Juan Milián Querol | 01 de julio de 2020
Algo huele a podrido en el casoplón de Galapagar. La Fiscalía Anticorrupción apunta indicios delictivos en el proceder de Pablo Iglesias en el caso Dina: de víctima a presunto verdugo.
Nunca un partido recién llegado al Gobierno había aportado tan poca regeneración. Nunca, entre el dicho y el hecho, había habido tanto trecho. Y es que, desde las cloacas más profundas a la cúspide del chalet con piscina, Podemos y el matrimonio -tanto monta- ya son la caricatura que ellos mismos dibujaron de la casta, demostrando, una vez más, que en la base motivacional de cierta izquierda hay más envidia que sed de justicia.
La penúltima mentira queda descubierta por una tarjeta SIM destruida. Como buen populista, Pablo Iglesias jugó al victimismo más ramplón. Se presentó ante la Audiencia Nacional como perjudicado, en sus propias palabras, “de una trama criminal que vincula a policías corruptos, a medios de comunicación y a grandes empresarios”. Su asesora, Dina Bousselham, denunció el robo de su móvil en 2015 y, tiempo después, información comprometida aparecía en los medios de comunicación. La teoría de la conspiración tenía todos los ingredientes para no ser aprovechada por un oportunista sin escrúpulos.
Sin embargo, a medida que la investigación avanza y se desvela la verdad, el vicepresidente del Gobierno deja de ser el supuesto objetivo de un complot para ser algo más que sospechoso en el, ahora, caso Dina. Él tenía la tarjeta antes de que se crearan los archivos investigados en el caso Villarejo. Él se lo ocultó a ella y a la Justicia. Él se la devolvió destruida. Seguía con la matraca victimista. Y el fiscal del caso, el apodado Ironman, pasaba información bajo secreto a su abogada y, como desvela El Mundo, todo era comentado en los chats internos de Podemos.
Algo huele a podrido en el casoplón de Galapagar. La Fiscalía Anticorrupción apunta indicios delictivos en el proceder de Iglesias. Y este, tan raudo a saltarse la cuarentena para chupar pantalla, ahora desaparece. Bomba de humo. Poco se le verá en las campañas de Galicia y el País Vasco. Si bien vivimos tiempos en los que la lealtad a la tribu diluye el valor de la verdad, la hipocresía del líder de Podemos es ya una pesada losa sobre el proyecto de aquellos que ya no parecen tan indignados.
Pero, para ser honestos, deberíamos reconocer que él ya había avisado. Ya sabíamos cuáles eran sus prioridades. Entre ellas, no estaban la lucha contra la pobreza, la mejora de la educación pública o el refuerzo del sistema sanitario. Él vino a parapetarse en el poder y nos dejó pistas muy claras.
Ahora el PSOE calla ante los desmanes de su socio. ¿Qué lección le puede dar quien nombró a Dolores Delgado como fiscal general del Estado? Ambos partidos se han mimetizado de una manera alarmante
Recordarán, en enero de 2016, cuando al salir de la reunión con el rey Felipe VI desveló que entre sus exigencias estaban los Ministerios de Defensa y de Interior, así como el control de Radio Televisión Española. Quería exhibir fuerza y dictar el relato. La única urgencia social que priorizaba era la de mantenerse en el poder todo el tiempo que le fuera posible. En aquella ocasión el PSOE no lo permitió. Era otro PSOE. Ahora meten a Iglesias en la comisión que controla el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), aprovechando que la pandemia pasaba por España.
Ahora el PSOE calla ante los desmanes de su socio. ¿Qué lección le puede dar quien nombró a Dolores Delgado como fiscal general del Estado? Ambos partidos se han mimetizado de una manera alarmante. Venían de tradiciones distintas, pero hoy son todo uno, todo populismo identitario. Observan la separación de poderes como un obstáculo. Maestros de la propaganda, analfabetos de la gestión. Su discurso revolucionario oculta su nulidad reformista. Ni tan solo el Ingreso Mínimo Vital puede ser un mérito de Podemos. No es la renta básica universal que prometieron y ya todas las comunidades autónomas aprobaron ese sistema. En Galicia, por ejemplo, lo instauró Manuel Fraga.
En definitiva, España no degenerará como uno de esos regímenes que tanto ensalzaban los líderes de Podemos en sus tesis doctorales, pero tampoco saldremos indemnes de esta. La reacción tardía a la pandemia, con el consiguiente endurecimiento del confinamiento, tuvo algo que ver con la tarjeta ideológica insertada en los partidos que nos gobiernan. La respuesta a la crisis económica, que no ha hecho más que empezar, tampoco será la más adecuada y el plan ante una posible segunda ola pandémica no mejorará lo ya demostrado. Y lo peor de todo, con el culto al líder en horas bajas, la tentación de Iglesias y Sánchez será la de seguir minando todos los controles y contrapoderes en aras de atrincherarse en la Moncloa el mayor tiempo posible.
Uno pensaba, ingenuamente, que Podemos saldría del Gobierno antes de asumir las políticas necesarias para la reactivación económica, es decir, antes de repetir la rectificación de José Luis Rodríguez Zapatero en 2010. Pensaba que preferirían volver a incendiar las calles antes que achicharrarse en sus cargos. Ahora, sin embargo, los cálculos parecen otros. Conscientes de que si salen no volverán a entrar nunca más, entonan el «resistiré», pero no contra el coronavirus, sino contra los pilares de la democracia.
Desde la entrada de Podemos en las instituciones, la política se ha radicalizado. Su acción se concentra, fundamentalmente, en conmigo o contra mí; en el lenguaje del será así o no será; en ricos y pobres.
La elección de Nadia Calviño como presidenta del Eurogrupo podría poner a Pablo Iglesias en una encrucijada: tragar con las condiciones del rescate, con la consiguiente traición a su ideario, o romper su coalición con el PSOE.