará el castigo por confundir al amigo con el enemigo.
Los hechos muestran hoy lo que se aventuraba en eldebatedehoy.es: que Vox no es la solución, sino el problema. No significa esto que Vox no tenga razón. Pacta sunt servanda. Vox ha mostrado el documento que ha rubricado con el PP para poner en jaque la alianza de partidos conservadores y centristas. Puede que todo salte por los aires. Pero puede también que al electorado no le gusten los sobresaltos, cualesquiera que sean los motivos que se aduzcan al saltar.
Y esta es la cuestión. Vox engañó a su electorado haciéndole creer que era una solución, cuando siempre fue el problema. La antipropaganda mediática que la izquierda difunde contra Vox para mediatizar a la derecha será hipócrita y farisaica, pero cala con facilidad en la opinión. Por mucho que Vox se esfuerce en que sus electores merecen reconocimiento y que no es lo mismo pactar con ellos que pactar con Bildu, Podemos y los golpistas, el problema es la facilidad con que cala el espantajo que agita el Partido Socialista para aglutinar a la izquierda. Vox es responsable de ser el títere a disposición del titiritero que espanta a la clientela de su competidor.
Comparado con otros partidos europeos, Vox no es un partido de ultraderecha. Es un partido muy conservador si se quiere, que recoge votos extremados y también extremistas. No es anticonstitucional, como expresamente lo son otros que se sientan en las Cortes. No es fascista, como proclaman algunos corifeos periodísticos. Tiene propensión populista, pero no más que otros partidos. Y cuenta con una representación parlamentaria que le da acceso a negociar y condicionar los pactos de gobierno. Todo esto tiene un motivo y una explicación.
Vox es responsable de ser el títere a disposición del titiritero que espanta a la clientela de su competidor
Lo explicó Albert O. Hirchsman hace treinta años. Estudió cómo la retórica intransigente del lenguaje políticamente correcto genera una intransigencia retórica reactiva de signo opuesto. Oponerse democráticamente a la intransigencia belicosa forma parte del ejercicio de la democracia por parte del que discrepa de la corrección políticamente dominante. Hirchsman mostró que la intransigencia se distribuye entre la acción y la reacción que la acción provoca. Se anticipó a explicar los motivos por los que, lustros después, triunfó Donald Trump. Por los que Vox ha entrado en la liza española.
Un retoricismo intransigente provocó, en una sociedad democrática, la reacción intransigente contra la intransigencia de la retórica dominante. Si hace ya casi un decenio la crisis trajo la reacción airada contra el sistema, el lenguaje políticamente correcto ha traído la reacción de los conservadores dentro del sistema. Pero nada de eso disminuye el problema que representa Vox para la opción democrática conservadora y liberal. Siempre será más un lastre que una ayuda. Vox ha sido y seguirá siendo el punto vulnerable que impedirá a la derecha alcanzar el Gobierno, por mucho que hagan valer sus argumentos.
Lo vulnerable es que no pueden evitar que la regla d’Hondt tenga reservada a las minorías estatales la función de comparsa fragmentadora. Y eso es Vox, quiera o no admitirlo. Es la comparsa.
Ahora el elector ha aprendido no solo lo que cuestan los pactos, sino también lo que cuesta la mentira y la fragmentación
Lo vulnerable es que para haber asentado veinticinco diputados hayan tenido que promover la mentira del sorpasso. Lo vulnerable es que el uno más uno más uno haya engatusado el voto inútil de casi tres millones de electores. Lo vulnerable es que no se apliquen a sí mismos los prejuicios que aplican para justificar su presencia, como cuando cargan al PP renovador la mochila de la corrupción del antiguo. Lo vulnerable es que sigan pretendiendo que han incorporado votos conservadores que se hubieran quedado en casa si no fuera por su pureza templaria. Pudo haber alguno, nunca bastantes, para compensar el castigo de la regla d’Hondt. Lo vulnerable es verlos en la calle airados contra la “derechita cobarde” como consigna.
Gracias a que más de un millón de electores cambió su voto, la derecha puede conservar parte de su poder territorial. No por VOX, sino a pesar suyo. Gracias a la experimentada estrategia pactista del PP, la derecha podría mantener todavía su presencia. Al PP de Mariano Rajoy lo castigaron haciéndole perder más de cincuenta diputados. Para Vox no fueron bastante y salió para hacerle perder otros sesenta más, a cambio de ganar veinticinco. Estafaron al electorado difundiendo que iban a adelantar a Ciudadanos y al PP. A la hora de pactar eso no lo cuentan. Se creyeron la victoria pírrica andaluza. Y ahora el elector ha aprendido no solo lo que cuestan los pactos, sino también lo que cuesta la mentira y la fragmentación.
Si Vox ha tenido un premio fraudulento por fragmentar al centroderecha, tendrá que soportar también el castigo que espera a quienes confunden al amigo con el enemigo para darse patadas en el propio trasero. Al pasar Vox el rubicón que dificultaba llegar al Congreso, no se ha convertido en una solución para el elector que disputa la supremacía al socialismo que pacta con los enemigos de la democracia y de España, sino en el problema que dificulta que el amigo mejor preparado pueda disputarla con alguna garantía de éxito. Algo que Vox nunca podrá ofrecer. Son el talón de Aquiles de la derecha, independientemente de los documentos que firmen o dejen de firmar. Se alardea de nobleza, pero falta la nobleza para reconocer la debilidad.
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